La Fuente por Fabián Robles
A principios de esta semana la revista Gatopardo publicó un extraordinario reportaje elaborado por alumnos de la maestría en periodismo del CIDE, en el que dan cuenta –con sólo un caso- de cómo en el gobierno de Alfonso Sánchez Anaya se “fabricaban” responsables de secuestros, cuyos familiares claman por la libertad de sus consanguíneos y porque se haga justicia después de 20 años.
El tema, de por sí delicado, cobra mayor fuerza sobre todo porque este miércoles, desde Palacio Nacional, el presidente revivió el montaje realizado sobre la supuesta detención de la ciudadana francesa Florence Cassez e Israel Vallarta –acusados de secuestro-, transmitido en vivo durante el noticiero de Carlos Loret de Mola en Televisa, en diciembre de 2005.
Pero centrémonos en el caso de Tlaxcala.
Presentar esa investigación periodística en las páginas de Gatopardo llevó a los colegas del CIDE medio año: revisaron expedientes, retomaron información de lo que en algún momento publicamos varios reporteros de Tlaxcala sobre los secuestros de la época, consiguieron testimonios de los protagonistas y reconstruyeron la historia sobre la detención de Los Kempes.
El reportaje sirve para comprobar cómo fue que en el sexenio del entonces perredista Alfonso Sánchez Anaya –hoy convertido al morenismo y titular de la Unidad de Administración y Finanzas de la Secretaría de Gobernación- se montaban operativos de rescate de víctimas de secuestro y se fabricaban culpables.
Cierto, no en todos los casos ocurridos esa época ocurría lo mismo. Hubo plagios verdaderos, víctimas de carne y hueso que aun padecen las secuelas de esos eventos, y también responsables que hoy siguen purgando condenas, pero además delincuentes que recobraron su libertad en condiciones en extremo sospechosas (el de Francisco Juárez Fernández es sólo uno).
Pero la razón de los montajes y la fabricación de culpables tienen una sola razón de ser: entre los años 1999 y 2003 sentó sus reales en Tlaxcala el tristemente célebre Edgar Enrique Bayardo del Villar. Coincidentemente, en esos tiempos en la entidad floreció como nunca la industria del secuestro.
Recomendado por Maricarmen Ramírez a su consorte Alfonso Sánchez Anaya, el exinspector de la División Antidrogas de la Policía Federal llegó al estado para fungir como subprocurador de justicia.
Pero Edgar Enrique no era un policía cualquiera: sus nexos con el crimen organizado hablan por él: fue colaborador confeso del narcotraficante Ismael “El Mayo” Zambada y terminó por convertirse en testigo protegido durante el sexenio del panista Felipe Calderón, hasta el día en que fue asesinado en un Starbucks, en la colonia Del Valle de la Ciudad de México.
Por si fuera poco, lazos sanguíneos lo ligaban profundamente a Mario Alberto, líder de la peligrosa banda de secuestradores conocida como Los Bayardo. Fueron tío y sobrino.
Pero Bayardo del Villar no llegó solo Tlaxcala, trajo consigo a Eduardo Osorno Lara, a quien colocó como director de la entonces policía judicial: un hombre de negro historial, señalado de fungir como mediador para una reunión cumbre entre los capos Ramón Arellano Félix y Amado Carrillo Fuentes “El señor de los cielos”. También terminó como testigo protegido.
Con ellos llegó un sujeto llamado Nicolás Escutia, experto en tortura. Para apuntalarse –según escribió el columnista Carlos Ramírez el 15 de noviembre de 2000- convirtieron la policía judicial “en un santuario y en un refugio” de exagentes de la Dirección Federal de Seguridad acusados de proteger a narcotraficantes.
Ese grupo se enseñoreó en la Procuraduría General de Justicia del Estado, en ese tiempo al mando de Eduardo Medel Quiroz. Hubo al menos 18 secuestros, de los cuales se resolvieron 16, sólo que…del dinero pagado por los familiares de las víctimas no se supo nada.
Las sospechas todas apuntaban a Bayardo del Villar y “su” gente como los presuntos responsables. Pero ellos, de manera inteligente, montaron operativos de rescate de víctimas y “fabricaron” culpables.
Les convenía tender esas cortinas de humo para desviar los reflectores en su contra y demostrar a la sociedad tlaxcalteca que sí daban resultados para frenar la ola de plagios. La presión era mucha, sobre todo por parte de representantes de la iniciativa privada que exigía detener ese flagelo.
Con el trabajo publicado en la revista Gatopardo se confirman las sospechas de cómo actuaban esos personajes.
Y sí, aquí también hubo montajes de rescate de víctimas y detención “en flagrancia” de secuestradores. Las amistades que tejió Edgar Enrique Bayardo del Villar con algunos colegas, lo saben bien y conocen los detalles.
@farotlax