Entre ruidos y señales escribe Ricardo Martínez Martínez
El 28 de febrero de 2025, la presidenta Claudia Sheinbaum envió al Congreso Federal el Plan Nacional de Desarrollo (PND) 2025-2030. Se trata de un documento estratégico, a manera del timón con el que el gobierno federal pretende navegar los próximos seis años, alineando dependencias, presupuestos y promesas. De manera llana y franca, sin embargo ¿qué significa para la gente, para las secretarías y para los estados?
Pensemos en el PND como el plan maestro de una casa gigante llamada México. Cada seis años, el gobierno federal dibuja qué quiere arreglar —carreteras, escuelas, empleos— y cómo piensa pagarlo con nuestros impuestos. La Ley de Planeación lo exige: diagnóstico, objetivos, estrategias y metas claras.
En perspectiva comparada su publicación y entrada en vigor puede ser tan inmediata como extensa. Con Peña Nieto (PND 2013-2018), pasó del envío al Diario Oficial en 3 días —un trámite relámpago con un PRI fuerte en el Congreso—. Con AMLO (PND 2019-2024), tomó 73 días, gracias a consultas y un debate más ruidoso. Sheinbaum arrancó con foros del 6 al 19 de enero en las 32 entidades, con 24 dependencias metidas en 54 eventos. Si no hay tropiezos, podríamos verlo publicado en mayo o un poco antes.
El PND de Claudia, pivotea en cuatro ejes —Gobernanza con justicia, Desarrollo con bienestar, Economía moral y trabajo, Desarrollo sustentable— y tres temas transversales: mujeres, tecnología y pueblos indígenas. De ahí nacen 14 “Repúblicas” con los 100 compromisos de Sheinbaum. Algunos ejemplos:
- Bienestar: Pensiones para mujeres de 60-64, becas para estudiantes y atención médica a domicilio para mayores.
- Democracia: Austeridad, voto para reformar el Poder Judicial y justicia para Ayotzinapa.
- Trabajo: Salarios arriba de la inflación y semana de 40 horas.
- Sustentabilidad: Paneles solares en el norte y limpieza de ríos.
Es un plan ambicioso, pero el diablo está en los detalles: ¿cómo se financiará con una economía creciendo al 2% y un peso tambaleante tras las tensiones con Trump en la frontera?
La relevancia del PND no es solo ser un papel bonito, sino que obliga a todas las secretarías —desde Salud hasta Energía— a alinear sus programas y presupuestos. Por ejemplo, si la Secretaría de Bienestar quiere pensiones nuevas, debe coordinarse con Hacienda para los fondos y con Trabajo para no chocar con las reformas laborales. La Secretaría de las Mujeres, recién creada, tendrá que pelear su lugar en la mesa presupuestal para cumplir promesas como el sistema de cuidados. Y la Secretaría de Infraestructura, con trenes y carreteras en la mira, deberá sincronizarse con Economía y el Corredor Interoceánico para no dilapidar ni duplicar recursos.
Max Weber, ese gran sociólogo que analizó el Estado, diría que esto es la burocracia racional en acción, pero en México la realidad es más de Octavio Paz —un laberinto de intereses—. La 4T apuesta por centralizar el control desde Los Pinos (o Palacio Nacional), pero las dependencias suelen tener sus propias agendas. Si no hay disciplina interna, el PND podría ser un castillo de naipes, como tantas veces a ocurrido con estos documentos rectores.
Para los gobiernos regionales, el PND es un arma de doble filo. Por un lado, pueden aprovecharlo: Chiapas y Oaxaca, con pobreza alta, podrían capitalizar recursos federales para caminos artesanales o soberanía alimentaria. Sonora, con su plan energético, tiene boleto para paneles solares y petroquímicos. Si el PND prioriza el centro y sur (como hizo AMLO), el norte industrial podría gritar abandono y negociar más descentralización en el Congreso.
En términos comparados, esto recuerda a Brasil con Lula: planes nacionales ambiciosos que chocan con gobernadores fuertes. En México, el federalismo es más débil, pero la tensión existe. Los gobernadores listos alinearán sus planes estatales al PND para bajar recursos; los rebeldes lo usarán como bandera electoral en 2025.
En breve, la coyuntura —elecciones, economía global, polarización— pondrá a prueba su viabilidad. Las secretarías deben remar al mismo ritmo, y los estados decidir si suben al barco o lo torpedean. Para la gente, es un contrato: si te prometen escuela o agua, apunta y cobra. Por ahora, el timón está en manos de Sheinbaum; veremos si sabe sortear las olas.
@ricardommz07