La batalla que comienza

La batalla que comienza
Alejandro Páez Varela
Alejandro Páez Varela

La columna de Alejandro Páez Varela 

En la reciente entrevista que hicimos a Marko Cortés para el documental y el libro La Disputa por México, el dirigente nacional del PAN definía así las dos visiones de Nación que existen en el país: “La de los mexicanos que todos los días nos esforzamos por dejar un México mejor y aquellos que simplemente esperan que papá Gobierno les resuelva todo y que tristemente lo único que termina ocurriendo es que empieza a empeorar, cada vez más, la situación en la que vivimos y en la que viven”.

Obviamente, en sus discursos se refería a empresarios, emprendedores y clases altas por aquellos que “se esfuerzan”, y las mayorías, para él, son los que “esperan que papá Gobierno les resuelva todo”. La visión puede ser calificada como mezquina y rabona, clasista y reduccionista, pero también permite advertir cómo el odio político puede nublar la vista, y convertirse en menosprecio y discriminación, por razones económicas y muchas veces también con motivaciones raciales.

Cuando Cortés soltaba aquella frase no pude dejar de pensar en mi mamá, en cómo crio a seis hijos de crisis en crisis, entre los años 1970, 1980 y 1990. La recuerdo en los peores momentos económicos de la familia estirando el presupuesto con más agua, más arroz, más frijoles y más tortillas, y no la recuerdo, nunca, haberse quedado con los brazos cruzados esperando a que “papá Gobierno” le resolviera algo, lo que fuera. Porque “papá Gobierno” nunca existió para las familias mexicanas en crisis. Nunca, que yo recuerde, esas clases menos desprotegidas encontraron en el Gobierno un aliado frente a sus adversidades.

Y al mismo tiempo pensaba en esos que creen que son los únicos que se esfuerzan todos los días en este país. Pensaba en los que sí han tenido acceso, durante décadas, a un “papá Gobierno”. La élite empresarial mexicana fue rescatada con el Fobaproa, es decir, con los recursos de todos los mexicanos o de “papá Gobierno”. Y para no ir tan lejos: ellos son los que, frente a la crisis económica provocada por la pandemia, de inmediato corrieron a Palacio Nacional y pidieron al Presidente Andrés Manuel López Obrador que endeudara al país con cuatro puntos de PIB para que les repartiera ayudas. No vi, o no tengo registro de que los más humildes, que son millones, pidieran ayuda del Gobierno para no morir de hambre; en cambio la élite, en voz de Carlos Salazar Lomelín, presidente del Consejo Coordinador Empresarial (CCE), sí clamó a “papá Gobierno” y ni siquiera por hambre; fue para no perder los privilegios que han disfrutado desde siempre.

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La visión de Marko Cortés, sin embargo, es una muy extendida. Hay que recordar al exdirector de un diario nacional aliado de la élite empresarial cuando tuiteaba aquello de que los que simpatizan con la izquierda no pagan impuestos mientras que los que votan por la derecha sí. Una mentira –para su desgracia– muy documentada. De hecho, el haber obligado a los grandes empresarios a pagar impuestos permitió que la recaudación 2019, 2020 y 2021 no se cayera con el desplome de la economía y todo lo contrario, aumentara.

Pero esa visión está allí. Voltean hacia abajo, a los que menos tienen, y los ven con menosprecio, como una carga, a pesar de que es esa mano de obra la que los hace fuertes; a pesar de que son los votos de esas mayorías –a las que aborrecen– los que les permitieron controlar este país hasta 2018. Los odian aunque son esos los que absorben los efectos de la violencia que provocaron; por el abandono, la desigualdad y la miseria. Y esas mayorías deben aceptar, todavía, que imbéciles como Gabriel Quadri se atrevan a poner en duda su existencia.

Y es esa visión, la de Quadri y la de Cortés, basada en la mentira y en una lectura muy poco crítica de su propia posición en este México cambiante, la que los llevó a la crisis que hoy sufren como fuerza política. Su menosprecio a las mayorías los arrastró a la pérdida de confianza de los votantes. Y es un menosprecio que viene, además, de un odio profundo por aquello que es distinto o que no comprenden; un odio que viene además de la pérdida de privilegios, que se enciende todavía más cuando piensan en el pasado inmediato, cuando el país era sólo de ellos y tenían el poder de simular incluso elecciones para repartirse la administración de la Hacienda pública.

Les vino la desgracia y ni aún así piensan en los errores que han cometido. Entre ellos, menospreciar el poder que tienen esos que son mayoría para revocarles el poder.

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Sin embargo, la izquierda debería tener mucho cuidado cuando descansa en la derrota de Va por México. Siento a muchos sectores sentados en una camita de laureles. Y cuidado allí. Cualquiera que intente negar que la oposición tiene la oportunidad de retomar el poder y afianzarse en él, se chupa un dedo o se miente deliberadamente.

Muchos dentro del partido oficial sienten que lo que viene para ellos es administrar el poder. Y están en un error. Lo que ha sucedido en México en muy pocos años es que apenas unos de los brazos de la derecha sufrieron la lumbre, pero su cuerpo está activo y es fuerte, y tiene muchos otros brazos que son igual de poderosos que el electoral, el partidario.

O dicho de otra manera: el hecho de que el rostro político de la derecha en México haya quedado debilitado o haya perdido a un ritmo histórico –incluso sus bastiones– no significa que esté derrotada. Cualquiera que piense que derrotar a PRI, PAN y PRD es derrotar a toda la derecha, se equivoca o intenta ignorar que la verdadera batalla de la izquierda apenas ha empezado en México, y que sus triunfos son pocos frente al tamaño del reto en el futuro inmediato.

Los poderes de facto realmente no han sido tocados, incluso los que se esconden dentro de los mismos gobiernos de izquierda. Lo que veremos en los siguientes meses será su reagrupamiento. Si se dividieron, se volverán a unir. Si se ofendieron, se perdonarán. La derecha es el movimiento nacional más consistente y más pragmático de México. La izquierda, en cambio, por distintas razones que en su momento he comentado, es un proyecto interrumpido.

Los poderes de facto en México tienen además varias ventajas competitivas frente a lo que pueda hacer la izquierda. Primero: son los del dinero. Es el poder económico de las concesiones de 100 años y poseen dinero para diez generaciones más de ellos mismos. Y está la élite intelectual; si alguien pensara que se trata de Héctor Aguilar Camín y de Enrique Krauze, se equivoca. Son individuos importantes y poderosos que aprendieron a vivir al amparo del poder sin mancharse siquiera; que cosecharon las victorias y simplemente se guardaron en las derrotas. La élite intelectual es un poder inequívoco que alcanza a la academia, cruza por las universidades, tiene tomados institutos de cultura y secretarías de lo mismo en todo el país, dentro incluso de instituciones nacionales. Tuvieron 40 años para inflar su membresía. Es un pensamiento dominante en México en ciertos núcleos que se esconden sobre todo entre los tibios: entre aquellos que no quieren perder sus pequeños empleos dentro de una universidad; entre los que están conformes con el salario de director que les dieron en algún Ayuntamiento o en algún Gobierno porque la élite los recomendó. Allí hay un brazo que se regodea en el conformismo y aprovecha el amplio centro ideológico creado por la derecha para dar de comer a un grupo amplio que va por todo el país.

Pero además están los medios de comunicación masivos. Televisa y TV Azteca se han guardado en este Gobierno porque tienen tradición de agachones y porque les dan dinero, presupuestos publicitarios, aunque sean menos de los que estaban acostumbrados. Pero revivirán. El resto de los medios, si sobreviven a su crisis –que se acentuó con la llegada del lopezobradorismo–, se incorporarán en un batalla por la retoma del poder. Es decir, es otro brazo que está ahí, y que no debe ser ignorado. En los grandes medios están los mismos rostros de opinadores y de periodistas que había en 2017. Son los mismos comentadores de televisión o de radio. Es más, sobreviven los mismos programas de radio o de tele que habían antes del triunfo del lopezobradorismo. Y sus empresas están enojadas. Quieren a como dé lugar la revancha. Querrán hacer que la izquierda pague por los años difíciles del lopezobradorismo, ya que el fundador del movimiento, Andrés Manuel, no estará para enfrentarlos.

Y así pues, el poder económico, los intelectuales y académicos, los medios masivos de comunicación y la élite empresarial que odia al Presidente están, sí, lastimados; de todas las adicciones quizás la peor es la del dinero. Se entiende. Pero no están acabados y van a patalear. Son como las moscas que dibujaba Mariano Azuela en aquella novela en la que narra cómo hay ciertos segmentos de un país que parecen retraerse, volar hacia otro lado del cuatro. Pero nadie se equivoque: aunque parezcan espantadas, volverán.

Ciertamente hay una generación de políticos muy abollada y casi impresentable. Enrique de la Madrid, por ejemplo, publicaba una foto de una reunión que sostuvo con exgobernadores del PRI y del PRD. Y aunque nadie lo crea, la mostraba con un cierto orgullo. En esa foto habían individuos acusados de corrupción en el menor de los casos, pero incluso habían otros señalados por homicidio, por ordenar el ataque en contra de campesinos, como es el caso de Rubén Figueroa. A De Madrid le parecía un gran momento ese encuentro con los personajes peor evaluados de México.

Como digo, quizás no se dan cuenta hasta dónde el deseo de cambio y hasta dónde el rechazo justamente a esas figuras. Y eso es lo que digo sobre una generación de políticos que quizás ya no aprenda a qué se le dijo NO porque es completamente insensible a lo que piensan las mayorías.

Es cierto que hay una generación de políticos que ha sido rechazada. Pero otras generaciones del PRI, del PAN y del PRD se reconstruyen con el impulso de los otros brazos poderosos de la derecha. Y se reconstruyen porque su deseo y su proyecto, todo lo que los mueve a despertarse por la mañana y lo que piensan antes de irse a dormir, es volver al poder.

Ciertamente el oficialismo puede sentirse con razón que ha ganado enormes porciones de terreno. Son victorias nada menospreciables, pero son menores frente al verdadero reto: contener a los poderes de facto. Allí siguen, agazapados. Y en cualquier momento pueden dar el zarpazo.

 

@paezvarela