Entre ruidos y señales escribe Ricardo Martínez Martínez
En la superficie, vivimos tiempos de una democracia vibrante. Referendos que consultan al pueblo, multitudes que abarrotan plazas para aclamar a sus líderes, y plataformas digitales como X que convierten cada opinión en un voto aparente.
Detengámonos un momento y preguntémonos ¿qué tan real es esta participación? Hace más de un siglo, el sociólogo Robert Michels nos advirtió sobre una Ley, de las pocas en ciencias sociales, que bien vale recordar. Me refiero a la Ley de Hierro de la Oligarquía y la cual, de manera muy general, sostiene que todo sistema, por igualitario que pretenda ser, termina dominado por una minoría.
Hoy, esa minoría no solo persiste, sino que ha perfeccionado el arte de usar la voluntad popular como telón de fondo para su poder. Desde las concentraciones masivas hasta las votaciones en línea, lo que se nos vende como soberanía es, con frecuencia, una elección ya definida por otros.
¿Por qué? Porque como lo Planteaba Michels, la complejidad de organizar cualquier sociedad —o incluso una simple votación— exige liderazgos especializados que, con el tiempo, se atrincheran. Los referendos, que podrían parecer un antídoto a esta lógica, suelen ser un reflejo de ella.
¿Quién escribe las preguntas? ¿Quién decide el momento? Las élites, casi siempre. En la era digital, esta dinámica se traslada también a plataformas como X, donde figuras como Elon Musk y Donald Trump no solo amplifican sus voces, sino que moldean el debate. Musk, propietario de X, ha usado su influencia —y, según estudios de la Universidad de Washington, ajustes algorítmicos— para favorecer narrativas pro-Trump. Trump, con millones de seguidores, convierte cada publicación en un mitin virtual, como su entrevista con Musk en agosto de 2024, que reunió a una audiencia masiva para reforzar su imagen de líder elegido por el pueblo. Una primera aproximación nos lleva a considerar que la participación digital, así, no rompe la oligarquía: la amplifica.
Fuera del mundo virtual, las concentraciones públicas cumplen un rol similar, pero con un giro adicional: alimentan la polarización.
En Venezuela, Nicolás Maduro llena plazas para contrarrestar a una oposición igualmente movilizada, convirtiendo la política en un duelo de multitudes. En Argentina, Javier Milei reúne a libertarios mientras sus detractores marchan en paralelo, y en India, Narendra Modi exalta a sus bases hindúes frente a minorías marginadas.
En X, Musk y Trump no solo movilizan, sino que dividen: cada tuit es un ariete contra “el otro”, sea la izquierda, los medios o las élites globalistas. Los referendos, como el Brexit, no resuelven; parten en dos. Esta fragmentación no es un accidente: una sociedad dividida es más fácil de gobernar, pues las masas se agotan peleando entre sí, no contra el encuadre que las contiene. Tanto en las calles como en las pantallas, la participación se reduce a un aplauso coreografiado.
Ya hace tiempo, el psicólogo francés Gustave Le Bon lo expuso: las multitudes, tienen el efecto de no pensar, sino sentir. El individuo ante la masa sucumbe y se difumina. ¿Ha estado el lector en algún concierto masivo? La mente “colmena” predomina, porque no se piensa, se siente.
Esto lo conocen los líderes políticos, sabedores del efecto sugestionable y emocional de una plaza llena. En las plazas, los discursos de Milei o Modi encienden pasiones que ahogan la reflexión. En X, Musk salta en un mitin de Trump en Pensilvania y proclama “Soy Dark MAGA”, mientras Trump tuitea “¡Luchen!” tras un atentado en 2024, transformando la indignación en apoyo ciego.
De vivir, Le Bon estaría fascinado: la masa digital es tan manipulable como la física, y el encuadre —qué se dice, qué se omite— sigue siendo el arma de las élites.
Concluyo. No se trata de negar el valor de la participación, sino de cuestionar su forma. Cuando las opciones están delimitadas, las concentraciones orquestadas, las plataformas controladas por unos pocos y la polarización alimentada como estrategia, la democracia se convierte en un teatro.
Sin pensamiento crítico, en incluso con éste, Musk y Trump, Maduro y Modi, nos muestran que la Ley de Hierro de Michels no ha perdido vigencia: las élites gobiernan, y las masas, guiadas por la lógica de Le Bon, legitiman.
Romper este ciclo exige más que votar o gritar en una plaza; exige desmantelar los encuadres que nos limitan y las divisiones que nos distraen. Mientras no lo hagamos, seguiremos eligiendo, sí, pero solo lo que ya han elegido por nosotros.
@ricardommz07