Máscaras escribe Jesús Olmos
Se sentaron en la mesa de la cocina y se pusieron a conversar al terminar de comer.
Como es lo común en la mayoría de las pláticas familiares desde hace 28 meses en Puebla, hablaron de cada detalle de la pandemia de Covid-19.
Uno a uno, los miembros de la familia López ofrecieron datos, contaron anécdotas y hablaron de lo abrumadora que ha sido la pandemia para una familia de tantas en este país, cuyos ingresos pendieron de un hilo por el aislamiento y el miedo a la enfermedad de los más vulnerables.
Explicaron cómo hicieron para estirar en la medida de lo posible la pensión del primo con discapacidad, el fondo de retiro de la abuela, lo que sale a diario de un negocito familiar de venta de antojitos y lo que mandan sus hijos, uno que vive en Hermosillo y otra en Cancún, Quintana Roo.
Juanjo, a quien poco se le ha pegado el acento norteño, se limitó a decir que la pandemia lo trató con crueldad y que le tocó ver caer a varios compañeros en la procesadora de alimentos en la que labora.
Estela, la hija que habita en el paraíso hotelero, sorprendió a todos por lo estremecedor de su relato, sobre su contagio y los efectos que tuvo la pandemia en la industria hotelera.
Acá su historia:
“Me contagié en temporada alta, pero de alta no tenía ni rastro, había muy poca gente en ese gigantesco complejo de edificios y todo era muy estricto y controlado.
“En el trabajo, los directivos nos dijeron que habría los permisos necesarios ante cualquier contagio cercano, que nos permitirían tener acceso a pruebas y que la empresa aseguraba nuestros empleos. Lo cierto fue que, contrario a lo que prometieron, no hubo tales pruebas ni permisos; los compañeros que fueron dando positivo iban perdiendo su ingreso, hubo una enorme cantidad de recortes, así que me olvidé de las restricciones y fui a trabajar así, contagiada, con la preocupación de lo que pasaba en casa.
“La verdad es que no podía darme el lujo de perder mi empleo, estar lejos y quedarme sin dinero para comer o para enviar a mi mamá.
“Así que con todo y la gripa, algunos malestares, me fui cada uno de los días que estuve enferma al hotel, trataba de convivir lo menos posible con todos y creo que no alcancé a contagiar a nadie”.
Entonces, hizo una pausa y enseguida dijo la frase que se quedó grabada en todos los de la mesa: “contagiar es un privilegio, andar por las calles, en reuniones, de fiesta o de paseo, todo ello es de privilegiados. Trabajar contagiado es lo que demuestra qué tan profunda es la desigualdad y que tan huecas son las cosas en este país”.
Hubo un silencio oscuro en la mesa, corrían unas ganas de reconfortar a aquella chica que optó por vivir alejada de su familia para ganarse el sustento y apoyarlos en tiempos difíciles, que tomó desiciones difíciles lejos para salvar lo que consideraba suyo y que sigue con la esperanza de que los suyos reciban lo mejor del futuro.
Queda claro lo alejado que está la realidad de lo que hablamos en los medios y lo que promueven los Gobiernos. El drama de la pandemia nos rebasó.
@Olmosarcos_