Máscaras escribe Jesús Olmos
Con la obtención de dos medallas, una de plata y una de bronce, los Juegos Olímpicos de París han cobrado una mayor relevancia en el día a día de los habitantes de nuestro país
En un momento en el que, por temas como la Reforma Judicial, la inseguridad nuestra de todos los días y la elección en Venezuela, se libran batallas cruentas en las redes sociales, las olimpiadas francesas deberían suponer un bálsamo entre tanta rabia y odio esparcido en la discusión diaria.
La justa deportiva más importante del mundo, sorprendió a propios y extraños con una espectacular, por singular y diversa, ceremonia inaugural, que dejó atónitos a muchos.
Desde ahí, comenzó la discusión entre si era una burla a los cristianos o una oda a los griegos, si la inclusión forzada o si el sometimiento a una agenda, sin el más minúsculo análisis o lectura especializada en la simbología.
Bien lo ejemplificaba la colaboradora de Parabolica.MX, Rosa María Lechuga, en su columna “Cartas desde París” titulada “El día en que la blasfemia glorificó a Francia”: Esta ciudad en lugar de ser responsable de una “BLASFEMIA MAL INFUNDADA” demostró que lo imposible es posible.
De ahí partió el odio a la justa deportiva, el menosprecio a los datos y a la realidad, al contexto del mundo en el que vivimos y en el que el odio es cosa de todos los días.
Incluso el martes, el día en que la judoka mexicana Prisca Awiti maravilló por su apasionante camino hasta alzarse con la medalla de plata, hubo un velo turbio que trató de opacar a la mexicana.
Tristemente, en las redes sociales, más allá de dominar los mensajes de aliento y respeto a su hazaña, dominaron el bullying, el racismo y la xenofobia de un sector únicamente dedicado a odiar.
Expresaron su odio no solo contra la competidora, sino también contra su familia, protagonista en las transmisiones donde poco se supo de la mexicana que obtuvo 4 triunfos.
Fue lo mismo que denunció el nadador Miguel de Lara, quien calificó como "vergonzosa la reacción del pueblo mexicano", que lo llenó de mensajes de odio por una descalificación en su primera jornada.
“Los invito a sacrificar los 365 días durante 20 años, perderse fiestas, reuniones familiares, comer bien, descansar, dormir temprano y bueno, espero que se vengan a pasear. Me voy satisfecho de que lo di todo”, expresó e una reveladora entrevista que ofreció luego de su participación en la que habló sobre el esfuerzo que significa clasificar a una justa de esta talla.
Otro caso fue el del mexicano, sí, mexicano Alan Cleland, a quien antes de que circularan emocionantes videos de su amor a los colores se le regateaba su nacionalidad mexicana.
Su fenotipo rubio y blanco, lo colocó en la mira del odio del olimpismo a la mexicana, que ya afirmaba sin mediar una sola causa o argumento medianamente sesudo que ese tipo de competidores no sentían la bandera tricolor.
En un país donde una y otra vez vemos a los héroes del deporte terminar convertidos en villanos, resulta inquietante que el odio esparcido en las recientes campañas electorales haya contagiado al deporte.
Decía uno de los menos sesudos análisis que escurrieron en cadenas de Whatsapp que “México tiene que recurrir a “extranjeros” como Cleland o Awiti, para brillar por la falta de apoyos del Gobierno a los atletas”. Ni la Francia o la España campeonas del mundo en fútbol harían válida tan espeluznante e incongruente conclusión.
@Olmosarcos_