Rúbrica por Aurelio Contreras Moreno
Ni el brutal derroche y desvío de recursos, ni el acarreo descarado, y ni siquiera la “inversión” en sus clientelas electorales a través de los programas sociales, lograron que el régimen de la autoproclamada “cuarta transformación” sacara a las calles masivamente a los mexicanos para validar la supuesta “ratificación” del mandato del presidente Andrés Manuel López Obrador.
De acuerdo con las tendencias dadas a conocer por el Instituto Nacional Electoral (INE) a partir de su conteo rápido –que ha demostrado ser completamente confiable-, la participación ciudadana en el ejercicio de este domingo oscila entre 17 y 18.2 por ciento, lo que equivale a unos 17 millones de votantes, de los cuales unos 14 millones votaron en favor de la permanencia de López Obrador en la Presidencia, entre los que hay que sumar a quienes fueron coaccionados para hacerlo mediante la amenaza de perder sus becas y pensiones, y hasta sus empleos. A lo priista.
Aunque el régimen no lo aceptará, esto representa un durísimo golpe para el presidente. Y es así no solo porque no es ni la mitad de la mítica cifra de 30 millones que logró en 2018, sino porque al haber desvirtuado el sentido verdadero de esta figura y tergiversar la consulta hacia una pretendida “ratificación” –para lo cual aplica un referendo, no una revocación-, el desinterés ciudadano demostrado con la escasa participación es un termómetro muy claro del desgaste de López Obrador y de todo su gobierno, al no concitar el apoyo popular en las urnas que las encuestas que lo encumbran harían suponer que tiene. La realidad parece ser otra.
Además, a diferencia del otro espantajo que fue la consulta para “enjuiciar a los ex presidentes”, esta vez López Obrador sí apareció en la boleta y por si fuera poco, sin contrincante al frente. Como en la elección presidencial de 1976, la oposición se retiró de la contienda –por razones muy parecidas a las de hace 46 años- y el presidente fue solo a un ejercicio electoral que nunca estuvo en peligro de perder –igual que López Portillo-, pero que no recibió la legitimidad que da la participación ciudadana efectiva.
En lugar de recapitular, la “4t” ha soltado una serie de excusas -el consuelo de los pendejos, dice una conseja popular- para intentar esconder el fracaso que ha implicado este resultado.
Ahora juran que la baja participación y el desplome de la votación para López Obrador se deben a que no se instaló el mismo número de casillas que en la elección federal constitucional. Y aunque eso sin duda influye, si el ánimo pro-AMLO fuera el que dicen que existe, si el apoyo popular se mantuviera a la alza o por lo menos en los porcentajes que aseguran que tiene, la gente se habría volcado a las calles como en 2018. Pero las imágenes de las casillas y las urnas vacías en donde no hicieron operativos de acarreo, hablan por sí mismas de lo que son en este preciso momento.
Y como era también previsible, la “4t” dirige sus dardos envenenados contra el INE, sin importarles que organizó de manera ejemplar un ejercicio para el que le fueron negados los recursos necesarios y que aun así, sacó adelante con precisión y eficiencia.
Lo que veremos en los días por venir será una violenta campaña del régimen contra el Instituto Nacional Electoral, contra todos los organismos autónomos y contra cualquiera que se oponga a sus afanes por imponer una restauración del viejo régimen autoritario.
Pero por hoy, el electorado ha dado un ejemplo de lo que tiene capacidad de hacer. El desaire ciudadano al populismo megalómano ha dado una rotunda lección. Y algo más quedó de manifiesto: los tramposos no son imbatibles.
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