Crisis y rapiña

Crisis y rapiña
Jesús Olmos
Máscaras

Máscaras escribe Jesús Olmos 

A principios de 2017 sale Rafael Moreno Valle de la gubernatura marcada por un modelo dictatorial, llegó Tony Gali un continuador de la obra del que fuera su jefe. Le sucedió por unos días Martha Erika Alonso, hasta su fatal desenlace en un accidente aéreo y Jesús Rodríguez Almeyda quedó como titular del Ejecutivo al paso de los días. Luego el Congreso colocó a Guillermo Pacheco Pulido como interino y finalmente Miguel Barbosa fue electo en 2019.

Para el 2020 llegaría la terrible pandemia de Covid-19 y hasta nuestros días, dos años y meses después, aún se aprecian los estragos, y algunas medidas parecen haberse instalado para quedarse por mucho tiempo.

En los últimos 6 años, con 6 personajes al frente del Ejecutivo, Puebla ha vivido una vorágine política, pausada por la crisis sanitaria. Tiempos oscuros, propicios para la rapiña y la depravación de algunos.   

Apenas se aliviaron las medidas sanitarias y parece que se soltaron los demonios, envueltos en sus mantos públicos, haciendo de sus victorias las derrotas de todos.  

En este punto, brota una bien sustentado reportaje contra el coordinador de los diputados federales de Morena, Ignacio Mier Velazco, un priista trasnochado que parece fingir todos los días los postulados de la Cuarta Transformación. Alguien que, por igual puede ser aliado del panismo morenovallista que del tricolor moreirista, en su afán de hacerse más poder.

Es imposible desligar a Mier, de su operador de medios de comunicación, un polémico personaje con una lista interminable de agravios en contra de políticos, otros miembros de la prensa, padres de personas desaparecidas, familias de mujeres ultrajadas, colectivos feministas, organizaciones públicas y privadas, y hasta migrantes. Poblanos en cada sector de la sociedad estigmatizados, han padecido su estilo petulante de “informar”, bajo un solo principio y fin: los números.

Con una cantidad impresionante de agravios, este personaje encarna un profundo repudio, disfrazado de desprecio, alejado de la ética y el decoro para ejercer.

Al comunicador en mención, miembros de la clase política han descrito como “un mal necesario”. Por la noche lo han usado y reproducido, en la madrugada lo han alimentado, y a la mañana siguiente se lamentan por el daño que causa a la sociedad su discurso.

A este señor, le gusta preciarse de ser un “administrador de reputaciones”, pero no entiende la delgada línea entre su éxito, que ostentaría en su bonanza inmobiliaria, y el perjuicio que causa tanto a la credibilidad de los medios de comunicación, como a la convivencia social y el diálogo.

En el periodismo como en la vida hay quienes usan las herramientas a su alcance para mejorar algo en la sociedad, para luchar contra la injusticia o para exhibir lo que no les gusta del presente. También hay quienes buscan hacerse de dinero y poder, sin mediar en los métodos, pasando por encima de quien sea y de lo que sea, hasta de sus seres queridos.

Ahí es donde encuentro el límite de lo que hace su sitio y la línea que jamás voy a cruzar.

 

@Olmosarcos_