La columna de Alejandro Páez Varela
El fin de semana hubo dos señales que pueden ser leídas juntas o por separado y darán el mismo resultado. Por un lado, Rubén Moreira, líder dentro del Partido Revolucionario Institucional (PRI), dijo que en la 23 Asamblea se formalizaron como fuerza de “centro izquierda” y luego afirmó: “le dimos una patada al neoliberalismo que nos impusieron desde el poder”. Por el otro, Acción Nacional (PAN) se dijo listo para un diálogo “respetuoso, franco y claro” con el Gobierno del Presidente Andrés Manuel López Obrador.
Con ambos anuncios se envían varios mensajes. El primero es que ambos partidos han decidido abandonar el extremismo al que fueron llevados por los patrones. El credo de Sí por México era diálogo cero, oposición a rajatabla y renuncia a cualquier posibilidad de negociación con el movimiento lopezobradorista, al que ellos, los patrones, tachan de “comunismo”. Eso se queda, por ahora, en una mochila. El segundo mensaje es que ya no van juntos necesariamente en todos sus movimientos tácticos: PRI y PAN se plantean como entes autónomos que tienen una alianza electoral pero que tienen posiciones propias.
Hay que recordar que, apenas el 5 de octubre pasado, la dirigencia panista puso en aprietos al PRI por su pequeño gesto negociador. Los priistas hablaban de la posibilidad de discutir la Reforma Eléctrica y la respuesta del PAN fue radical: entonces se salen de la alianza. “Es una oportunidad histórica para que el PRI defina si se mantiene en la política privatizadora que impulsó Carlos Salinas de Gortari o defiende los bienes de la Nación como lo hicieron los expresidentes Lázaro Cárdenas y Adolfo López Mateos”, les dijo López Obrador un día antes. Colocó, astutamente, una bomba dentro del bloque opositor. Bomba de tiempo. La respuesta llegó dos meses después.
“Le dimos una patada al neoliberalismo”, dijo Moreira el sábado pasado por la noche. Y el neoliberalismo es Carlos Salinas. Pero no sólo él, sino también todos los presidentes que siguieron, panistas y priistas: Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. El PRI renuncia así a quedarse, al menos públicamente, como una fuerza de derechas. De esta manera, al menos ante los ojos de muchos, toma distancia de Sí por México y del PAN, que no sólo son de derecha sino que abrazan las causas de la ultraderecha. El encuentro con VOX es apenas una muestra. La presencia de yunquistas en sus cuadros o su amor por los ejércitos que disparan (y su rechazo a los que construyen) son botones de muestra importantes.
Ahora es posible que una panista, la Gobernadora Maru Campos, diga con todas sus letras: “En Chihuahua hay mucha esperanza. Más allá de la distancia de ideas, sé que tenemos importantes puntos de convergencia y que trabajando juntos, como lo hemos hecho en los últimos meses, podemos brindar a los chihuahuenses y a toda la Nación mexicana un poderoso mensaje de unidad. Podemos decir con orgullo que la buena política es posible y que cuando hay voluntad sí se pueden transformar vidas. Tiene nuestra disposición y voluntad para seguir juntos. Por el bien de Chihuahua. Gracias, señor Presidente. Gracias a todo el equipo del Gobierno federal”.
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Las élites empresariales e intelectuales que se encumbraron en las últimas cuatro décadas no tienen opción: el Presidente no quiere que se le acerquen y ellas no piensan en acercarse; el Presidente no quiere que se le dobleguen y tampoco esas élites piensan en doblegarse. Es un duelo a muerte, y ambos movimientos juegan al tiempo. López Obrador quiere exhibirlas en estos seis años por lo que han significado al país, y las élites esperan que, terminado el sexenio, la Historia lo califique mal y puedan así retomar sus posiciones de privilegio.
El problema de las élites intelectuales es que la soberbia les ha hecho creer que son la Historia o que, al menos, de ellas emana la Historia. Y con López Obrador no tienen plan B: sólo plan A. Desde hoy pueden decir qué dirá la historia que quieren escribir, porque no intentan escribir la historia sino una versión de ella donde no son parte del mal. Y en esa, si historia, no se reconoce nada, no se concede nada. Esa historia, pues, nace fuera de foco: pretende ser escrita por una ala con intereses.
Lo mismo le pasa a la élite empresarial que odia al Presidente. No tiene plan B, sólo plan A. Y López Obrador está empeñado en que puede sin esa élite y esa élite quiere que López Obrador se le doble para negociar. No habrá punto de encuentro porque no lo buscan.
Los partidos de oposición cayeron, estos tres años, en una trampa. Las élites intelectuales, que siempre estuvieron separadas, se unieron para convocarlos a formar un bloque opositor. La élite del dinero les ofreció plataforma y sentido. Pero cuando el ciudadano intenta ver qué es Sí por México o busca entender qué propone, se topa con un vacío. Las élites intelectuales y empresariales sólo les dieron un motivo para unirse: el odio por López Obrador. Pero se les olvidó que decirles qué buscaban para el bien común, no sólo retomar el poder y los beneficios que representa.
Entonces los partidos formaron una alianza de fondo hueca, sin propuesta, sin proyecto de Nación. Se le notó la costura rota y no tuvieron suficiente velocidad para zurcirla. Hace apenas unas semanas, Sí por México sacó de algún libro de Sanborns lo del “México ganador”, que huele al ideario del management de los años 1990. Lo de “darles redes en vez de pescado” y todo eso que pusieron de moda Martha Sahagún y su esposo allá por el año 2000. La alianza opositora y sus convocantes no vieron más lejos; no exploraron un ideario. Sólo odio y deseo de poder, y de odio y deseo de poder no nace, por acto de magia, una propuesta viable para la República.
Los partidos se fusionaron al llamado de dos grupos de interés: los intelectuales y la élite empresarial. Se convirtieron en una extensión de su pensamiento: el odio a cualquier cosa que huela a López Obrador. Pero olvidaron la propuesta y olvidaron su esencia: son partidos políticos y no deberían responder a intereses privados, sino al interés público. Y han pagado las consecuencias.
La apertura del PAN al diálogo y la declaración “anti neoliberal” del PRI, del fin de semana, son señales que pueden deben ser leídas como una renuncia gradual a los planteamientos que abrazaron durante tres años de la mano de las élites. Lo que sigue, creo, es extenderle al electorado una carta de intenciones y no sólo la carta de odio, que tanto fascina –y se entiende– a los intelectuales, a los de FRENAAA o a las élites empresariales, pero que evidentemente no les dio el resultado que esperaban.