El discurso

El discurso
Alejandro Páez Varela
Alejandro Páez Varela

La columna de Alejandro Páez Varela

En México como en el mundo, hoy como hace mil años, a las élites económicas se les ha dificultado conversar con las mayorías. Rápido pueden perder el control de sí mismos e imponerse con manotazos en la mesa. Es común que suceda pero, en las sociedades modernas, no se debe ver “normal” que ocurra. Por eso ha habido, por siglos, quien les construya discursos para acercarse a los de abajo. Discursos que –no quiero parecer insensato, por Dios– los “humanicen”. Y los ministros de culto y las religiones les han servido como vehículo de su discurso como les han servido, también, élites intelectuales que mantienen en su corte y alimentan con lo que se les cae de la mesa.

Más recientemente, conscientes o no, las élites económicas se resisten a la idea de que su dinero no les sea suficiente para comprar conciencias e influir en, por ejemplo, los procesos democráticos. Se le dificulta, y no es de hoy sino de siempre, la idea de “un individuo-un voto”; de que a la hora de decidir democráticamente cuente lo mismo su voto que el de un sujeto cualquiera. Si el dinero les compra medios, gobiernos, intelectuales, políticos, concesiones, impunidad, la mejor salud, el mejor tinte de cabello, el mejor cirujano o la mejor cristalería para beberse la mejor copa de vino, ¿por qué no podrían comprarse todo lo demás? ¿Por qué no comprar la voluntad del que les recorta las uñas y les cuida la cadera mientras suben al auto?

Extraña manera de iniciar un texto que no intenta explicar la disparidad entre esos pocos que tienen todo y esos muchos a los que les falta todo. En realidad esa ruta es larga y existe quien lo pueda contar mejor que yo. Intento concentrarme en los atajos que se han construido para que el que tiene mucho se sienta moralmente a salvo cuando viola principios de equidad en perjuicio de –se entiende– los que tienen poco. Y empiezo con un ejemplo muy fácil de digerir porque sigue fresco.

En el fraude de 2006, los empresarios metieron la mano y medios e intelectuales les ayudaron a construir el argumento de que era por el bien de todos; un “fraude patriótico” para aplastar al gusano insurrecto, al peladito patas rajadas que quería tomar la Presidencia a punta de votos sin consultar a los “dueños” de esa Presidencia. Las élites empresariales que financiaron el fraude se justificaron a sí mismas y frente a los demás diciendo, a través de medios e intelectuales, que las mayorías llevaban el país hacia el peligro. Mentado pueblo que sí es sabio cuando se mantiene sumiso, pero deja de serlo cuando se atreve a levantar los ojos.

Lo interesante aquí es el discurso. Para robarse esas elecciones, las élites económicas necesitaron un argumento poderoso, pero además varias cartas de recomendación. Lo primero y lo segundo salieron de la misma fuente: las élites intelectuales. Fueron esos grupos tan poderosos los que validaron, con su discurso, el “fraude patriótico”. Y luego extendieron, en forma de carta-desplegado, la recomendación de no hacerle caso a quienes reclamaban que se había cometido un fraude.

Las instituciones de la República son intachables, dijeron esas élites, y pusieron el sello de “APROBADOS” al IFE y al Tribunal Electoral, que no vieron lo que millones sí vieron: una descarada manipulación con campañas pagadas con muchísimo dinero (quizás nunca sepamos cuánto) para no permitir que ganara “López”, es decir, Andrés Manuel López Obrador. Los mismos intelectuales que construyeron desde 1988, para servir a Carlos Salinas de Gortari, su propio “instituto de validación”, lo pusieron nuevamente a disposición de las élites. Los mismos que validaron aquél fraude validaron el de 2006. Y son los mismos que hoy afirman que el Instituto Nacional Electoral (INE) está siendo mancillado.

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No es un secreto que las élites intelectuales mexicanas fueron beneficiarias de las finas atenciones de las élites económicas. De distintas maneras les hicieron sobrevivir bien y mantener sus ingresos. Pero lo ideal para los empresarios no es financiar a esos grupos a su disposición, sino que tengan fuentes fijas. Por más de tres décadas estuvieron conectadas a distintos niveles de Gobierno y por distintas vías les mantuvieron el ingreso. Pero la llegada de López Obrador en 2018 les arrebató buena parte de lo que ganaban. Y han venido perdiendo fuentes de financiamiento de los gobiernos locales conforme el oficialismo se hace del control por medio de elecciones.

Aunque la caída de ingresos públicos ha sido fuerte para esas élites intelectuales, creo que su peor pérdida no es esa. Su mayor pérdida es que ya no tienen la influencia que disfrutaron por décadas. Su discurso (que incluye los desplegados para validar fraudes) se ha devaluado porque perdió credibilidad y se menospreció la congruencia. Ese sí es un problema estructural, porque las élites económicas siempre tuvieron problemas para conversar con las mayorías y eran los intelectuales les servían de puente, a través de los medios y los políticos. Pero si el discurso de las élites económicas ya no puede ser validado por ellos; si firmar desplegados ya no tiene el mismo impacto de antes, cualquiera de los que firman cheques a su nombre podría preguntarse: ¿para qué seguir dándoles dinero si ya no tiene el mismo efecto?

Los intelectuales construyeron atajos a las élites económicas para conversar con las mayorías. Les dieron argumentos para mantenerse moralmente a salvo mientras se apoderaban de los gobiernos y de, claro, los bienes nacionales. Pero si esos atajos llevan a pantanos; si esos atajos ya no convencen, como convencían, a millones de personas, ¿qué van a hacer ahora?

Para empezar, deja de ser una relación gana-gana. Quizás sea el momento en el que las élites económicas se construyan una nueva base intelectual que les refresque el discurso, porque el que usaron exitosamente desde Salinas hasta 2018 ya no les sirve ahora o les sirve menos: se ha desgastado y se ha podrido porque está demasiado exhibido, y es cosa de medir en las encuestas que piensan los de a pie de todo el esquema que construyeron: esa “sociedad civil” que financiaron y que utilizaron para esconder sus verdaderos intereses; esos partidos políticos (PRI-PAN-PRD) que protegieron y promovieron para estar a salvo de los que sí los ponen en peligro; esos medios de comunicación; el IFE y el INE, que tocaron a conveniencia y corrompieron para garantizarse el control de las elecciones. Nada es igual, las mayorías no les tienen confianza. ¿Y ahora? ¿Qué van a hacer ahora?

En este punto es cuando debo advertir que en México como en el mundo, hoy como hace mil años, a las élites se les ha dificultado conversar con las mayorías, pero siempre han encontrado maneras de resolverlo. Es cierto que se les dificulta la idea de que, a la hora de decidir democráticamente, cuente lo mismo su voto que el de un sujeto cualquiera, porque se han convencido que sólo ellos pagan impuestos y sólo ellos aportan al crecimiento y sólo ellos son responsables. Pero lo han resuelto.

Si el dinero siempre les ha servido para comprar medios, gobiernos, intelectuales, políticos, concesiones, impunidad, la mejor salud, el mejor tinte de cabello, al mejor cirujano o la mejor cristalería para beberse la mejor copa de vino, ¿qué les está fallando ahora? ¿Por qué no se pueden comprar la voluntad de todos esos que les recortan las uñas y les cuidan la cadera mientras suben al auto?

Y sí, es en este punto cuando advierto que las élites intelectuales son vulnerables y se debilitan con el paso del tiempo, según nos dice la historia, pero no las élites empresariales, que suelen sobrevivir con mayor facilidad en los procesos de cambio. La influencia de Krauze y Aguilar Camín no será hoy tan extendida como antes –lo siguen siendo, pero el sectores más acotados–, pero la de los grandes empresarios sí. Entonces, por lógica, el péndulo que tomó vuelo hacia la izquierda en 2018 se seguirá hasta 2024 pero en algún punto de los años por venir vendrá de regreso. Es lógico y se vale, porque somos una democracia.

La fuerza gravitacional que moverá al péndulo de regreso al centro son las élites empresariales mexicanas (y los poderes fácticos que les acompañan, históricamente), y en esta ocasión no serán los partidos desprestigiados y podridos (como el PAN, el PRI y el PRD) y mucho menos las élites intelectuales, aunque intentarán hacerse útiles. Cuando advierto que los empresarios que mueven los hilos desde 1988 han perdido un canal para conversar con las mayorías no digo que no encontrarán otro. Todo lo contrario. Las que envejecieron mal son las élites intelectuales (que en tres décadas brincaron de la izquierda a la derecha radical), pero el dinero no envejece. Encontrarán la forma de influir, y muy pronto. Es cosa de estar atentos y verán cómo se rompe el cascarón del huevo que empollan.

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Extraña manera de concluir un texto que no intenta explicar la disparidad entre esos pocos que tienen todo y esos muchos a los que les falta todo. Intentaba concentrarme en los atajos que usan las élites económicas para dialogar con las mayorías y sentirse moralmente a salvo cuando viola principios de equidad.

Quería contarles la historia de cómo Peter Ferdinand Drucker se volvió en el filósofo de la empresa moderna; en cómo provocó esa ola de libros que satura los Sanborns y que casi siempre se titulan así: “Diez ideas para lograr el éxito”, éxito en lo que quieran. La historia de cómo al final de su vida, después de dirigir grandes corporativos y producir infinidad de libros, se retiró para reflexionar en el daño que había hecho al hacerle creer a cientos de millones que el éxito dependía de echarle ganas.

Quería contarles la historia de cómo el discurso de Keith Raniere –que tanto penetró entre los malcriados cachorros del poder en México– es una vertiente de esa filosofía del “empoderamiento” y del échale-ganas-y-verás-que-triunfas. Por qué convenció a Emiliano Salinas y a otros.

Quería contarles la historia de cómo los intelectuales construyen discursos para las élites económicas y políticas y cómo se benefician ampliamente de ello. La historia de cómo el poder les hace olvidar que eran y son peones de los poderes reales, y que su imperio se construye en la credibilidad y cómo se derrumba cuando la descuidan.

Quería contarles de todo eso y será en otra ocasión. Pero si abren bien los ojos podrán ver que mucho de eso sucede en estos días. Que la Historia con mayúscula está dando una vuelta de tuerca que hay que observar sin perder detalle porque, sí, son tiempos para vivir y ver de cerca; son tiempos para ser testigos; son tiempos que serán escritos pero, en esta ocasión, no será una exclusiva de aquellos que tomaron dictado de las élites política y económica. Esos se malgastaron el aceite que suaviza los engranes de la Historia: una mezcla virtuosa de congruencia y credibilidad.