Playa y muerte

Playa y muerte
Jesús Olmos
Máscaras

Máscaras escribe Jesús Olmos  

El ex policía todopoderoso de aquel Gobierno tricolor vive en un paradisiaco destino de playa. 

Durante sus tiempos de todopoderoso miembro del gabinete del otrora partidazo se mandó a hacer un resort en una de las costas más bellas del país, y ahora cuentan que habita en la suit 214, donde recurrentemente es visitado por mujeres jóvenes de muchas partes del mundo. 

Se trata de aquel hombre que aterrorizó a propios y extraños, que no distinguía amistades cuando se trataba de defender, atender y minar al jefe, su “mejor amigo”, el gobernador en turno. 

Los agasajos eran tales, que se cuenta que solo debían poner el dedo sobre alguien para que les fuera presentado en persona en minutos y se le tuviera en total sumisión. 

El gobernador y su súper policía no toleraban un no como respuesta, pues a la más mínima negativa, un séquito de aplaudidores de tehuacanazo soltaban cachetadas y hasta derechazos hasta recibir una respuesta satisfactoria. 

Se dice que aquel policía, que se inició en la seguridad privada como guarura y por “sus habilidades y poder de convencimiento”, se hizo el segundo hombre más importante del estado por algunos meses del mandato. 

Y es que en el contexto de la inseguridad como tema latente desde que se declaró la fallida guerra contra el narco, dar algunos golpes a supuestas bandas del crimen, vendía mucho. 

El hombre de los pantalones largos y las camisas perfectamente bien planchadas, se colocaba el kepi un poco hacia el lado derecho y sonreía en sentido contrario, porque así se lo había recomendado su asesor de imagen. 

Pero no era el único, tenía un asesor de redes sociales, una asistente ejecutiva, un maquillista, una modista exclusiva, 14 o 15 achichincles y un grupo de fuerzas de élite, todos cumplían hasta el más osado de los caprichos. 

Un día, en el ocaso del sexenio habló con todos ellos. Les agradeció la lealtad (y también la complicidad y el silencio). Les pidió referencias de vida y cuáles eran las expectativas y sueños por cumplir. Atento a las realidades cambiantes del país, aceptó que en algún momento iría a la cárcel. Y cerró aquella reunión con una frase amenazante: “cuando todo eso termine voy a irme a vivir a la playa en mi propio hotel”. Y lo cumplió. 

Se cuenta que debajo de los cimientos pudieran encontrar huesos de uno que otro de sus enemigos, aunque de eso no haya rastro. Tampoco lo hay de las muertes por encargo, las golpizas para suavizar, los actos intimidatorios, los reclamos airados o las llamadas con las que calaban los huesos, como si fuera el propio canto de la muerte.

 

@Olmosarcos_