La Fuente escribe Fabián Robles
El discurso triunfalista propalado por Noé Rodríguez Roldán a finales de la semana pasada no cayó nada bien entre los priistas. Bueno, al menos no entre los pocos que sí hicieron la tarea en el pasado proceso electoral y que creyeron en el proyecto de Anabell Ávalos Zempoalteca.
Ese grupo minoritario se pregunta cómo es posible que el dirigente estatal del Partido Revolucionario Institucional (PRI) haya salido a festejar la pírrica victoria obtenida en las urnas el pasado 6 de junio: nueve presidencias municipales, dos curules vía representación proporcional y sólo una diputación por mayoría; esta última, gracias a que fueron en coalición que si no…
Esos números ubican al calpulalpense como uno de los peores dirigentes que haya tenido el tricolor en toda su historia en la entidad. Con él al frente del partido y con Marco Antonio Mena Rodríguez como “primer priista en el estado”, nada más perdieron la gubernatura, 14 distritos electorales locales, los tres federales y 51 alcaldías. Casi nada.
A eso habrá que sumarle que, por primera vez en su historia, el PRI no quiso postular a candidato alguno a la presidencia de Huamantla. Cierto, no había tela de dónde cortar, pues la caballada estaba famélica, pero soslayaron a la militancia del municipio más grande del estado.
Ahí, en Huamantla, por capricho de Beatriz Paredes Rangel, fue impuesto como candidato por el PAN, Humberto Macías, a la sazón auxiliar de la exgobernadora en el Senado de la República.
Por eso, por las traiciones y simulaciones de muchos priistas, es que para la poca militancia fiel, las palabras de Noé Rodríguez más bien tienen un ácido sabor irónico, sino es que de venganza, porque el exdiputado local quiso ser el candidato a gobernador, pero no lo dejaron y ni siquiera una diputación plurinominal le dieron como premio de consolación.
Los 105 mil 407 votos que le aportó el PRI a la causa de Anabell Ávalos saben a nada, después de ser el otrora partidazo, por décadas invencible y que tras dos gobiernos priistas –el de Mariano González Zarur y el propio Marco Antonio Mena- esperaban que se mantuviera en el poder por otros años más.
Tras los comicios de 2018, cuando el priismo tlaxcalteca sufrió el primer gran descalabro a manos de Morena, el entonces dirigente de ese partido, Roberto Lima Morales, habló de traiciones y que los Judas serían sancionados. Nunca lo hizo, pero el consuelo que les queda a los tricolores es que cuando menos una promesa hubo.
A diferencia de entonces, ahora ni siquiera eso hubo. De manera contradictoria los priistas tuvieron que tragarse el discurso triunfalista sustentado en dos palabras, que ahora les suenan más falsas que un billete de 30 pesos: “fuertes y unidos”.
Cierto también es que muchos de quienes ahora lamentan lo perdido y reparten culpas, no tienen el valor de decirlo públicamente. No lo hacen porque la simulación fue su conducta y ahora no quieren escupir al cielo.
Algunos todavía siguen defendiendo a quienes le dieron la espalda a su candidata para irse al patio de enfrente. Incluso, hay quien ve a “Maxito” como un buen prospecto para hacer carrera en las filas morenistas y ya hasta lo han “destapado” como el sucesor natural de Jorge Corichi en el municipio capitalino.
@farotlax