La trashumancia política

La trashumancia política
Fernando Maldonado
Parabólica Alito Moreno

Parabolica.MX escribe Fernando Maldonado

En el último momento, antes de pulsar el botón para el arranque de la campaña por la gubernatura en Puebla, el candidato de la coalición de Morena y aliados, Alejandro Armenta se encargó de lanzar un mensaje que no debe ser desdeñado por el significado intrínseco en términos de construcción de opinión: los nuevos cuadros, jóvenes todos, tienen cabida en ese movimiento.

Son mujeres y hombres que crecieron en el seno de familias en las que se habló en desayunos y comidas de política, reacomodos de fuerzas, elecciones y conformación de gobiernos.

La bitácora de perfiles que se ubica en la hoja de ruta del proyecto armentista desmiente con elegancia las majaderías del dirigente priista Alejandro Moreno que definió como “estiércol” y “basura” a quienes decidieron abandonar al partido mas repudiado en la sociedad mexicana.

En prenda están jóvenes que agotaron tiempo, paciencia y militancia para ser tomados en cuenta por dirigencias complacientes desde la oposición.

Ahí está Arely Avila, sobrina del exgobernador Melquiades Morales, un cuadro priista que esperó paciente por años una oportunidad sin tenerla.

“Atrás quedaron años de trabajo no valorado; pero la persistencia nos hace llegar a donde hay respeto, inclusión y una profunda ilusión de servir a #Puebla”, escribió Arely en sus redes.

No es la única que decidió salir del PRI en esa diáspora de talentos, en los que se ve a Juan Carlos Lastiri, hijo de quien fue subsecretario federal en el gabinete de Enrique Peña Nieto, el frívolo exmandatario que entregó el poder en la elección de 2018.

Acompañan en esa aventura política Héctor Blas Alonso, hijo de un diputado que ya había dejado las filas priistas y lo mismo sucedió con Leobardo Soto, cachorro del dirigente del sobreviviente sector obrero tricolor en Puebla.

Blas Alonso y Soto son herederos de los fundadores de la Confederación de Trabajadores de México de Fidel Velázquez y Blas Chumacero. Ambos, monolíticos del modelo priista volverían a los sepulcros si advirtieran la escena del presente, no debe haber duda.

Ya antes otro de los herederos de ese priismo omnímodo había dicho abiertamente ser “armentista” cuando aspiró a una candidatura por una diputación local: Mario Alberto Montero Rossano.

Montero es hijo del notario del mismo nombre y nieto de Don Enrique Montero Ponce, un periodista radiofónico cuyo modelo floreció en los regímenes priistas en Puebla, pero suficientemente plural como para abrir micrófonos a los movimientos estudiantiles antisistémicos en la Buap o a la Unión Popular de Vendedores Ambulantes 28 de Octubre.

Otra joven de una familia con un notorio pasado priista es Michelle Islas, hija de la fallecida Bárbara Ganime y de Víctor Hugo Islas, ambos con una trayectoria construida en tareas de partido, legislativo y la función publica.

Un hilo conductor hermana a las diferentes expresiones que hasta hace poco fueron entusiastas figuras del PRI: todos tienen carreras universitarias, en escuelas públicas o privadas dejaron de formar parte de esa masa uniforme, utilizada con frecuencia y prepotencia que en el PRI llamaron “fuerzas vivas” para llenar plazas públicas y egos en tiempos electorales.

Se fueron del PRI como tantos otros lo hicieron en procesos del pasado con una salvedad que hace la diferencia: el puerto de llegada no fue ya el Partido Acción Nacional porque como en el PRI -ahora aliados coyunturales- sus cuadros son los mismos de siempre, tan conocidos como los frescos y bodegones con naturaleza muerta y marchita de una oferta política que perdió originalidad, audacia.

El discurso lleno de lugares comunes y clichés con mas pretensiones que efectividad entre esos jóvenes, los hizo trashumantes que encontraron en el proyecto de Alejandro Armenta causa y propósito político. Sólo ingenuos o ilusos negará los datos duros.