Columna de Alejandro Páez Varela
La pregunta que me hacía en 2018 es la misma que me hago hoy, ya muy avanzado 2021. Y es simple: si Andrés Manuel López Obrador logrará contener a los poderes fácticos y luego obligar su retirada. La semana pasada, SNTE, Televisa, Teletón, Emilio Azcárraga y el Presidente lanzaron un programa juntos; una noble causa. Casi siempre es loable una noble causa, por supuesto. Pero esos poderes (la televisora y el sindicato-pantalla-para-robar) son los que AMLO había prometido encapsular y luego sacar de los presupuestos de la Nación. Ahora les da tribuna. No voy a ocultar que sentí desilusión.
Quizás los más jóvenes no recuerdan que López Obrador fue un látigo de esos intereses cuando era un líder opositor. Casi siempre es loable una noble causa, por supuesto, pero no siempre: en 2006, cómo olvidar, fueron parte de una “noble causa” más –y así la vendieron–: el “fraude patriótico”, cometido en contra del ahora Presidente y en contra de los mexicanos. Ayudaron a imponer a Felipe Calderón y ustedes conocen las consecuencias que trajo a México esa imposición. La “noble causa” del Teletón fue sacar dinero de los programas sociales de los gobiernos de PAN y PRI (ahora PRIAN) y administrarlos a su antojo y sin ninguna fiscalización. Y de Emilio Azcárraga, qué les cuento. De eso sabe mucho López Obrador. Y lo denunció en su momento.
Quizás el único poder que el Presidente ha enfrentado es el mediático. Enfrentado… a medias. Exhibe lo que Enrique Peña Nieto, Calderón y Vicente Fox le dieron a Reforma y a El Universal en publicidad oficial pero no dice que actualmente le da gran parte de la publicidad oficial a Televisa, Azteca y La Jornada. Se generaliza cuando se denuesta a los periodistas, y los columnistas que no eran ejemplo para nadie y que ya nadie leía se han revaluado con los ataques, o pregunte quiénes han salido por la puerta detrás de sus medios. Nadie.
Y lo peor es que esos medios y periodistas que todos sabíamos que tenían relación con, al menos, Genaro García Luna, Calderón o Peña Nieto, muy probablemente sobrevivirán con todo y sus prácticas a este sexenio. A esos gallos no les habrán quitado ni una sola pluma mientras el otro gallo sueña con que se irá a su rancho: no, lo obligarán a quedarse acá para defenderse porque se le irán a la yugular, como se le van ahorita, porque López Obrador lo ha hecho parecer con un asunto personal. Es él contra ellos, pues. Debió ser la razón contra la desvergüenza, pero no. Se personalizó y se convirtió en un tema entre dos o de uno contra varios.
Casi todos los banqueros de hoy fueron impuestos por Carlos Salinas. Los hombres más ricos de México vienen de la era Carlos Salinas. Las grandes empresas de México hoy le deben algo al salinismo y los líderes sindicales que dejó el llamado “padre de la desigualdad” se murieron de viejos y fueron sustituidos por iguales o peores. El Poder Judicial sigue siendo corrupto y todopoderoso y en resumen: la estructura del país, sustentada en los poderes fácticos de los últimos 40 años de neoliberalismo, siguen sólidas y desafiantes.
Cuando el Presidente anunció que atajar la corrupción sería el corazón de su Gobierno yo vi el primer paso: encapsular a los poderosos, ponerlos en espera. Pero no vino el zarpazo, es decir: no se puso manos en la obra y los grandes corruptos de sexenios anteriores siguen disfrutando del dinero mal habido y pongo un solo ejemplo: ¿con qué se paga Enrique Peña Nieto los viajes en vuelos particulares entre Europa y América? ¿Cómo puede vivir rodeado de lujos y pagar pensiones multimillonarias?
Quizás no sea esto lo que los seguidores de López Obrador quisieran escuchar o leer, pero deben hacerlo. Porque los únicos que pueden advertirle al Presidente no son los medios, que están más que descalificados; no son los que lo rodean o que asisten a sus actos. Son los lopezobradoristas. Hace falta que otro ciclista alcance el auto de Andrés Manuel y le grite: “¡No nos vayas a fallar!”, porque eso lo recuerda muy bien. Hace falta que desde el mismo movimiento se levante la voz y se le advierta al líder del Estado mexicano que necesita mostrar músculo. Y no por mostrarlo, simplemente, sino porque este país debe dejar de oler a impunidad.
Porque sí, el aire huele a impunidad. Y el Presidente necesita saberlo. Aunque hay quienes defienden que suba a la tribuna a Televisa, a Azcárraga, al SNTE o al Teletón porque ven “una causa noble”, otros deben superar esa especie de tabú que existe en el movimiento lopezobradorista; ese temor a señalar errores. Por el bien del mismo movimiento lopezobradorista. Todavía hay mucho sexenio para enmendar. Todavía es posible agarrar a varios pesos pesados, rateros vulgares, para ponerlos de ejemplo. Yo salí a criticar ese evento de Televisa-Azcárraga-Teletón-SNTE y me cayeron a palos. Y es porque la crítica debe venir de adentro del movimiento y López Obrador debe aceptarlo y promoverlo por una razón: porque le conviene.
Los poderes fácticos son hábiles para colarse con “causas nobles”. El nombre de Roberto Hernández, a quien Fox perdonó todos los impuestos de la venta de Banamex-Accival, está en todos los museos de México por sus “causas nobles”. La próxima vez que vaya a un museo, busque la placa de bronce más grande a la entrada y allí lo encontrará: ROBERTO HERNÁNDEZ. Y es porque se la pasa de “causa noble” en “causa noble”. Y es uno de los mayores beneficiarios del salinismo. Y es uno de los que financiaron el fraude de 2006. ¡Su nombre está en todos los museos del país! Qué cosa.
Serán de bronce pero no, ellos no son nobles. Son lo que son. Y discúlpenme de antemano porque no voy a ocultar mi desilusión cada vez que el Presidente los suban a la tribuna. Alguien cerca del Presidente debe decirle cómo se ve desde acá. Alguien debe recordarle que el día en que no tenga poder, esos que abraza por sus “causas nobles” serán los primeros en darle la puñalada. No son nobles, me cae. Esos no.