La columna de Ricardo Martínez Martínez
En la naturaleza, propio de climas templados y tropicales, existe un escarabajo llamado longicornio, conocido por sus largas antenas y su habilidad para pasar desapercibido. En su fase larvaria, este insecto se introduce en los troncos de los árboles, devorando la madera desde dentro. Aunque el exterior del árbol parece intacto, el interior es progresivamente debilitado, dejando al tronco hueco y vulnerable al colapso.
Sirva este ejemplo como una metáfora de lo que ha sucedido en muchos Estados nación cuando se implementan zonas económicas especiales o francas, áreas donde las normativas nacionales quedan suspendidas y el capital transnacional impone sus propias reglas.
Según Quinn Slobodian, autor de El capitalismo de la fragmentación: El radicalismo de mercado y el sueño de un mundo sin democracia, existen más de 5,400 zonas económicas especiales en el mundo, y en la última década han aparecido más de mil nuevas zonas. Estas áreas, diseñadas para facilitar la producción y el comercio global, suelen ser espacios donde las empresas evitan regulaciones fiscales o laborales, afectando negativamente a las comunidades locales. Algunas zonas no son más que fábricas o depósitos, mientras que otras se han convertido en megaproyectos urbanos como NEOM en Arabia Saudita o el Distrito Financiero Internacional de Songdo en Corea del Sur, funcionando prácticamente como ciudades-Estado privadas, con poca supervisión democrática.
En este contexto, la presidenta electa de México, Claudia Sheinbaum, ha propuesto la creación de Polos de Bienestar, un proyecto que se suma a la estrategia de nearshoring y busca integrar a las Pequeñas y Medianas Empresas (PyMEs) en procesos productivos clave.
A diferencia del modelo tradicional de zonas desreguladas, estos polos pretenden aprovechar los recursos locales y fortalecer el desarrollo regional, enfocándose en industrias estratégicas como la electromovilidad, los semiconductores, la agroindustria y la tecnología.
Estos Polos de Bienestar se ubicarán en distintas regiones estratégicas de México, aprovechando las características y vocaciones económicas de cada área. Entre las regiones donde se implementarán estos polos destacan la Franja Fronteriza, que incluye estados como Baja California, Sonora, Chihuahua, Nuevo León y Tamaulipas, vinculados con sectores como la logística, los semiconductores y la electromovilidad. Otras regiones clave son el Bajío, que aprovechará su vocación en electromovilidad y tecnologías de la información, y el Istmo de Tehuantepec, donde se impulsarán sectores como la agroindustria y la logística. Además, se contemplan proyectos en zonas del Pacífico, el Golfo de México, y áreas adyacentes al Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA), entre otras.
Sin embargo, la implementación de estos polos no está exenta de riesgos. Aunque el objetivo es fortalecer el desarrollo económico de México, existe el peligro de que estas zonas terminen reproduciendo las dinámicas de otras zonas económicas especiales, donde las corporaciones transnacionales ejercen un control excesivo. El caso de NEOM es un ejemplo claro: un megaproyecto que, aunque promete avances tecnológicos, ha sido criticado por operar como una ciudad-Estado privada, donde los derechos laborales y comunitarios se ven comprometidos en nombre del crecimiento económico.
En México, los Polos de Bienestar podrían ser una herramienta para estimular el desarrollo regional y fortalecer la economía nacional, pero también podrían convertirse en espacios donde el capital transnacional erosiona la soberanía económica y social del país. Como señala Slobodian, muchas de estas zonas han servido para crear "agujeros" en el contrato social de los Estados, generando "territorios liberados" que debilitan el control regulatorio y democrático.
El gran desafío para el gobierno de Sheinbaum será asegurar que los Polos de Bienestar realmente contribuyan al desarrollo local y promuevan una integración económica equitativa y sostenible, sin caer en los errores de otros modelos. No obstante, si se ejecutan adecuadamente, estos polos tienen el potencial de impulsar a las PyMEs mexicanas, reducir la dependencia de capitales transnacionales, y posicionar a México como un actor clave en industrias emergentes globales como la electromovilidad y los semiconductores. En este sentido, los Polos de Bienestar podrían convertirse en una alternativa viable frente a los modelos de desarrollo fragmentado que han debilitado a otras naciones.
@ricardommz07