Imagínense

Imagínense
Alejandro Páez Varela
Columna de Alejandro Páez Varela

La columna de Alejandro Pez Varela  

El Presidente suele perder la paciencia, y quién no, cuando voltea hacia el Poder Judicial. Perdónenme la palabra, pero pinche Poder Judicial. Décadas y décadas de la misma fregadera: corrupto, insensible, gigantesco pero como los basureros clandestinos afuera de las ciudades: nadie sabe dónde empieza y dónde termina. Y vaya que apesta, y cómo atrae a las moscas y a las cucarachas. Cómo se ve que lo disfrutan las ratas.

El mismo Andrés Manuel López Obrador ha puesto ejemplos que dan coraje: un fin de semana bien escogido, de preferencia en puente de borrachera (no de Semana Santa sino de 15 de septiembre), un Juez por allá por Tamaulipas o por Nayarit libera a alguien con dinero de una prisión en Ciudad Juárez o en Almoloya. Da lo mismo quién sea: un narco, un violador, un asesino, un feminicida, un estafador: con que tenga dinero, va para afuera. Hijos de la fregada, todos. Le pido a mi Dios que me libre de los juzgados, de verle la cara a esos señores de mala cara y a esas mujeres de mal gusto; le pido que no deje que me acerque siquiera a sus estacionamientos, donde autos de lujo y choferes de mocasín con calceta blanca se paran en dobles o triples filas.

Imagínense el nivel de porquería, que a él, al Presidente, le paran obras y le echan a perder arrestos importantes para su estrategia de seguridad. Se hacen investigaciones de fondo, van por los malandros a sus cuevas y en un tris están afuera. El trabajo de meses, y un Juez corrupto manda todo al carajo. Es para arrancarse los cabellos a jirones. Es para pararse afuera de sus oficinas y gritarles cien ofensas, cada una peor que la anterior.

Ahora quiero que se imaginen qué le pasa a un ciudadano cualquiera cuando enfrenta a esa burocracia podrida que es capaz de burlarse del mismísimo Presidente de México. Y más: imagínense que ese ciudadano cualquiera, antes de llegar a un juzgado, tiene que enfrentarse a otro brazo de la “justicia” entre comillas: las policías y las procuradurías. Ustedes saben a qué me refiero. Dios nos libre de toparnos con ellas. Esas oficinas mal pintadas y de techos bajos, con olor a orines, con escritorios rayados de madera y lámparas lagañosas; con agentes de camisas entreabiertas y miradas de codicia. Dios nos libre y lamento mucho a quien haya pasado por tanto. Le abrazo.

Y antes, más antes. Antes de verle la cara a un policía, antes de entrar a una oficina de alguna Procuraduría. Este fin de semana, cuando me enteré del caso de la desaparición de María Ángela, me imaginé a su madre en shock, que vio y ya no estaba. “¡Má!”, le gritó su hija, que la esperaba afuera del baño en la estación Indios Verdes, en la capital mexicana. Mamá se dio prisa para salir a ver qué, y Angelito, como le dicen en su casa, ya no estaba. A nadie “se lo traga la tierra”, eso es mentira. Madres, hijas, nietas, padres, tíos, hermanos: los que desaparecen no desaparecen en un hoyo de la tierra. Se los llevan contra su voluntad. Como a María Ángela, de 16 años. Todavía no se sabe qué pasó pero la hallaron en Neza metida en una bolsa negra, atada. ¿La dieron por muerte o la iban a matar? No se sabe. Pocas veces se sabe algo. Lo bueno es que está en casa.

Dios guarde a Angelito y nos guarde a todos de la maldad que acecha, pero quiero que se imaginen a una mamá que no encuentra a su hija desaparecida. Una mamá como hay miles en este país. Una que escucha “¡má!”, y es lo último que sabe de su hija. Una madre que pasa por policías, procuradurías y jueces. Una madre que le ve la jeta a todos los que se estacionan en segunda o tercera fila y que tienen choferes de mocasín y calcetas blancas. Una madre que debe soportar oficinas de gente maleducada y prepotente, miserables sin empatía y sin respuestas. Una madre que se aguanta aunque le escupan la cara porque no es ella la que importa sino la niña, su niña, la que está desaparecida.

Imaginen a la madre que se entera, como muchas, que esos que se pasean con la camisa abierta y abajo esconden una cadena de oro que perteneció a quien sabe quién; esos que le hablan golpeado y la obligan a esperar doce horas en un banco (si es que le va bien) para tomarle una declaración que no irá a ningún lado; esos que vio el primer día y el segundo también; esos que ha visto un mes o quizás por años son los mismos que se llevaron a su hija, a su esposo, a su hermano, a su padre. Y son los cómplices del narco, el violador, el asesino, el feminicida y el estafador que si por alguna razón caen, más adelante los suelta un Juez.

Imagínense ustedes a esa madre que un día está en su casa y una semanas después recorre hospitales, forenses y fosas comunes. Imaginen a una madre que ha decidido meterse al infierno para dar con una pista de su hija perdida; algo que la lleve a conocer la verdad; algo que le diga que está muerta y que ya no debe buscar. Así tenga 9 años o 39 años cuando desapareció: quiere saber dónde está.

Imagínense: el Presidente suele perder la paciencia, y quién no, cuando voltea hacia el Poder Judicial. Perdónenme la palabra, pero pinche Poder Judicial. Décadas y décadas de la misma fregadera: corrupto, insensible, gigantesco pero como los basureros clandestinos afuera de las ciudades.

Imagínense ahora que además del Poder Judicial, un ciudadano cualquiera debe soportar que exista un Fiscal como Alejandro Gertz Manero, que apenas resolvió sus problemas familiares, desapareció de la vida pública y ya. Imagínense ustedes la frustración de alguien cualquiera, uno de a pie, si el mismo Presidente., que puede hacer algo, pierde la paciencia.

Por eso, se dice, una madre respira cuando le informan que hallaron muerta a una hija que llevaba tiempo desaparecida. Imaginen que respira aliviada porque le entregan un hueso; porque se entera que ya no sufre más. Imaginen por lo que ha pasado esa madre para encontrar alivio en la muerte de su hija. Imaginen todo lo que ha soportado y que está dispuesta a soportar más. Como las madres de los desaparecidos en la guerra sucia. Como Rosario Ibarra de Piedra, que marchó y lloró y gritó y volvió a marchar y persiguió a los militares para gritarles en la cara y hasta el último día que tuvo conciencia y vida pidió que le dieran razón del hijo que buscaba. Imaginen.

Ojalá el Presidente encuentre consuelo en su desesperación pero, más que eso, ojalá haga algo, lo que sea, lo que esté a su alcance. Porque si un Presidente no puede, ¿qué le espera a una madre a la que le roban a una hija? Dios guarde a Angelito y qué bueno que está bien. Y Dios nos guarde a todos de la maldad que se esconde en las calles, en las policías, en las procuradurías, en los juzgados y en todo el Poder Judicial.

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