Piso 17 escribe Álvaro Ramírez Velasco
Mirándose ante el espejo de la historia, el presidente Andrés Manuel López Obrador sabe que, como lo dicen incluso algunos de sus detractores, es el líder político latinoamericano contemporáneo más importante. Poco se le pude regatear en eso, estrictamente en el significado de las palabras; en cambio, las opiniones y los juicios pueden ser diversos.
Esa descripción no implica que sea totalmente bueno en su ejercicio como mandatario, porque hay un sector que opina, con beligerancia, que no lo es. Tampoco esa mirada lo santifica, porque cuando deje Palacio Nacional, muchos pendientes estarán quedando, pero también habrá fortaleza en las bases que ha cimentado.
El tema es la estatura estrictamente de líder político lo que inexorablemente trascenderá en la historia.
Ha dicho Andrés Manuel que terminando su presidencia se irá a su rancho en Chiapas y se retirará de la política. Lo hará, seguramente, de la política, concebida como ocupación de un cargo público o de elección popular.
Pero seguirá presente, seguramente, como líder moral y consejero certero. Eso solamente lo sabrán aquellos que busquen apoyo en su voz.
Hay elementos de sobra para tener certeza de que la Presidencia de Claudia Sheinbaum Pardo tendrá su propia personalidad, carácter y decisiones.
Ella misma tendrá, como Presidenta, como jefa de Estado y como Comandanta Suprema de las Fuerzas Armadas nacionales, la oportunidad de callar esas voces rabiosas, que dijeron que sería una extensión de López Obrador.
El 1 de octubre, en una estampa impensable en la historia de este país, en el recinto legislativo de San Lázaro, el presidente Andrés Manuel López Obrador pasará la Banda Presidencial a quien sea el titular de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, para que la entregue a Claudia Sheinbaum Pardo, la primera presidenta del país.
(Ese es también un tema relevante y muy importante. La mayoría parlamentaria de Morena deberá elegir al presidente o presidenta de la Cámara de Diputados, quien tendrá el altísimo honor de pasar la Banda y trascender, desde la gráfica y desde el acto, también a la historia).
Vendrá el juramento de Sheinbaum a la Constitución y luego, simbólicamente -porque formal y legalmente ocurrirá en el primer minuto de la madrugada del 1 de octubre-, se habrá extinguido el sexenio de López Obrador.
Seguramente es una licencia retórica de Andrés Manuel, eso de irse a su rancho, poque tampoco se puede suponer que habrá un exilio doméstico, como quisieran sus detractores. Seguramente irá y vendrá por el país, pero sin cargo.
No hay duda, por más que haya insidia de algunas lenguas, de que Sheinbaum será una presidenta firme y contundente. El poder no se comparte, se ejerce y se vive con pasión.
Ya en los primeros nombramientos de su gabinete ha dejado ver la decisión propia, en estilo, estrategia y firmeza.
Andrés Manuel López Obrador estará ahí, siempre visto con respeto por sus seguidores y ex colaboradores, así como con popularidad por los millones que lo apoyan. Pero habrá dejado la Presidencia de la República.
A su estilo, seguramente se llevará, ya sin la Banda Presidencial, la mano al corazón, ese 1 de octubre en San Lázaro.
Y estará ahí, como el mentor, el posible consejero y el hombre sabio que consideran muchos.
Mirándose al espejo, sabrá que trascendió, incluso al irse, cuando una mujer será Presidenta, por primera vez.