Atando Cabitos por Miguel Caballero
La historia sucedió un miércoles cualquiera en un taller de escritura. Beatriz, una de las alumnas, relata que cuando era pequeña sus padres le regalaron un hámster, mismo que fue asesinado por el gato de su abuelo, fallecido días atrás, y a quien adoraba y terminó odiando por culpa del animal. Ella no sabe qué hacer ni cómo sentirse al respecto. Junto al resto de los alumnos, el tallerista —el español Juan José Millás— le recomienda escribir un cuento sobre ello; sin embargo, revela el escritor, Beatriz alega pereza.
Además de una preciosa metáfora sobre la supervivencia y felicidad que significa la escritura, la conclusión de Millás tras aquel suceso —relatado en La vida a ratos, novela en forma de diario, o viceversa— es también, paradójicamente, una de mis infaltables torturas en cada ocasión que, como ahora mismo, se aparece el atroz proceso de enfrentar la hoja en blanco: “A mis alumnos del taller de escritura, en general, les da pereza escribir. En realidad, no quieren escribir, quieren haber escrito”.
La frase me lleva a pensar en la aventura que nuestro Puebla (el mejor equipo del mundo) comenzará este miércoles. Y es que llevo días anhelando que sean —minutos más, minutos menos— las nueve de la noche del sábado y, ahorrándome el inevitable proceso de sufrimiento que la eliminatoria tendrá, de una maldita vez por todas, saber si hemos avanzado a semifinales.
Me pregunto, entonces, ¿qué ganaría con ello? Sería muy poco, la verdad. Y ese ‘poco’ sería un golpe brutal; un golpe inmerecido; un golpe que muchos anhelan asestar a los nuestros a través de barbaridades tales como el sospechosismo inútil sobre una eliminatoria arreglada —como se asegura, lo fue el partido de la fase regular—; del mal rollo en el vestidor por algunas decisiones del cuerpo técnico en partidos pasados o la mudanza del equipo en días próximos.
¿Y qué perdería? Demasiado. Y es que, sin el mínimo afán de demeritar absolutamente nada, salvo contadas excepciones —como la odisea de 2009 con José Luis Sánchez Solá al frente, que concluyó de manera más trágica que el hámster de Beatriz; o la bonita historia que caminamos de la mano de Pablo Marini en 2015 y que vio su fin de manera temprana en la Bombonera de Toluca—, la realidad es que, durante los últimos años, son pocas las ocasiones que, como hoy, nuestra Franja nos ha puesto a soñar en cosas maravillosas gracias a virtudes reales y no a través de ilusiones sustentadas bajo la famosa frase de “en la Liguilla todo puede suceder” y otras cantaletas sin sentido.
En el fútbol como en la vida, que a veces son lo mismo, lo normal es perder, no ser campeón ni ser siempre el número uno. En el fútbol como en la vida, que a veces son lo mismo, lo normal es luchar —y luchar y luchar y luchar— y, aún así, pocas veces conseguir lo anhelado. En el fútbol como en la vida, que a veces son lo mismo, lo que en realidad importa es disfrutar, competir, saber que puedes mirar a los ojos al de enfrente y, muy de vez en cuando, salir triunfador.
En el fútbol como en la vida, que a veces son lo mismo, lo que da sentido a todo es escribir, saber sufrir, el proceso doloroso; y la felicidad, cuando llega, si es que llega, es haber escrito.
Nos leemos la siguiente semana. Y recuerden: la intención sólo la conoce el jugador.
@donkbitos16