Máscaras escribe Jesús Olmos
A pocas horas de la llegada de los Reyes Magos, un grupo de comensales de un centro comercial fueron testigos de un intento de robo.
Luego de verse rodeada por docena de policías, la mujer fue consignada ante las autoridades por intentar sustraer de la tienda el paquete de un excéntrico juguete. Lo encontró en medio de la tienda, lo envolvió en la bolsa de la misma e intentó salir por la puerta como si nada hubiera pasado, cuando fue interceptada.
El hecho llamó la atención de todos quienes se hallaban alrededor realizando compras o quienes buscaban ayudar a los Reyes Magos a realizar las suyas.
Las versiones comenzaron a correr: las empleadas de la tienda aseguraron haber visto a la mujer en otros momentos, por lo que era muy probable que hubiera cazado el producto que se intentó sustraer y que fuera para cumplir con la cartita de Reyes de un pequeño muy exigente.
Argumentaban que se trataba de un objeto específico y dijeron que pudo haber intentado sustraer la enorme caja para que llegara, quizás, a su hogar.
Otros extraños que pasaban por ahí cuchichearon que posiblemente se trataba de un robo para alguien más. Al comercializar la pieza, la mujer podía obtener hasta 8 mil pesos, de acuerdo al costo del juguete que quiso llevarse y, con ello, llevar lo necesario a su casa en estas fechas de dificultades y retos.
Otros más la etiquetaron de ser una vulgar ladrona que intentó hurtar algo que no era suyo y que, por más loable que fuera la causa, nada justificaba la comisión de una conducta delictiva.
En estos tres grupos de observadores, solo una persona pensó en la solución: comprarle el producto para que la mujer no fuera a la cárcel y la persona a quien fuera dirigida lo obtuviera, sin importar el contexto más allá.
La moción no alcanzó a hacer mucho eco y las cosas no se movieron, la mujer no pudo pagar el objeto, los policías la esposaron y la sacaron del lugar en medio de un operativo digno de un capo de la mafia.
La verdad es que el episodio sólo puede recordarse con tristeza, porque la mujer -que habría rondado los 40 años- pudo haber sido una madre que dejó a sus hijos sin algo que recibir en estas fechas, pero ahora los menores no gozarán de ella por lo que pudo ser el mayor regalo.
No sé si mis padres o los padres de quienes lean este texto serían capaces de romper de tal forma las normas legales para dibujar una sonrisa a sus hijos, si lo harían por necesidad o si por alguna apuración tomarían el camino fácil, pero en un país tan desigual podemos imaginar que como estas historias que todos hicimos sobre una mujer abandonada a su suerte en un centro comercial se están escribiendo, quizás, miles o cientos de miles más por todo nuestro territorio.
Más coraje dan estas historias, mientras recordamos que algún grupo de nuestros gobernantes le pagaban la vida en París a sus influencers favoritos con cargo al erario público.
@Olmosarcos_