Máscaras escribe Jesús Olmos
La debacle histórica del Partido Revolucionario Institucional en las pasadas elecciones del mes de junio, quizás pudiera explicarse haciendo un breve repaso de un momento histórico de este otrora todopoderoso instituto político.
Fue entre 2011 y 2014, quizás el momento crucial que ha llevado al PRI al borde de su extinción como partido, no obstante que en aquel momento hizo todo lo que consideró necesario para regresar al poder detrás del rostro de Enrique Peña Nieto.
Tras la victoria electoral del estado de México en el 2011, el priismo se congregaba en su sede en el centro país, para plantearse un futuro que venía con la elección presidencial.
El priismo sostenía tres nuevos planteamientos que llevaría a las urnas como su principal plataforma ideológica, sin importar en que punto del espectro los situaba en aquel momento.
El tricolor dejaba de ser un partido de centro izquierda, que toda su vida le había apostado a una extraña socialdemocracia que, desde el salinato en 1988, optó por atender una agenda de la corriente de derecha y neoliberal.
Fue así que, en 2011, el Consejo Político Nacional llevaba a votación de sus estatutos, la intervención extranjera en las empresas energéticas del estado, la aplicación del IVA en alimentos y medicinas, los primeros avisos de echar a andar la reelección legislativa y la facultad de postular a perfiles externos, sin registro ni carrera política priista.
En el tema energético, su texto antes de ese año sostenía que “es necesario mantener la propiedad, la dirección, el control y el usufructo del Estado en Pemex, CFE y LyFC”, y se cambió a “favorecer una mayor participación del sector privado en la generación de energía”.
“El PRI defiende la economía popular y no aceptará la aplicación del IVA en alimentos y medicinas“, decían los postulados tricolores antes de aquellos años, para pasar a afirmar que “el PRI defiende la economía popular y busca garantizar la soberanía alimentaria”.
En 2014, una vez en el Gobierno, el partido vio en la reelección una oportunidad para el cacicazgo y el caudillismo, y no como un mecanismo de rendición de cuentas; sin embargo, esta idea seguía siendo rechazada por una abrumadora mayoría del 70% de mexicanas y mexicanos.
Para las elecciones del 2018, por primera vez el PRI llevaba a un personaje como José Antonio Meade Kuribreña, funcionario del Revolucionario Institucional pero también de Acción Nacional como su candidato presidencial, sin tener registro como simpatizante priista, y para el 2024, el PRI por primera vez no postularía a un postularía a un candidato presidencial y dejaría a la panista “ciudadana” Xóchitl Gálvez Ruiz, la representación del priismo en una campaña de la que ya todos conocemos el fatídico resultado.
Sin lugar a dudas, aquellas posturas que hicieron al PRI un partido de derecha, sin identidad y que lo alejaron de sus ideales revolucionarios antirreeleccionistas, lo habrían puesto en el sitio en el que se encuentra hoy, con la amenaza de irse al olvido en un muy breve periodo de tiempo.
@Olmosarcos_
Jesús Olmos