Lunes, 06 Octubre 2025 19:25

Machomedicina

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Machomenos escribe Israel León O’Farrill 

Palabras clave: machismo, medicina, educación, misoginia, discriminación, violencias.

Hace poco, mientras exploraba la red, me topé con un material interesante publicado por la Gaceta de la Facultad de Medicina: una infografía sobre el machismo en la enseñanza de la medicina. En ella se dice que el “49.8% de estudiantes y 66.6% de residentes ha sufrido discriminación de género, mientras que 33.3% y 36.2% ha sufrido acoso sexual, respectivamente (Fnais et al, 2014)”. En efecto, tal estadística viene citada en el artículo “Discriminación, maltrato y acoso sexual en una institución total: la vida secreta de los hospitales escuela” (2019) escrito por Marcia Villanueva Lozano y publicado en la Revista de Estudios de Género de El Colegio de México. Ella nos dice que en “el ámbito mexicano, Castro y Erviti (2015) han explorado las distintas formas de maltrato y disciplinamiento que sufren los estudiantes de medicina como base para las prácticas médicas autoritarias y la violencia obstétrica. En este marco, los autores han apuntado que en el currículum oculto de la educación médica opera un disciplinamiento de género que comienza desde los primeros años de la formación profesional y sirve para construir sistemáticamente a las mujeres como inferiores y como objetos sexuados antes que como alumnas, con lo que se perpetúa la noción de que el lugar de las mujeres en la medicina siempre es secundario y subalterno”. Quien haya estado cerca del área de la salud, sabrá que se trata, en efecto, de un ámbito profundamente jerarquizado, donde el disciplinamiento al que se ven sujetos las y los estudiantes es bastante severo. Cuando he hablado con algunos médicos sobre el tema, me han hecho saber que se trata de algo que quizá no sea algo postivo, pero consideran que la disciplina es necesaria y que, por tanto, es aceptable. En esa jerarquía, el personal de enfermería, integrado principalmente por mujeres, es quizá el eslabón más bajo de la cadena y su discriminación es patente.

El asunto es claramente machista y afecta a hombres y mujeres; sin embargo, las mujeres sufren de forma especial las violencias diversas asociadas a este ámbito. En una publicación de la secretaría de Salud que habla de la “Política pública para prevenir el acoso y el hostigamiento sexual en el sistema de salud”, Chris Gruenberg afirma que hay tres “factores institucionales [que] hacen que una organización sea propensa al acoso y al hostigamiento sexual: 1) una estructura jerárquica rígida; 2) un entorno laboral dominado por la masculinidad; 3) un clima laboral que tolera las transgresiones, especialmente cuando las cometen quienes ejercen poder. La educación y la práctica médica combinan perfectamente estos tres factores. El problema no es coyuntural ni aleatorio, sino estructural y sistémico”. En efecto, se trata de un sistema que no sólo afecta las áreas de la salud, sino también a su enseñanza. Los hospitales escuela enfrentan este tipo de violencias de manera constante y normalizada por años. El médico principal sólo habla con uno de los residentes y de ahí baja la cadena jerárquica; de igual manera, valdría preguntarse cuántas mujeres se encuentran en los cargos más altos de la pirámide. Adivino el resultado sin mucho esfuerzo.

Por si fuera poco, como se dice en la pulbicación de salud, “Un atributo central de este currículum oculto [el que existe detrás de esta estructura tan jerarquizada] es la centralidad de las relaciones jerárquicas de poder y las relaciones género implicadas. En el mismo sentido, la última Encuesta nacional de médicos en formación 20219 elaborada por la Asociación Mexicana de Médicos en Formación (AMMEF) confirma la prevalencia y la gravedad del problema del AHS en México. De acuerdo a estos datos, existe una alta prevalencia de acoso sexual durante la formación médica (40,2%) y una baja confianza en las instituciones para resolver el problema del AHS (acoso y hostigamiento sexual)”. Ante tal verticalidad, que se dé el acoso y el hostigamiento sexual, es una consecuencia evidente. Las relaciones de poder, principalmente llevadas por hombres, se extiende también a la cuestión de género. No sólo se trata de ser jefe de alguien, si no de dominarlo y poseerlo.  “Para enfrentar y resolver este problema -nos dice Gruenberg- el nuevo Convenio 190 de la Organización Internacional del Trabajo recomienda implemenar un enfoque inclusivo e integrado, capaz de prevenir los factores de riesgo y de reforzar la protección de los grupos históricamente discriminados que trabajan en el sistema de salud o son usuarios del mismo”. Sorprende que en pleno siglo XXI sigan existiendo este tipo de sistemas. No obstante, debemos tener claro que se irán reforzando con el tiempo pues nuestras sociedades se están endureciendo cada vez más en una peligrosa tendencia hacia la derecha. 

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