Elogio a la arrogancia

Elogio a la arrogancia
Alejandro Páez Varela
La columna de Alejandro Páez Varela

La columna de Alejandro Páez Varela

No acudí a las urnas pensando que eran “las últimas elecciones libres de México”, como difundieron José Antonio Crespo, Héctor Aguilar Camín, Xóchitl Gálvez, Beatriz Pagés y otros líderes de la derecha, aunque reconozco que millones de mexicanos probablemente sí se creyeron la mentira, y en ese sentido aplaudo que votaran y que la víspera marcharan, aunque fueran motivados por un engaño. Muchos hemos marchado a lo largo de nuestras vidas por fraudes electorales o por atrocidades cometidas por el Estado (como la guerra imbécil de Felipe Calderón o la desaparición de los 43 normalistas con Enrique Peña Nieto, etcétera). Bien por los que descubrieron en 2024 el privilegio de marchar.

Me pareció una tontería tremenda que núcleos de oposición gritaran que vivimos en una dictadura y que “López” es un dictador, pero admito que están en su derecho los que piensan así, incluso hoy, y que si esa tontería les inyectó algo de fervor patrio, lo aplaudo como aplaudo que millones atendieran la palabra “medioambiente” o el término “territorio nacional” a partir del Tren Maya. Muchos estuvimos solos durante décadas en esa batalla. Recordé los años en que me fui por el Pacífico en barcos de Greenpeace. Cambió mi vida. Espero que la señora de Polanco que tuitea sobre “la tragedia ecológica” del Tren Maya realmente se lo crea y considere que por cada alberca (como la que ella tiene en su casa) hay un millón de ciudadanos que no tiene acceso a agua corriente.

Hay muchas maneras de tomar conciencia y todas son válidas. Acepto que tuve risa/repugnancia por el adolescente de 50 años que cantaba Gimme tha Power de Molotov en Plaza del Sol, en Madrid, días antes de la elección. El video se volvió viral. Luego comprendí, y me alegré, que ese mexicano blanco y de ojos claros había conocido justo en ese día una canción de protesta. Se emocionó con la “marcha rosa” y me sentí bien por él, porque había ganado algo de conciencia política. El paso que podría tomar enseguida es adquirir algo de conciencia de clases y entender a los que ahora se han empoderado. Pero va de gane.

Ahora veo al menos tres retos de corto plazo para los movilizados por la derecha en esta elección. Uno es seguir en movimiento, aunque pierdan su principal combustible: el odio a López Obrador.

Un segundo reto es movilizarse por causas reales, no por mentiras, porque mientras marchaban, millones sabíamos que nadie iba a desaparecer al INE, que nadie iba a demoler al Poder Judicial, que no vivimos una dictadura, que no eran “las últimas elecciones libres de México”. Los pobres, obviamente, no son una preocupación para los que tienen más dinero. Deben buscarse otra causa, como la militarización de los aeropuertos, tan molesta para lo que tienen aviones privados porque yo, honestamente, ni veo a los militares cuando vuelo. ¿No valdría la pena que el anciano de sombrero panamá que marchó en Cuernavaca y el joven vestido de pantalones blancos y polo rosa de 25 mil pesos razonaran de qué manera aportan a su sociedad, aparte de “generar empleos”, ya saben, el argumento genérico de los que tienen alguna empresa?

Y el tercer reto para la derecha movilizada es un poco más complejo. Requiere de una enorme paciencia, aunque el resultado es reconfortante. El reto es abrazar causas ahora mismo y no esperar hasta 2030, en la siguiente elección presidencial. Algunos estuvimos décadas y décadas a pierde (1988) y pierde (1994) y pierde (2000) y pierde (2006) y pierde (2012). Y seguimos votando y seguimos luchando a pesar de los fraudes electorales y la desesperanza. Nos mantuvimos de pie e hicimos todo para sentirnos parte de algo. La “marea rosa” debería hacer lo mismo: tener causa desde ahora, desde ya.

Un agregado. No es un reto, pero sí un consejo sobre buen gusto: hay que buscarse otra canción que no sea la de Molotov que habla de “gente que vive en la pobreza”. No les queda. Podrían buscarse una con mejor contenido. Las de Luis Miguel y Alejandro Fernández que han cantado en las discotecas de Ibiza, Ixtapan de la Sal o Acapulco definitivamente no son buena idea. Deben buscarse alguien mejor que Ricardo Arjona, el poeta que Felipe Calderón conoció en un bar del Sanborns y que se llevó a la cantina que instaló en Los Pinos junto con su sana costumbre de desayunar Bacardí blanco y Coca con cacahuates enchilados o japoneses o de ambos.

Y ya en esto, una insistencia: para generar cambios sociales en una democracia, se necesita convencer a las mayorías. No recomiendo los latigazos, las ofensas, el menosprecio, el odio o los fuetazos en la espalda como en los ranchos del cretino Diego Fernández de Ceballos. Recomiendo abandonar el maltrato y la arrogancia del patrón. Un repelente natural de las mayorías es la arrogancia. Abandonen la arrogancia. Esos que votaron no son imbéciles, nacos, vividores, conchudos, acomodaticios y no votaron contra ustedes: votaron por quien se les pegó la gana. Y eso no los vuelve mediocres, insensatos, irracionales, corruptos, cretinos, imbéciles, nacos, vividores, conchudos, acomodaticios.

De verdad, la arrogancia no es buena idea. Es un consejo desinteresado: huyan de la arrogancia.

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¿Qué tienen en común Marko Cortés, Santiago Taboada, Diego Sinhue, Maru Campos, Mariana Gómez del Campo y Ricardo Anaya? Mucho, por supuesto. Representan una misma generación del panismo posterior a la de Vicente Fox, Diego Fernández de Cevallos y Carlos Castillo Peraza (fallecido prematuramente) y fueron educados por Felipe Calderón y Margarita Zavala, es decir, en la cultura del panismo pinochetista.

Sin embargo, el hilo que mejor los une es la arrogancia. Demasiada arrogancia. Son o han sido candidatos distantes y como servidores públicos transpiran menosprecio por su entorno.

Su actitud es producto de un enorme malentendido respecto al poder. Es una actitud que ha costado votos, millones de votos. Esa generación de arrogantes, de hecho, es la que ha malgastado el capital político que reunieron generaciones anteriores.

Y me llama poderosamente la atención que los políticos mexicanos, en general, se vuelvan profundamente arrogantes apenas adquieren poder. Debería ser al revés. Cualquiera que viva literalmente de los demás (de una audiencia de radio o de YouTube; de votantes o de un auditorio lleno) se debe a ésos, justamente: a los demás. Pero Calderón, Diego, Fox, y no se diga Marko y gobernadores patanes como Maru o Diego Sinhue son arrogantes y además, ofensivos. Escupen a la gente que vota por ellos hasta que la gente misma decide darles la espalda, como lo han hecho en años recientes.

Y ahora mismo escribo de la derecha, pero en la izquierda también existen esos personajes. Monreal, por ejemplo, que finge el tono de voz porque se imagina que así habla un prócer de la Patria; o Ignacio Mier o tanto patán por allí que cree que la falta de inteligencia se puede sustituir con arrogancia. Cuidado. La arrogancia es una enfermedad que no distingue corrientes ni partidos.

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Para una parte de la sociedad mexicana, el gran debate de los años por venir es cómo recuperar una oposición inteligente, responsable y ganadora. Será, parece, una oposición de derecha porque el espectro de izquierda está ocupado y el de centro tiene muy mala fama en un país donde Emilio Álvarez Icaza, Santiago Creel, Enrique Krauze o Claudio X. González se han dicho o se han identificado, en algún momento (y aunque usted no lo crea), como de centro-izquierda, socialdemócratas o de centroliberalcuasideizquierda.

Este debate deberá acelerarse porque si las fuerzas políticas disidentes (y antes hegemónicas) no construyen alternativas, entonces deberán conformarse con su extinción a partir de hoy y hasta 2030, tal y como le pasó al PRD y como muy probablemente le pase al PRI. Sin embargo, para que el debate sobre su propio futuro prenda, se necesita algo de honestidad y cero arrogancia, así como una purga profunda de los actores que llevaron al fracaso en 2024, empezando con Xóchitl Gálvez (quien no entendió lo humillante de su derrota) y pasando por los actuales dirigentes del PRIAN.

Lamento decirle a los actores que –supongo– buscan una oposición inteligente, responsable y ganadora, que deberán distanciarse de sus intelectuales, académicos, periodistas y empresarios más activos. De otra manera se les descubrirá en un cambio cosmético, hipócrita y desentendido.

La necesidad de autocrítica ha sido tema de este mismo espacio en ocaciones anteriores. Creo que “arrogancia” es otra palabra clave. Autocrítica no hubo y no hay en la derecha; al menos deberían abandonar la arrogancia.

Lo que queda de oposición es tan estúpida como arrogante. Pero al menos Vicente Fox ya cerró la boca, y escuchen a Diego Fernández de Ceballos dando entrevistas, gruñendo escupitajos contra las mayorías porque le cerraron la puerta. Arrogante y rancio pero, además, ciego: ha decidido volverse la vitrina de la oposición, el aparador donde todos somos testigos no sólo de su decadencia moral, que viene de tiempo atrás, sino también de su decadencia física.

Quizás este texto resulte demasiado rudo y no se tome en cuenta en el bloque de derecha, y lo comprendo. Aún así, sostengo que deberían saber que su arrogancia mezclada con altas dosis de prepotencia y estupidez tiene postrado al PAN (y al PRI, pero ya va de salida). De verdad les digo: abandonen la arrogancia. No intenten disfrazarla porque es como echarle una botella de Chanel N°5 al drenaje para ver si deja de apestar. Mejor cambien, mejoren. De verdad, la arrogancia no es buena idea. Es un consejo desinteresado: huyan de la arrogancia.