Las putadas de la vida

Las putadas de la vida
Lety Torres
Historias de engatusada

Historias de Engatusada escribe Lety Torres

“Solamente cuando sabemos y entendemos que tenemos un tiempo limitado en la tierra y

que no tenemos manera de saber cuándo se acaba entonces comenzaremos a vivir cada día al máximo,

como si fuera el último que tenemos”.  (Elisabeth Kubler-Ross)

Soy de las que tiene varios días de cumpleaños.

El primero es el 16 de octubre, día en el que llegué a este mundo luego de un dramático rompimiento de fuente por una explosión de una olla exprés en casa de mi madre.

Explosión que produjo un nacimiento prematuro de apenas 30 semanas y que tuvo como consecuencia una cardiopatía llamada bradicardia con disautonomía, un padecimiento con la que aprendí a vivir desde que tengo uso de razón.

Mi segundo cumpleaños es el 12 agosto, día en que me colocaron mi primer marcapasos en 2014. Luego de un par de meses sintiéndome mal y conseguir una cita en el Centro Mexicano de Cardiología Siglo XXI con un médico especialista dijo sin rodeos: “No se puede ir. Si no le colocamos un marcapasos hoy mismo no vivirá por mucho tiempo”.

Quiero decir que desde niña supimos -mis padres, hermanos y yo- que este día llegaría. En algún momento requeriría una máquina que hiciera lo que mi corazón ya no podría.

Luis y yo no íbamos preparados para quedarnos en el hospital. Sin dinero, sin ropa, sin avisar a la familia, pero no teníamos opción más que quedarnos. Fue una especie de secuestro por parte del médico.

El IMSS me salvó la vida. Dos días después -que fueron eternos - lograron conseguir un marcapasos bicameral que por fin me pusieron.

Mi tercer cumpleaños es hoy, 15 de agosto.

Hace un año, después de semanas de recaídas, vomito, náuseas, cansancio extremo, no poder levantarme de la cama y decenas de estudios, Nicolás -mi cardiólogo- detectó que uno de los dos cables del marcapasos 1, se rompió. “Ya no sirve Lety, hay que extraer todo y poner uno nuevo” me dijo en una consulta a la que fui sola porque Luis Alberto andaba en un Congreso de Medicina Estética en Guadalajara.

“Te opero el sábado. No podemos esperarnos porque te puedes morir”. A diferencia de todo lo que pensaba de la muerte desde que nací, esta vez tuve miedo. La cirugía representaba un riesgo muy alto y posibilidades de éxito muy bajas.

Cuatro cardiólogos, 2 robots traídos de Houston y un Dios en el que creo ciegamente tenían mi vida en sus manos.

El joven Matías era mi única y exclusiva preocupación.  ¿Qué pretendía Dios -pensaba- mandándome un hijo a mis 45 años, si a los 46 querría enviarme al lugar, cualquiera que sea, al que se van los muertos?

Siempre escuché que los hijos te cambian la vida. Lo suponía, claro, pero en el sentido estricto de las obligaciones, la falta de tiempo, libertad y horas de sueño.

Lo que jamás imaginé es que la cambian más allá de la vida. Hoy, pensar en mi muerte, es pensar en mi hijo. Pensar en lo que representaría mi ausencia a sus apenas dos años y eso me hace sentir un hoyo en el estómago.

Cuando alguien muere, pienso ya no importa. Importa quienes se quedan y si esos que se quedan son los hijos o peor aún, los padres que pierden un hij@.

Hoy que cumplo 1 año de haberme salvado de la muerte por tercera vez y en lo primero que pensé fue en Aurora, una mujer de apenas 37 años, diputada, con dos hijos pequeños y un futuro prometedor que murió repentinamente de un infarto.

Pienso en sus hij@s, en su duelo, en su dolor de haber perdido lo más importante que uno tiene que es su madre.

 ¡Que putada!

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