Figuras que pierden el piso
Escribe José Ojeda Bustamante
“Siglos de siglos y sólo en el presente ocurren los hechos”
Jorge Luis Borges.
Continuamos el análisis de la coyuntura nacional y de la vida democrática de nuestro país, ahora realizando un acercamiento a los partidos políticos, esa institución fundamental de la vida democrática, que, sin embargo, parece un tanto desconectada del sentir ciudadano.
Un día sí y otro también se dan a conocer, diversos escándalos en torno a la designación de candidatos en el abanico partidario que dejan mucho que desear, sea a nivel municipal, para una diputación local o bien para un escaño en el Congreso Federal.
Algunos botones de muestra: un candidato buscado por la DEA, otro que tiene denuncias por acoso sexual; uno más que se dice cuota indígena, sin serlo a todas luces: juanitos y juanitas modernas; artistas de la farándula venidos a menos y chapulines que buscan eternizarse en un cargo popular son muestra de la miscelánea nuestra de cada día. ¿Nos lo merecemos? ¿Qué no existen otros?
Reconozcámoslo, criticar a los partidos políticos es, en varios países, incluidos el nuestro, un deporte nacional. Y no nos falta razón para ello.
Secuestrados por las élites y los poderes fácticos hasta hace unos años, antes de la aparición de ese movimiento-partido llamado MORENA; el PRI, PAN Y PRD vivían pensando en cuotas de poder medidas en cargos, actuando como organizaciones profesionales que necesitaban maximizar sus votos para poder operar en el sistema político. De ahí su concurrencia a las elecciones, no por el interés genuino de representar la voluntad popular, sino por la ambición de ocupar un cargo y medrar con éste.
Ocurrida la alternancia partidaria a nivel presidencial, con un cambio notable en la correlación de fuerzas, parecía que las cosas cambiarían y sin embargo, cual mito de Sísifo resulta que subimos la cuesta democrática para llegar a la cima y caernos estrepitosamente de ella –pareciera-, regresando al punto inicial para algunos críticos de la actual administración. ¿Déjà vu democrático? ¿Eterno retorno?
Dicho lo anterior, mencionaré una realidad cruda pero necesaria, porque la ciudadanía olvida que si hay algo parecido a ella son precisamente sus políticos y las instituciones que crean y se recrean, ya que no son ángeles quienes aprueban o legislan leyes, sino humanos de carne y hueso con pasiones, emociones y ambiciones. En resumen, salen de nuestra misma sociedad, ciudadanos y vecinos muchos de ellos.
Dicho sin metáforas: es un lujo de desentendidos dedicar nuestro tiempo a un asunto particular —sea tan parcial como la defensa de un colectivo o de mayor calado como la libertad en las redes sociales o acciones de adaptabilidad ante el cambio climático— que implica como elemento de legitimación la dura crítica del papel de las autoridades al respecto, pero que en ningún momento contempla el cómo vamos a sustituir la función que hacen esos partidos en la gestión del Estado, ni el contrapeso real ejercido. ¿Tenemos partidos fuertes? ¡Los necesitamos!
Al respecto cabría prestar atención a lo que menciona el filósofo Enrique Dussel con justa razón cuando insiste que un partido político no es meramente una maquinaria electoral, sino una escuela de política debidamente institucionalizada.
Dice Dussel y lo comparto, que “si queremos una nueva política, necesitamos nuevos políticos”. Y ante la pregunta “¿De dónde los sacamos? Cabría responder que si los sacamos de la costumbre, repetimos lo mismo, inevitablemente”, aun cuando la intención sea hacer algo distinto; y esto ocurre, porque se desatiende la formación política, pero también la participación ciudadana y la institucionalización de los partidos en su vida interna y en los procesos de selección de sus cuadros y candidatos. Crítica razonada y valida, ya que él mismo ha tenido una postura en contra de los mecanismos de selección de candidatos al interior del partido, del cual forma parte. MORENA.
Hay una realidad que es menester reconocer; el Estado democrático mexicano no ha decaído como azuzan aves de malas tempestades que auguran regresiones autoritarias. Y es que pese a la rispidez y polarización en el debate público que vivimos, existe una plena garantía de los principales derechos de libertad, la existencia de varios partidos en competencia; elecciones periódicas y sufragio universal; así como decisiones colectivas o concertadas tomadas con base en el principio de mayoría. Y sobre todo que se dirimen algunas diferencias institucionales en la vitrina publica, no en la caja negra que se resiste a desaparecer, ojalá no se pierda este elemento fundamental, hacer más público lo público.
También la ciudadanía que desea actuar cuenta ahora con muchos más espacios y mecanismos que en el pasado: hay libertad de expresión, acceso a la información, un sistema legal (que a veces funciona), algunos medios de comunicación independientes y las “benditas” redes sociales.
Por tanto, aunque los partidos políticos han elegido de manera errática algunos perfiles que han de representarnos, bien nos cabría reflexionar como ciudadanos, la manera en la cual podemos influir en la institucionalización de los mismos, fomentando así la salud y oxigenación de nuestra democracia.
A menudo, en la construcción democrática diaria es necesario dar pasos modestos, no tan relucientes, pero necesarios, estructurales y efectivos. En esta agenda es donde discurre la propuesta de contribuir desde la trinchera ciudadana a presionar por la existencia de una vida institucional y democrática al interior de nuestros partidos ¡Necesitamos partidos políticos fuertes, consolidados, de contrapeso!
@ojedapepe