Máscaras escribe Jesús Olmos
Son solo dos horas en camión y un puñado de estaciones del Metro para llegar al mítico Centro Histórico de la Ciudad de México. Ahí, la Catedral Metropolitana, el Palacio del Ayuntamiento, el Templo Mayor y el Palacio Nacional cuidan celosamente la plancha del Zócalo, un sitio en donde han convergido cientos de miles para departir sobre música, historia, política, por fe o hasta en batalla.
El pasado viernes, el cantautor catalán Joan Manuel Serrat se presentó, en el que será el último concierto que ofrezca en este mítico escenario, en su larga y exitosa carrera.
La noche anterior, en los principales medios de comunicación del país, había aparecido una imagen suya, junto al presidente Andrés Manuel López Obrador desde un palco del Palacio Nacional, mirando al sitio en donde al día siguiente ofrecería su presentación.
“Es poesía pura”, decía AMLO, mientras Serrat aparecía en una imagen viendo los murales que pintó Diego Rivera y que cuentan la historia de México.
La cita comenzó a las 8 de la noche en punto, entre una delgada lluvia, Serrat entonó sus melodías clásicas, desde Mediterráneo, Señora o Penélope, al mismo tiempo que otras más entrañables como El Carrusel del Furo, Aquellas Pequeñas Cosas, Es Caprichoso el Azar o Esos Locos Bajitos.
“Ustedes habrán escuchado decir que estamos celebrando un concierto de despedida, no hagan caso, esto es una fiesta. Aparten cualquier atisbo de melancolía, a partir de ahora, todo, absolutamente todo, es futuro”, dijo ante su público rebosante en la plaza mayor del país.
Ahí también, un emotivo Serrat mostró el que ha sido un lado muy atractivo para que sus canciones hagan eco en los movimientos sociales del último cuarto de siglo pasado y hasta nuestros días.
Antes de entonar Nanas de la Cebolla, recordó que este poema escrito por Miguel Hernández a su esposa e hijos desde la cárcel en 1938, fue musicalizado para que él lo convirtiera en uno de sus estandartes. Ya situado en la Guerra Civil Española, emocionó a los 80 mil asistentes al recinto abierto al ritmo de Para la libertad, lo que casi fuera una solicitud presidencial.
Luego siguió, Pare, un tema con medio siglo de historia, pero más vigente que nunca. Su discurso parecía más una queja contra el hombre que lo recibió apenas una noche antes, señalado constantemente por abandonar las mejores causas de nuestro tiempo en favor de un planeta doliente.
Luego con Algo Personal, ironizó sobre el Fondo Monetario Internacional y la clase política en general. Tiranos, hipócritas, sicarios del mal y otras tantas alegorías para quien las quisiera escuchar.
“Entre esos tipos y yo hay algo personal”, es un frase que nos deja y que valdrá la pena recordar.
@Olmosarcos_