Lunes, 08 Abril 2024 22:24

Ritual de paso

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Machomenos escribe Israel León O’Farrill

Palabras clave: machismo, rituales, violencia, iniciación, novatada, muerte

La humanidad ha tenido a lo largo de su historia numerosas cosmovisiones de las que se han derivado religiones y expresiones culturales diversas; de ambas han surgido rituales que se llevan a cabo en tiempos y espacios igualmente variados. Unos de los más interesantes y que vienen a cuento con la temática de esta columna, son los llamados ritos de paso. Visto desde una perspectiva antropológica, sustentado en el libro “El proceso ritual. Estructura y Antiestructura” (1988) de Víctor Turner, tal ritual permite la “elevación de estatus, en los que el sujeto o novicio del ritual es transferido de forma irreversible de una posicióninferior a otra superior, en un sistema en que tales posiciones se hallan institucionalizadas”, es decir, que pasa de un extremo o una categoría social a otra mediante tal ritual. Un ejemplo claro de esto es el ritual del casamiento mediante el cual la pareja en cuestión pasa de la soltería al matrimonio y se integran a la comunidad para formar una familia y contribuir de esa manera a la conservación del grupo. 

Como se ve, no sólo es un cambio de estado del individuo para sí mismo, sino que implica un cambio de estatus social y, generalmente, lo coloca en nuevo nivel. Por supuesto, otros rituales similares son los relacionados con la muerte pues sirven para ayudar al difunto a acceder a otras dimensiones; también los relacionados con el nacimiento, como el bautizo, pues integran al nuevo individuo a la comunidad. El tema es interesantísimo y nos da para mucho. Sin embargo, por efectos de espacio, me centraré en otro tipo de ritos mucho más pedestres y que, vistos bien, son bastante machistas.

Me refiero concretamente a los rituales de hombría. En muchas comunidades, tales rituales buscan convertir al joven en hombre, sacándole de una situación liminar (en la que se encuentran al no ser adultos, pero tampoco niños). Son muchos los pueblos originarios de nuestro Continente que los realizan y nada tienen que ver con el ejercicio de la sexualidad o el poder frente a otros, sino con el paso de una forma de ser “incompleta” a una completa a nivel social, con responsabilidades y derechos dentro de la comunidad. Por el contrario, en nuestro mundo occidental, tales rituales van dirigidos a garantizar la “hombría” del sujeto varón, su virilidad, su potencia frente a sus pares (hombres) y frente a las “hembras”. Para ello, el joven ha de ser llevado a tener su primera experiencia sexual, usualmente con una prostituta y la responsabilidad del ritual suele recaer en el padre; si este falta o no puede, están los hermanos mayores, tíos o abuelos. Un hombre no puede llegar al matrimonio virgen. 

En el caso de las mujeres, hay otros rituales igualmente machos, como la fiesta de quince años o alguna ceremonia de presentación de las jóvenes del pueblo, como una exhibición de carne fresca que se encuentra ya a disposición del mejor partido, cosa que juzgará el padre de la muchacha. Por supuesto, ella debe permanecer virgen hasta el matrimonio so pena de quedar eternamente solterona por tener esa mancha imborrable y detestable. 

En resumidas cuentas, las reputaciones de ambos sujetos son importantes y mientras más macho y mujeriego un hombre, mejor; mientras más virtuosa e intachable sea la reputación femenina, igual. En muchas sociedades todavía, incluidas algunas regiones de nuestro país, estas prácticas siguen siendo bastante comunes, quizá no con el grado de severidad de otras épocas, pero siguen presentes. 

Otros rituales de iniciación marcan el paso del sujeto de estar fuera del grupo a ingresar en él. Aquí están los afamados rituales de ingreso en ciertas pandillas donde el iniciado ha de pelear para entrar con varios integrantes del grupo o recibir una golpiza por parte de ellos. También hay que considerar aquí las novatadas e iniciaciones, muy típicas de equipos deportivos, de escuelas o de agrupaciones castrenses, entre otras, que están muy lejos de estar en el pasado. El ejemplo más reciente es la novatada que le costó la vida a 7 cadetes que se entrenaban para entrar a la Guardia Nacional en Ensenada, Baja California. 

Ya me puedo imaginar al encargado del grupo gritarles “¡órales cabrones, al agua, no le saquen! ¿O qué, son putos?” Tales rituales a la par de perpetuar la violencia al interior de estas instituciones refuerzan actitudes machistas en los sujetos, algunas que claramente ya traían desde sus casas, pero que se ven fortalecidas e incluso, diversificadas, a través de estas prácticas. Y pese a que estos rituales distan mucho de tener un sentido religioso, están cargados de un simbolismo claramente machista y muy occidental, pues esto lo vemos en noticias de todo el globo. 

En todos ellos, una constante es la cosificación de la mujer y, aunque no lo parezca, también la del varón, pues desde ese momento, deja de ser persona y se convierte en macho; ello implica que para mantener ese estatus de “hombre” ha de cumplir con los requisitos: ser mujeriego y violento. Importará más su capacidad sexual, que no implica necesariamente que sea un buen “amante”, y su fuerza o maña para vencer a cualquier rival. Y debe “endurecerse”, “curtirse” y ha de mostrar de una forma u otra sus conquistas amatorias. Desafortunadamente, esto último se demuestra con la cantidad de hijos que estos machirrines riegan por el terruño o por el número de peleas de las que son protagonistas o de plano, de muertitos que cargan. Es necesario que reflexionemos sobre estos rituales y si nosotros seguimos participando en ellos o los motivamos. Tema complejo en verdad.

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