La columna de Alejandro Páez Varela
Abro la app de Televisa. Está allí, en mi tele; apareció. Lo primero que atrapa mi atención son los colores amarillos, anaranjados, rosas, azul cielo; escenografía sacada de algún programa para niños que sirve de portada en cada programa.
Empiezo a darle clic y me sorprende: pensé que lo más imbécil que había visto en mi vida era Eugenio Derbez, pero no: se puede hacer algo todavía menos razonado, de menor calidad. Me salen adolescentes de escote o con músculos prematuros, con prematuro delineador de ojos, hombres o mujeres. Y me salen mezclados con cómicos viejos que se esconden en capas y capas de maquillaje, y a uno de ellos se le sacude tanto la papada que no puedo quitarle los ojos de encima. La papada es real; lo que me parece irreal y rebuscado es que alguien tenga que ver a ese actor frente a la cámara, derritiéndose por los años.
¿Hay un deseo deliberado de Televisa por lo que humille?, me pregunto. Y luego veo a muchas mujeres jóvenes clasificadas en dos rubros: unas muy vulgares que representan los oficios de las clases media y media baja: peluqueras, vendedoras ambulantes, supuestas baristas en cafés de escuelas de paga donde se desarrollan los programas; y están las colegialas, buenas o malas, de faldas cortas y mallas de colores; con tenis fosfo-fosfo y vestidas de los colores de Televisa: trapos amarillos, rosas, azul cielo.
Zapeo de programa en programa dentro de la app que, supongo, resume lo que pasa por canal abierto. Según Televisa, lo que venga de las culturas madres de México es feo y vulgar, poco inteligente, incluso ridículo y con muchos kilos de más. Los que nacieron marcados por la desgracia de haber nacido con piel ligeramente oscura, mascarán chicle con la boca abierta y se teñirán el cabello de rubio y las raíces de negro, y socializarán con los condenados a oficios de las clases bajas: lancheros de aquél Acapulco, choferes de transporte colectivo, vendedores callejeros, todos con cepillos gigantes, con acentos marcados de la capital mexicana y con cortes de cabello estrambóticos. Ridículos; caracterizaciones ridiculizadas. Y dentro de esa app, una madre es aquella que dice “mijito” y es tan tierna como un oso panda y tan boba como un perezoso.
Pienso: ¿quién escribe tanta mierda para la mayor televisora del país? ¿Quién pinta cada pixel con colores de psiquiátrico? ¿Quién escoge la ropa de los actores, que una bolsa de Cheetos parece discreta? Y sobre todo: ¿quiénes son los que creen que esa mierda es mi Nación?
Alguien me dice: y eso es Televisa. Abre la app de TV Azteca: es diez veces peor.
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Y eso son Mariana Rodríguez y Samuel García. Su religión son los likes, su cultura es el vacío. No hay disimulo en ello. El lema de avanzada en su campaña por Monterrey no contiene promesas, compromisos, ideales. Es el espectáculo del tipo Televisa, TV Azteca. Es fosfo-fosfo. Es color naranja brillante, fosforescente, deslumbrante. Al final, es como Movimiento Ciudadano, partido de derechas que se simula progresista; donde un Roberto Palazuelos puede ser rey si nadie protesta.
Pienso en esos dos sacados de las élites regias; dos blancos demasiado blancos para el común de los mexicanos; dos blancos Televisa, cabezas-hueca al estilo Televisa. Dos que encajarían en un programa chatarra de la app de Televisa. ¿Qué plantean para los cinturones de miseria de la industrializada Monterrey? Nada. Fosfo-fosfo. Y nadie les pregunta y ellos tampoco se lo preguntan porque no importa, porque Dante Delgado es simplemente un cazador de estrellas que se alegra por dar espacio a los más huecos, los más manipulables; los que deslumbran a los incautos y le permiten seguir administrando a su antojo miles de millones de su negocio: Movimiento Ciudadano. Mariana y Samuel son dos Angélica Rivera, el regreso del copete engominado de Enrique Peña Nieto. Son la práctica política más vieja y frívola: son el engaño, son el mundo pintado de colores amarillos, anaranjados, rosas, azul cielo. Su rostro fosfo-fosfo bien podría servir de logo para Televisa o TV Azteca.
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Supongo que Ildefonso Guajardo y José Ángel Gurría tienen algún mérito, pero todavía no sé cuál. Y lo supongo porque Xóchitl Gálvez ha decidido abrirles espacio; cargar con ellos. La biografía habla de dos hijos tardíos del neoliberalismo; que se acurrucan sobre las recetas del Fondo Monetario Internacional que arrastraron hacia un mundo más desigual, y pueden dormir tranquilos.
Los gobiernos son malos administrando empresas, dicen, repitiendo su viejo dogma. Y en cierta forma tienen razón: para que las empresas dejen utilidad neta, sólo los empresarios. Los gobiernos tienen responsabilidades que van más allá de buscar utilidad neta y en cambio la libre empresa puede perfectamente evadir responsabilidades sociales y dedicarse a ganar. Hay grandes diferencias. Los gobiernos son malos administrando empresas porque, si son sensibles y hacen bien las cosas, no buscan la utilidad neta.
Pero lo más divertido es cuando el dogma se vuelve campaña política; cuando alguien grita que los gobiernos son malos administrando empresas y que por eso se debe desincorporar áreas estratégicas que garantizan la cobertura social, que cumplen con la mínima responsabilidad social. Áreas que no dejan utilidades netas, gritan, deberían desaparecer y luego recurren al mejor ejemplo de todos: que si cotizaran en bolsa nunca habrían despegado. Áreas que, como dirían Javier Milei o Guajardo o Gurría, merecen ser serruchadas.
En el fondo, son los pobres los que aparecen como una línea en rojo en la hoja de Excel, y en el Power Point. En el fondo, bajo ese dogma, son los pobres los que deberían ser eliminados, serruchados, desincorporados. Así, desincorporados. Como lo sugería Gabriel Quadri: desincorporar los estados del sur de México porque no producen, porque son una carga.
El neoliberalismo colocó la búsqueda de la utilidad neta por encima de cualquier otro objetivo y ni Gurría, ni Guajardo, ni Milei, ni Quadri piensan en el daño que provoca el dogma. No se preguntan si hay otra manera de hacer las cosas, un plan donde quepamos todos. Entonces un Estado cualquiera o (mejor ejemplo aún) el Gobierno de Estados Unidos puede venderle 105 millones de dólares en tanques a Israel sin pedir permiso a su Congreso mientras los demás vemos el horror contra el pueblo palestino, y todo justificado en las ganancias. Y al mismo tiempo, ese mismo Gobierno puede ignorar la pobreza en sus barrios negros y latinos; la pobreza en las regiones rurales blancas o del color que sea. En nombre de las utilidades netas pueden hacer eso y más y además llamarse demócratas o mejor: defensores de la democracia. Cuántos periplos para esconder lo que realmente son. Se llaman derecha; simpatizan con el fascismo y pueden escudarlo con teorías económicas o con máscaras de demócratas, pero son lo que son.
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Sí, cuántos periplos.
Llevaron a miles a marchar para “defender al INE” de la dictadura y dieron discursos como los dan los grandes demócratas. Y todo para esconder lo que realmente son. Porque son lo que son, y no son agradables. Vean la portada de Beatriz Pagés, donde pone a Claudia Sheinbaum con una corona de símbolos nazis. Vean su respuesta, después del reclamo. Ella, la ciudadana ejemplar, que gritaba contra la dictadura en el Zócalo; que nos daba clases de moral y de ética desde esa tribuna del “todos somos el INE” o “todos defendemos el salario de Lorenzo Córdova”. Ella, ejemplo de la derecha democrática. Ajá. Quien no la conozca que se lo compre. Se llaman derecha. Son fascistas.
Y son tan fascistas como Televisa o TV Azteca, donde las personas de color más oscuro son presentadas como vulgares y se les atribuyen, ridiculizados, los empleos de las clases media y media baja: choferes de transporte colectivo, vendedores callejeros, peluqueras, tenderos, lancheros de Acapulco, vendedoras ambulantes, bailarinas, supuestas baristas en cafés de escuelas de paga. Para ellos, esos empleos son dignos de comedia. No son empleos serios o son empleos para reírse, para ridiculizarse. Lo lindo no está allí; lo lindo mueve las nalgas con delicadeza y tiene cabello rubio, natural. Lo lindo es fosfo-fosfo. Pásele y deje su like y váyase con su piel morena a otro lado. No hay proyectos para usted, desincorporado. No hay empleos dignos para usted, desincorporado. Usted deje un like y cuando se le diga, vote. Por Mariana o por Samuel, vote. Por la que vendió gelatinas (y por eso hay que hacerla Presidenta), vote. Por Guajardo y por Gurría y por Quadri, vote. Por Pagés, vote. Vea lo lindo que son. Vea Televisa, TV Azteca. Tan blancos, de dientes perfectos; tan rubios, tan altos. Usted tiene su lugar en esa fiesta de derechas, pero es sólo uno: dejar su like, votar por ellos. Pero se le advierte que en la primera oportunidad será desincorporado.
Cuántos periplos, carajo: ¿Quiénes son los que creen que comer mierda es la única opción para éste, mi país?
@paezvarela