¿Qué te hicieron, mi estadio Azteca?

¿Qué te hicieron, mi estadio Azteca?
Alfredo González

Once años tenía cuando mi padre dijo visiblemente emocionado -¡Mi chango, busca la playera de Jorge Campos, agarra tu bandera que el domingo nos vamos al Azteca a ver a la Selección Mexicana!-. De inmediato rodó una lágrima por mi mejilla, ¡por fin iba a conocer el estadio Azteca!

Debo decir que el viaje desde Puebla no comenzó de la mejor manera. Rumbo a la Ciudad de México, hicimos varias paradas en la carretera. Mi tío, afectado por la falta de refresco de Cola la noche anterior, tenía inconvenientes y pedía cada 10 minutos que el carro se detuviera. Recuerdo que tardamos más de 4 horas para llegar al Coloso de Santa Úrsula, una eternidad entre súplicas de silencio por la resaca, un padre histérico porque ya se hacía tarde y un chamaco de 11 años ansioso e inquieto. 

El techo del estadio se asomaba tibiamente entre las casas de la Calzada de Tlalpan. El marco era imponente. Playeras verdes por todos lados, sol que pegada a plomo, banderas tricolores con el característico “lleve la bandera, la bandera, la bandera”. Había caras pintadas, mariachis en la explanada y unas fantásticas gorras rojas que regalaba Acdelco. En la cancha México tenía lo suyo con jugadores de pie exquisito como Alberto García Aspe, Benjamín Galindo, Pável Pardo y un folclórico arquero como Jorge Campos. Todos eran aplaudidos por el simpático Aguigol, una botarga que iba dando la vuelta olímpica con la bandera Tricolor. 

México goleó 5-0 a El Salvador prácticamente sin despeinarse. A pesar de enfrentarse a Cerritos y Cienfuegos, referentes de La Selecta, el Tri de Bora Milutinovic fue implacable. Doblete del ‘Maestro’ Galindo junto a tantos de Aspe, Luis García y Zague, redondearon la tarde ante 112 mil espectadores. 

Esta era mi motivación para asistir el jueves pasado, ahora con mi hija para transmitirle lo que era ver a la selección en el estadio Azteca. Confieso, mi decepción fue inmensa. No sé en dónde quedaron esas tardes en las que el Azteca era un fortín que se llenaba de verde, con banderas en todo lo alto, con afición cantando el Cielito Lindo, presionando al rival. Playeras negras, rosas, blancas y uno que otro con la camisa godín. Hoy el estadio ya no se pinta de verde y lo entendemos cuando la mercadotecnia se sobrepone a la identidad. En la cancha, por supuesto no era la excepción. Jugadores de ‘élite’ sin ese cobijo, apáticos y un técnico que va perdiendo las ideas conforme se acerca la Copa del Mundo y bueno, con una playera negra con rosa espantosa.

La tribuna cada vez se aleja más por las desafortunadas remodelaciones que se han hecho en los últimos años. Ahí se toma cerveza, se baila reggaetón, se grita put&@, se toma la selfie, se hacen tik toks, se echa unas cervecitas pero se ignora quienes son los Luis Hernández, los Cuauhtémoc Blanco, los Jared Borgetti, los Beto Aspe. No hay rastro de ellos. Hay invitados comerciales y gente que le interesa cualquier cosa menos apoyar a su selección y crear un ambiente hostil para el rival. Al medio tiempo se organizan dinámicas al vapor y se pone de fondo canciones en inglés como si se tratara de apapachar a Estados Unidos. A la entrada te topas con un bar que te regala experiencia, novedad pero cero identidad. 

En fin, metemos al máximo rival del área a un escenario cómodo, a las 8 de la noche, ante la mitad del estadio que pesa como si estuvieran 5 mil personas, en un clima agradable que hasta al mismo Landon Donovan le sorprendió. Sí, aquel que preguntaba ¿en dónde está México? rumbo a Alemania 2006, aquel que nos echó en Corea-Japón 2002. Algo estamos haciendo mal.

¿Qué te hicieron, mi estadio Azteca?

 

Por Alfredo González

@AlfredoGL15