Ecosistema Digital escribe Carlos Miguel Ramos Linares
El Buen Fin nació con el discurso de la reactivación económica, pero hoy se ha convertido en un laboratorio de experimentación algorítmica donde los consumidores ya no solo compran: son comprados. La supuesta democratización del acceso al consumo, sostenida por las grandes plataformas tecnológicas, se disfraza de oportunidad mientras profundiza un modelo de control invisible. En este capitalismo de datos, cada clic, búsqueda y desplazamiento de pantalla alimenta a un sistema corporativo que convierte nuestras intenciones en mercancía y nuestras emociones en predicciones de compra.
El corporativismo tecnológico, articulado por gigantes como Amazon, Meta o Google, ha perfeccionado un modelo de vigilancia afectiva que reduce la libertad de elección a un espejismo. El algoritmo ya no nos muestra lo que queremos, sino lo que cree que desearemos. Su lógica no es ética ni empática, sino matemática: maximizar la atención, prolongar el deseo, inducir la necesidad. Así, mientras las tiendas anuncian descuentos del 50%, las plataformas obtienen ganancias del 500% al convertir la información de millones de usuarios en capital predictivo.
El Buen Fin se ha vuelto una ceremonia del capitalismo hipermediático: el consumidor hiperconectado, persuadido por el FOMO (miedo a perder la oferta), se lanza al consumo compulsivo de objetos, pero también de narrativas. Los reels, los stories y los banners no venden productos, sino identidades: “ser alguien” mediante la compra. Lo que se disputa no es el precio de una televisión o de unos audífonos, sino el sentido simbólico de pertenecer a la fiesta del consumo digital.
Lo preocupante no es el gasto —que en muchos casos dinamiza la economía local—, sino la colonización de la decisión. La algoritmización de la vida cotidiana convierte el acto de comprar en una respuesta condicionada. Es la versión comercial del panóptico: la mirada invisible que nos observa, predice y sugiere qué debemos desear. Bajo esta lógica, el ciudadano deja de ser sujeto para convertirse en dato; su libertad de elección se diluye entre notificaciones, recomendaciones y “productos similares que podrían interesarte”.
Pero aún hay margen para la conciencia. Participar en el Buen Fin no tiene por qué significar rendirse al sistema. La recomendación más urgente no es comparar precios, sino desactivar los automatismos: revisar qué aplicaciones rastrean nuestros movimientos, leer las políticas de privacidad que casi nunca leemos, cuestionar la procedencia de los anuncios que nos seducen y, sobre todo, entender que ningún algoritmo conoce mejor nuestros deseos que nosotros mismos.
El verdadero Buen Fin no se mide en pesos ni en descuentos, sino en decisiones conscientes. Comprar sin ser comprado. Resistir la ilusión del precio bajo cuando el costo real es la cesión de nuestra intimidad. Porque detrás de cada carrito lleno, hay una base de datos más robusta; detrás de cada clic, un modelo que aprende a dirigir nuestros próximos pasos. En la era del corporativismo tecnológico, el acto más revolucionario no es desconectarse, sino pensar antes de deslizar el dedo.