parabolica.mx escribe Fernando Maldonado
La hora de la verdad llegó para Eduardo Rivera Pérez, el panista que decidió dejar la comodidad de Palacio Municipal para comenzar su primera campaña al Gobierno de Puebla por Acción Nacional, bajo las siglas de otros partidos políticos aliados que restan por el desprestigio que acumulan como el repudiado PRI y el Pacto Social de Integración.
No sólo por las franquicias deficientes en términos de opinión ciudadana que tutelan a Rivera, sino por una estela de sospecha de deficiencias en la arena electoral disimulada por otros actores, igualmente en contienda.
El caso más reciente ocurrió en la elección de 2021 en donde el candidato Eduardo Rivera venció a la morenista Claudia Rivera, edil reeleccionista por Morena que alcanzó el triunfo en 2018 por la ola lopezobradorista, no obstante, el desconocimiento absoluto de su persona entre el electorado.
En esa campaña el panista llegó con 25 puntos debajo de la candidata de Morena, indicador que luego se revirtió para darle el triunfo y poner a su rival en el plano de la derrota, del que luego no se recuperó.
Como sucedió en 2011 cuando Rivera Pérez se convirtió en presidente municipal por primera vez, en 2021 no fueron pocos quienes le regatearon méritos propios.
La derrotada Claudia Rivera y su séquito aseguran que Miguel Barbosa operó desde Casa Aguayo para hacer ganar al panista aún en contra de los intereses de Morena.
La hipótesis descansaba en la confrontación que vivió la edil de la capital con el gobernador de Morena y el pasado legislativo que unía al propio mandatario poblano con el panista en San Lázaro entre 2000 y 2003.
No es posible confirmar esa afirmación pues Rivera Pérez jamás admitiría haber recibido apoyo de un activo de la izquierda de cepa y difunto Barbosa, ya no podrá defenderse de ese tipo de afirmaciones.
No deja de ser paradójico e ingrato que el triunfo en la elección de 2010 y en 2021 hayan sido atribuidos a otros actores que no aparecieron en la boleta electoral de ambos procesos: Rafael Moreno Valle, candidato panista a gobernador en 2010; y Miguel Barbosa, gobernador en 2021.
En efecto, los méritos en ambos casos no fueron exclusivos para quien había alcanzado por mérito propia las nominaciones en ambos procesos en el panismo, no obstante carecer de una atribución que el conservadurismo poblano valora en exceso: no ser nacido en el territorio, sino en el Estado de México.
No son pocos los testigos de las campañas de las que resultó ganador el panista que aseguran, sin Moreno Valle como compañero de fórmula, otro hubiera sido el resultado en la capital.
Aún y que los perfiles de Moreno Valle y Eduardo Rivera fueron antagónicos dentro de la misma coalición, era difícil promover el voto diferenciado y, en consecuencia, el abanderado a la capital resultó beneficiado de la estructura electoral que llevó al triunfo a ambos.
Vueltas de la política y el destino, no están en el plano terrenal ni Moreno Valle y tampoco la antítesis de este, Barbosa. Uno murió en diciembre de 2018 con su esposa Martha Erika Alonso y el otro, en diciembre de 2022.
No cuenta Eduardo Rivera con asideros políticos como los que supuso en su momento los finados y deberá trazar una campaña propia, sin tutelas ni imposiciones.
En poco menos de ocho semanas, antes de que el votante vaya a las urnas se podrá prever el desenlace de esta nueva etapa.
La derrota o el triunfo tendrán un solo tutor: el panista Eduardo Rivera Pérez y sus aliados, que poco suman, el PRI repudiado, el inexistente PRD y un partido con su proclividad a personajes de criminal trayectoria, el Pacto Social de Integración.
@FerMaldonadoMX