La columna de Alejandro Páez Varela
Quizás usted no estuvo al tanto o no le importó; quizás no lo recuerde o simplemente no tenía edad para entenderlo, pero a finales de 2003, cuando Vicente Fox Quesada cumplía tres años al frente del Gobierno, todas las expectativas que se tenían sobre él se habían cumplido para bien y para mal. Los que pensamos que sería una administración más del PRI, simulada como transición democrática hacia el PAN, lo habíamos confirmado. La misma corrupción, el mismo influyentismo de la familia y los cercanos; los sindicatos corruptos sin tocar y los empresarios montados en gobernar a través de su persona; otro Gobierno neoliberal se había instalado y no había algo que hacer, sino esperar a 2006.
Quizás no se enteró, tal vez no quiso tomarlo en cuenta, pero muchos de nosotros sí recordamos qué país vivíamos en diciembre de 2009, cuando Felipe Calderón cumplía tres años al frente de la Presidencia. Había llegado no por el voto popular, sino por la ayuda de los empresarios, de los intelectuales y del Instituto Federal Electoral (IFE) y el país estaba dividido entre los que considerábamos que era un Gobierno ilegítimo y los que decidieron apoyarlo aún con la duda. El país estaba en llamas; las violaciones a los derechos humanos desde el Estado eran tema de todos los días; se había perdido el control de la seguridad y las ciudades ardían por eventos inéditos: matanzas a plena luz del día, ejecuciones, desaparecidos. Y antes de recapacitar sobre la estrategia podrida, Calderón decidió apretar aún más: más balazos, más muertes, más ejecuciones: fuego para apagar el fuego y lo que siguió nos impacta hasta estos días.
Quizás usted no lo tomó en cuenta o quizás ya estaba despertándose a la realidad, no lo sé, pero muchos recordamos qué era México en diciembre de 2015, cuando el Presidente Enrique Peña Nieto alcanzaba tres años de trágico sexenio. Un año antes se le había descubierto la “casa blanca” y habían desaparecido los 43 normalistas de Ayotzinapa. El país se sentía adolorido y sin destino, y los pueblos y ciudades vivían sometidos por la violencia permanente. Había organismos anticorrupción pero la corrupción se había apoderado de todos los aspectos de la vida pública; para los de a pie no había más opción que esperar, sentarse y decir: que ya se vaya el sexenio, por favor; que termine esto. Y en los tres años que vendrían la sensación más común era de desesperanza, de abandono y resignación aunque –y lo sabríamos mucho después– detrás del dolor se preparaba un carnaval democrático: la elección de 2018.
Esto lo escribo momentos después de votar en la consulta de Revocación de Mandato. Acudí contento. Me sentí liberado porque, aunque sé que podrían no alcanzarse los votos para que sea vinculante, comprendo a plenitud que por mi voto y el de muchos existe este mecanismo de democracia participativa. Fui para apoyarlo. Fui para estrenarlo. Y fui motivado, a pesar de que nunca vi un solo anuncio del INE llamando a participar. El PRI, el PAN y lo que queda del PRD llamaron al boicot y tal vez eso fue lo que me convenció. Me dije: si esos partidos llaman a no votar, es porque debemos votar. Y voté convencido de que quizás usted no estuvo al tanto, no le importó o simplemente no tenía edad para entenderlo, pero yo sí recuerdo con desasosiego esos medios tiempos de los últimos presidentes de México (incluyo a Carlos Salinas y a Ernesto Zedillo). Recuerdo cómo me sentía y cómo se sentía en mi entorno. Eran ansiedad, desesperación y angustia porque el país iba sentado en un auto de carreras a toda velocidad con destino a un pantano y sin freno de emergencia. Ahora existe el freno de emergencia. Desde hoy es posible dar frenón ciudadano. Y me sentí poderoso palparlo y saber que allí está. Que a pesar de todo, allí está. Y que debemos defenderlo.
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Hace varios años que leí un texto del extraordinario escritor mexicano Guillermo Fadanelli en el que contaba de aquél otro Guillermo Fadanelli que era él en el pasado, antes de siquiera escribir cualquier texto. Decía, palabras más palabras menos, que le hubiera gustado poder decirle a ese otro que era él mismo en el pasado que razonara bien sus decisiones y procurara no tomar las que el Guillermo Fadanelli del futuro no aprobara. Lo recordé ahora que fui a votar y pensé: ese otro Alejandro que soy yo en el futuro estará contento de lo que hicimos.
Ya escribí que no votaría por Andrés Manuel López Obrador, fuera un sí o un no. Dije que votaría por mí mismo; por darle un poco de descanso al Alejandro del pasado que se sentía angustiado, desesperado y desilusionado a medios sexenios sin otra opción que aguantarse a que fueran terminando, cada uno de los presidentes en turno, sus respectivos mandatos. Ahora vindico al Alejandro del futuro y creo que estará agradecido conmigo cuando, dentro de seis años, evaluemos a la Presidenta o Presidente. Gracias a mí, Alejandro del futuro, tenemos una herramienta para darle una patada a los presidentes antes de que sigan haciendo más daño o podemos ratificarlos para que terminen lo que empezaron.
Piensa, Alejandro del futuro, que juntos razonamos en abril 2022 que en diciembre 2027 podríamos despedir o ratificar a la Presidenta o al Presidente en el poder. Piensa, Alejandro del futuro, que este Alejandro que soy ahora no puede votar en el pasado para expulsar a Ernesto Zedillo antes de que se valide el Fobaproa; no puede expulsar a Vicente Fox de Los Pinos antes de que encabece el fraude de 2006; no puede echar a Felipe Calderón antes de que conduzca a México al peor derramamiento de sangre desde la Revolución de 1910 y no puede correr a Enrique Peña antes de que sea él, tan menor y tan indigno, el que ponga cara de ratón asustado frente a Donald Trump, por decir lo menos.
Ahora, Alejandro del futuro, tienes una herramienta de medio término que permite echar a los malos presidentes antes de que hagan más daño. Piensa en qué ejercicio más fabuloso. Piensa en que dos generaciones antes de mí no pudieron echar en 1967 (justo a mitad del sexenio) a Gustavo Díaz Ordaz, antes de que ordenara asesinar a los estudiantes; piensa en que no pudimos echar a Luis Echeverría, José López Portillo o Miguel de la Madrid antes de que el país se hundiera en las crisis sexenales, las llamadas “crisis recurrentes”, que se sucedieron al final de sus mandatos. Ahora, Alejandro del futuro, tienes la posibilidad de decir basta, pero no siempre fue así. Debes recordarlo y debes pensar que no importa de qué partido sean los presidentes: que todos se pueden ir al nabo, desde ahora, si no cumplen con lo que prometieron.
Piensa, Alejandro del futuro, en todo el dolor que pudimos evitar si la Revocación de Mandato hubiera estado años antes. Y piensa también en todo el dolor que evitaremos en los años por venir si defendemos esta consulta y cualquier consulta. Hoy fuimos a votar alegres, Alejandro, por la sola posibilidad. Y alegres aceptamos el resultado, el que sea. Aunque no voten los simpatizantes de PRI, PAN y lo que queda del PRD. Aunque se oponga un puñado de consejeros del INE. Piensa, Alejandro, todo lo que hemos avanzado.
@paezvarela