Sidra de Huejotzingo: el sabor de una identidad reconocida

Sidra de Huejotzingo: el sabor de una identidad reconocida
Carlos Miguel Ramos Linares
Ecosistema digital Huejotzingo Sidra

Ecosistema digital escribe Carlos Miguel Ramos Linares 

Cuando se habla de Huejotzingo, la memoria colectiva suele remitirse a sus carnavales con mascaradas, a la riqueza de sus conventos y a la historia insurgente de un pueblo que siempre ha tenido algo qué decir. Sin embargo, detrás de esas imágenes coloridas late una tradición líquida, espumosa y profundamente enraizada en la vida cotidiana: la sidra. Esa bebida que ha acompañado celebraciones familiares, festividades religiosas y brindis comunitarios, ha dejado de ser solo un símbolo local para convertirse oficialmente en patrimonio protegido. El reciente otorgamiento de la Indicación Geográfica por parte del Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial (IMPI) marca un antes y un después en la manera en que se concibe la sidra de Huejotzingo.

Una tradición que fermenta historia

La sidra no es un producto improvisado. Detrás de cada botella hay generaciones de productores que han aprendido a transformar la manzana cultivada en las faldas de los volcanes en una bebida que equilibra dulzura y carácter. Las primeras recetas llegaron con la colonia, pero fueron los habitantes de Huejotzingo quienes convirtieron la sidra en algo más que un simple derivado europeo: la hicieron parte de su identidad cultural. Con el tiempo, la bebida se convirtió en protagonista indispensable de la mesa poblana, especialmente en las festividades decembrinas, donde ningún brindis parecía completo sin el estallido del corcho y el sonido burbujeante que acompañaba a la esperanza del año nuevo.

La cultura gastronómica como resistencia

Hablar de la sidra de Huejotzingo es también hablar de un ecosistema gastronómico más amplio. Allí conviven platillos de herencia indígena, como el mole poblano, con recetas mestizas que han hecho de la región un espacio privilegiado en la ruta del sabor mexicano. La sidra no solo acompaña la comida: la resalta, la eleva y la hace memorable. En un país donde las bebidas industriales han desplazado en muchos lugares a las artesanales, Huejotzingo resistió. La sidra se mantuvo como un acto de identidad y como una forma de decir “aquí estamos”, frente a la homogeneización del paladar global.

El reconocimiento y sus implicaciones

El otorgamiento de la Indicación Geográfica no es un mero trámite burocrático. Representa un blindaje legal y simbólico: solo la sidra producida en Huejotzingo, bajo sus procesos y con su tradición, podrá llevar ese nombre. Se trata de un escudo contra la apropiación indebida, pero también de una oportunidad de desarrollo económico. Significa abrir la puerta a la exportación con denominación reconocida, garantizar al consumidor autenticidad y calidad, y al mismo tiempo preservar un oficio que es herencia y futuro.

No obstante, este logro también exige una reflexión. El riesgo de convertir la sidra en un producto de mercado masificado podría desvirtuar su esencia. Si la etiqueta desplaza a la historia, si el marketing supera a la memoria, la sidra corre el peligro de transformarse en mercancía vacía. El reto para Huejotzingo es mayúsculo: mantener viva la raíz artesanal, asegurar que el campesino y el productor sigan siendo protagonistas, y no relegarlos a meros proveedores de una industria que solo busca rentabilidad.

La sidra de Huejotzingo no es solo una bebida. Es la memoria fermentada de un pueblo que ha sabido resistir a los embates del tiempo, de la globalización y del olvido. Hoy, con la Indicación Geográfica del IMPI, el mundo tiene la oportunidad de descubrir lo que en Puebla se sabe desde hace siglos: que en cada burbuja hay una historia, y en cada brindis, un acto de identidad. El reconocimiento es motivo de celebración, pero también de responsabilidad: que nunca se pierda la autenticidad de aquello que nació de la tierra, de la tradición y del esfuerzo comunitario.

 

@cm_ramoslinares