Las malteadas

Las malteadas
Alejandro Páez Varela
Alejandro Páez Varela

La columna de Alejandro Páez Varela 

Elizabeth Kolbert publica un texto en The New Yorker que todos deberíamos leer (“Cómo se polarizó tanto la política” o “How Politics Got So Polarized”). Es probable le dé malas ideas a muchos y que a otros los ponga a meditar sobre cómo llegamos a este día en la política mexicana. No detallo obviedades porque son obviedades: usted las conoce: que la sociedad está dividida en dos bandos que parecen irreconciliables. E incluso la idea de que “si nos unimos salimos adelante” parece un sueño que tuvo Gandhi (si es que lo tuvo) hace cien años y nadie supo; así de ajena y lejana la posibilidad de una reconciliación entre las partes.

La autora analiza un experimento social con dos grupos de adolescentes que fueron enviados por separado a un campamento de verano en junio de 1954, y qué fue lo que pasó cuando los pusieron a competir entre ellos. Un juego del deporte que usted quiera evolucionó a un pleito, luego a incursiones agresivas nocturnas, después a robos entre ellos y al odio profundo. Y el rechazo hacia el otro creció junto con otra actitud: la autocomplacencia. Cada derrota fue justiciada con un “los otros hacen trampa”, y en cada victoria se celebró la propia superioridad. Hasta que un grupo de scouts acusó al otro de “comunista”.

Luego se le permitió a un grupo asignar el presupuesto para ambos bandos. Le dio menos a sus contrincantes y los contrincantes hicieron lo mismo en su oportunidad. Luego se les dijo que si repartían con justicia el presupuesto, ambos grupos serían beneficiados con ingresos adicionales. Prefirieron perder el premio que perderse el gusto de reducirle el presupuesto a los otros.

¿Cómo llegó Estados Unidos a esto?, se pregunta Elizabeth Kolbert cuando su texto camina a explicar la polarización política de su país. Si se les pregunta a las partes, no importa cuál de las dos, la respuesta es simple: ¡El otro bando se ha vuelto loco!, dirá.

La periodista explica que, hasta hace apenas unos cuantos años, demócratas y republicanos se habían fundido en una misma agenda. Parecían lo mismo. Pero vino un periodo de movilización social por los derechos humanos que los separó. Y vino una reclasificación social. El Partido Republicano, por ejemplo, se volvió más blanco, más religioso, más masculino. Y, claro, ambas fuerzas profundizaron sus diferencias ideológicas.

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La historia de la política interna de Estados Unidos no corre en paralelo con la de México, necesariamente. Más bien traen sus propias dinámicas. En los años 1950, por citar, Washington emprendió la persecución de ciudadanos a los que consideraba “comunistas” (el macartismo), mientras en México el Partido Revolucionario Institucional emprendía, recién refundado, su periodo de mayor consolidación. Hoy ambos países viven una polarización política. Y mientras discutimos las razones por las que coinciden justo ahora –pandemia eterna, desigualdad profunda, neoliberalismo tambaleante– se vuelve necesario ver el efecto que tendrá en el destino de la Nación.

La batalla mexicana pasa ahora mismo por el periodo de la autocomplacencia, la autojustificación. No importan los hechos: el otro tiene la culpa, el otro es peor, el otro hace trampa. El otro, el otro, el otro.

David Marcial Pérez, periodista de El País, le pregunta a Lorenzo Córdova, consejero presidente del INE:

–Ante unas instituciones tan jóvenes como las mexicanas. ¿Existe riesgo de retroceso?

Córdova responde:

–Los riesgos son altos. Este discurso de descalificación y de desinstitucionalización ha antecedido en el pasado algunos de los peores experimentos autocráticos de la historia. No estoy diciendo que eso vaya a ocurrir en México pero subrayo la similitud de este tipo de discursos, por ejemplo, con lo que ocurría en los años 20 en Europa.

En Europa pasaban muchas cosas en los 1920, pero en Alemania se vivía –y quizás es a lo que se refiere Córdova– el inicio de la República de Weimar, comprendido entre 1918 y 1933. Son años de gran inestabilidad, reverberación social, intentos de golpes militares de Estado. La intolerancia de los grupos supremacistas se apodera de la política y camina a peor: Adolfo Hitler se consolida. Los nazis queman libros, encarcelan a opositores, invaden países, matan a millones.

La referencia histórica de Córdova no viene de la nada. Javier Sicilia ya comparó a Andrés Manuel López Obrador con Adolfo Hitler, Denise Dresser denunció recientemente un golpe militar de Estado en México, Claudio X. González y los partidos que acompañan su aventura política (PRD, PAN y PRI) llaman “dictador” al Presidente. Este discurso disfruta el acompañamiento ideológicos de grupos patronales que participan en frentes opositores, y de élites intelectuales que fueron parte del régimen que terminó en 2018.

A su vez, el Presidente y sus aliados dicen que los grupos opositores reaccionan con enojo porque se le puso fin a una era de privilegios: de salarios y prestaciones vergonzosos en funcionarios; de grupos empresariales que no pagaban impuestos y disfrutaban concesiones del poder; de intelectuales comprados con contratos y de corrupción y más corrupción que profundizaron la desigualdad y la pobreza y mantuvieron sin voz a las mayorías.

Córdova contraataca: que se vive un contexto inédito de hostigamiento, dice. “Es nueva la estridencia, el tono. Nunca antes habíamos escuchado algo cómo lo que dijo el presidente de Morena, que al INE había que exterminarlo. O a un alto empresario muy cercano al Gobierno amenazando con ir a los domicilios de los consejeros electorales”. Lo liga, inevitablemente al periodo previo al Holocausto. Y al mismo tiempo que se publicaba su entrevista, en las redes sociales circulaban imágenes de él manoteando, gesticulando en tono subido.

Al consejero presidente se le acusa de ser uno más entre los opositores; que reaccionan con enojo porque se le puso fin a una era de privilegios. Y por decisión propia, al pelear los salarios, se puso como el ejemplo perfecto de lo que se acusa a las élites: de patalear para conservar privilegios; de ver a este Gobierno como una “amenaza para la democracia” sólo porque los sacó de su cama de plumas.

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Elizabeth Kolbert cuenta que su abuelo, un refugiado de la Alemania nazi, era muy consciente de los peligros de pensar en “nosotros contra ellos”. Pero al llegar a Nueva York se polarizó. Citaba a Philipp Scheidemann, Canciller de Alemania al final de la Primera Guerra Mundial, quien en 1919 renunció en protesta por el Tratado de Versalles. “La mano que firmó el tratado –declaró Scheidemann– debería marchitarse”. Y el abuelo de la periodista decía lo mismo: la mano que apoye a un republicano debería marchitarse.

El experimento social con dos grupos de adolescentes sugiere algunas salidas para condiciones de polaridad, cuenta la periodista. Los investigadores, al ver la desastrosa relación entre ambos equipos, cambiaron la estrategia. Organizaron un desayuno en la misma mesa; se pelearon. Pero introdujeron situaciones de crisis: escasez de agua en el campamento de verano; la avería de un camión de suministros. Los muchachos se unieron. Y al final, uno ahorró cinco dólares para regalarle malteadas al otro.

Lorenzo Cordova y los otros consejeros aliados llevan tres años defendiendo sus salarios y prestaciones; volvieron esa lucha su lucha más simbólica por la “independencia del INE” y de la “independencia del INE”, dijeron, depende la democracia mexicana. Esa línea de ideas quizás no es la que ellos esperaban, pero así se dio. Y cuando le preguntas a alguno de ellos sobre sus salarios –como me pasó en una entrevista reciente con un consejero–, la respuesta es: “¿Y quieres que el INE de arrodille ante el Gobierno?”

La lección dentro del texto en The New York es que, en momentos de crisis, los grupos se unieron. Pero para unirse, tuvieron que identificar las situaciones de crisis. Para los adolescentes en el campamento de verano fue fácil identificar sus crisis porque fueron inducidas con ese propósito y todos las adoptaron como propias. El problema en México es que pocos, salvo una élite, identificará como propia la crisis de los salarios y las prestaciones de Lorenzo Córdova y de los otros consejeros, como Ciro Murayama, que creen que es un pleito moral, incluso ético. Sugiero que, para empezar, el 55 por ciento o más que vive en la pobreza lo considerará una burla. Entonces es difícil que haya entendimiento. Entienden las crisis de manera muy distinta.

No veo a los lopezobradoristas ahorrando cinco pesos para llevarle malteadas a Lorenzo Córdova. Tampoco lo veo a él o a cualquiera otro en la oposición ofreciendo malteada a los simpatizantes del Presidente y si lo hicieran, no veo cómo ellos las aceptarían: primero, porque ya no son los cinco pesos o malteadas lo que quieren: exigen que vayan; y segundo, porque creen que de malteadas ya estuvo bueno, que el tiempo de repartirlas para calmar la ira terminó y las élites no se han dado cuenta.

@paezvarela