La amenaza

La amenaza
Jesús Olmos
Máscaras

Máscaras escribe Jesús Olmos

Un día subió a hablar con el que era su jefe. Su oficina estaba toda rodeada por vidrios en un alto piso de una famosa Torre, de esas que rozan el cielo.

Le había llamado después de sostener una tensa conversación con el gobernador en turno, había un problema grave.

“Discutieron largo rato y luego dijo que subieras en chinga. Por eso te llamé, ahorita está hablando con otra persona, pero ponte listo para cuando te hable”, le dijeron al jefe de aquella redacción que era un joven de no más de 25 años.

Cuando terminó la llamada, un golpe en la mesa lo puso sobre aviso que era momento de entrar.

Aquel hombre lleno de adrenalina y rabia contenida, lo invitaba a pasar a su espacio como un verdugo invita a una presa a su cuchillo.

“Estás metido en un pedo grande y ni yo puedo sacarte de ahí, la verdad es que no sé qué vamos a hacer”.

Sentados ambos de frente, el jefe comenzó a hablar de lo que significaba el periodismo para un empresario acaudalado y lo que representaba el bienestar de uno de sus más jóvenes colaboradores, al que, más allá del ámbito laboral, había rescatado ya un par de veces por la confianza en un amigo mutuo.

Aquella angustiosa charla para ambos continúo con un pasaje sobre el choque entre David y Goliat.

“Hay gente con la que uno no debe meterse, hay que saber contra quien pelear, te diría como un consejo de vida que deberás saber escoger mejor a tus enemigos en el futuro (si hay)”.

La noche anterior, había quedado al descubierto que el reportero, jugaba un doble papel en el escenario público local.

De día cuando llegaba a la oficina, era un fiel súbdito de los comunicados incesantes del oficialismo para darles entrada, juego y hasta un maquillaje, componía relaciones políticas mediante el trabajo de sus fotógrafos y camarógrafos y, por la noche, sostenía encuentros con otros jóvenes que se proyectaban en contra del partido en el poder, acusado de manipular las elecciones mediante la violencia.

“Te están esperando afuera, ya, ahorita, 3 patrullas, son gente que dice que te quiere llevar y la verdad no sé con qué intenciones, pero hubo que interceder por ti”, seguía la lluvia de azotes sobre el periodista que trataba de seguir erguido mientras su estómago se hacía cada vez más chiquito.

“No voy a borrar ninguna de mis publicaciones y no puedo cambiar mis actividades políticas, porque nada tienen que ver con lo que yo hago aquí o para usted o para nadie”, respondió envalentonado.

“No hijo, te tienes que ir, yo sé lo que te digo. La de hoy quizás algún día lo podrás contar y escribir, pero hay sujetos con los que uno simplemente no se debe meter, les basta apuntar con el dedo”, cerró la frase, mientras parecía que el tono del foco de luz se había fundido.

“Te puedo mandar a otro estado, tengo otros proyectos, hay que empezar de cero, al menos en lo que todo esto se calma. Tienes mi palabra, solo ruega llegar con bien a casa hoy”.

Le dio la mano y lo despidió como si pudiera ser la última vez que se vieran ambos, le puso su gruesa mano izquierda sobre la derecha y luego una palmada en el hombro.

Afuera de aquel edificio aguardaban en efecto una tercia de patrullas. Circulaban a la par que este joven caminaba. Se detenían con él, le gritaron un par de cosas, le dijeron que sabían lo de la mamá de su novia y que encontrarían más con que torturarlo. Lo ensordecieron tanto que dejó de entender de lo que hablaban.

Puso un pie sobre la esquina justo a un lado del paso peatonal y vio pasar frente de sí toda su vida, mientras las 3 patrullas, con unos 10 elementos de la Fuerza Civil, se detenían entre burlas en su cara. Agachó la mirada y cerró los ojos hasta que dejó de ver las sirenas como si fueran un destello y caminó sin detenerse hasta un puesto de hamburguesas donde había unas 4 personas.

Lo vieron pálido, le ofrecieron de cenar y no hablaba. Se sentó, lloró y cuando pudo ponerse de pie, corrió a casa a hacer la historia que algún día publicaría como parte de un libro.

El relato llegó a esta mesa y después de tantos años tuvo tiempo a ver la luz en memoria de tantos que no lo consiguieron, pero que, de algún modo, siguen por aquí.

 

Jesús Olmos

@Olmosarcos_