Palabras clave: machismo, violencia, patriarcado, libertad de expresión
La reacción más común de muchos machos que defendieron al Chicharito después del rechazo generalizado que provocaron sus poco agraciadas publicaciones, fue el calificar el caso de “linchamiento público”, “censura” y de “atentado en contra de la libertad de expresión”. Pero ¿tiene sustento esta afirmación? Según la nota “Libertad de expresión y discursos de odio” publicada en el sitio de la Coordinación para la igualdad de género en la UNAM, la “Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) precisa que la libertad de expresión es un derecho fundamental que garantiza la libertad de buscar, recibir y difundir información e ideas a través de los distintos medios de comunicación sin temor a represalias. Es importante mencionar que cuando este derecho no se ejerce con responsabilidad, puede ser utilizado para fomentar discursos de odio y discriminación. La Estrategia y Plan de Acción de las Naciones Unidas para La Lucha contra el Discurso de Odio establece que: ‘hacer frente al discurso de odio no significa limitar la libertad de expresión ni prohibir su ejercicio, sino impedir que este tipo de discurso degenere en algo más peligroso, como la incitación a la discriminación, la hostilidad y la violencia, que están prohibidas por el derecho internacional’ (Guterres 1)”. Por tanto, lo conducente es preguntarse si es que los discursos de Chicharito, que es reflejo del de numerosos “influencers” de la denominada “machósfera”, motivan o no los discursos de odio. La respuesta parece clara: sí.
De acuerdo con la misma página, se han implementado controles en el ámbito legal para garantizar los derechos de grupos que históricamente han sido oprimidos y discriminados. “Estas limitaciones impiden que la libertad de expresión sea empleada para incitar o promover el odio hacia personas por su origen étnico, religión, género u orientación sexual. También evita difundir información falsa que dañe física y moralmente a una persona o que ponga en riesgo la seguridad nacional”. Como se ve, el derecho de la libertad de expresión, aunque fundamental, tiene límites que serán establecidos a nivel moral y legal dependiendo del país del que se trate. Pese a que este personaje tiene derecho a decir lo que le venga en gana, no es correcto que, al hacerlo, motive odio, discriminación o refuerce ideas que limiten el derecho de los demás, en especial, el de las mujeres. Natalia Barrera Francis, activista afrodescendiente afirma en un video en una de sus redes que “cuando se niegan derechos, se humilla a una persona, o se refuerzan estructuras de poder represivas, ya no es una opinión inocente. Tu libertad termina cuando empieza la dignidad y la seguridad de otras personas. (…) Normalizar estos discursos de odio como si fueran puntos de vista, solamente abre la puerta a más violencia verbal, discriminación institucional y muchas veces a violencia física. (…) Es saber poner el límite cuando empieza el daño”. El discurso de este individuo como el de los demás de la “machósfera”, es equiparable a los discursos xenófobos, racistas o clasistas. Si bien no llegan a ser tan insultantes y agresivos como los de “Lady Racista”, por ejemplo, claro que motivan de forma directa a que las estructuras de opresión machista continúen, e indirectamente, a perpetuar violencias diversas, como bien señala Barrera Francis.
En otros países, estos discursos de odio tienen consecuencias claras, como en España, donde Isabel Peralta, líder de un grupo neonazi español fue declarada culpable de incitar el odio en contra de los migrantes y pasará un año en la cárcel. Para ella, estoy seguro, esto es más un premio que un castigo, pues la victimiza y la hace mártir en la causa ultraderechista; empero, lo suyo fue un caso ejemplar para demostrar, de acuerdo con las autoridades españolas, que esos discursos no se tolerarán allá. ¿Podría incurrir en un delito el futbolista junto con todos los demás “influencers” de la “machósfera”? Pues de alguna manera cumplen con lo que se denomina “violencia mediática” que de acuerdo con el portal de la Procuraduría del Consumidor al abordar el tema de la denominada Ley Olimpia, son “actos realizados a través de cualquier medio de comunicación que promueven directa o indirectamente estereotipos sexistas, apología de la violencia contra las mujeres y las niñas, producen o permiten la difusión de discurso de odio sexista y discriminación de género o desigualdad entre mujeres y hombres”. En este instante, estos personajes caen en una laguna que existe en esta legislación pese a la definición anterior y, por eso, campan a sus anchas en el ámbito digital sin que se pueda hacer mucho. Falta mucho por trabajar en materia de derecho, pero indudablemente también en cuanto a las relaciones de género. Mucho debe ser realizado en casa, en el seno familiar, en las escuelas, en el barrio; pero también debe ser un trabajo compartido por autoridades y medios de comunicación. Se hizo escarnio público del futbolista, pero terminó siendo más chisme que construcción de conciencia. Y, para colmo, ahora es el mártir de la “conspiración feminista” para todos esos machirrines “defensores” de la libertad de expresión, esa que enarbolan cuando les da la gana y que deliberadamente torpedean cuando no les conviene. Este derecho fundamental termina siendo el refugio cómodo de los racismos, machismos, clasismos, homofobias, transfobias, entre muchas otras lacras. Por ello, antes de abrir la boca, piensa: ¿lastimaré a alguien, pisotearé sus derechos? Si la respuesta es sí, entonces esa no es libertad de expresión.