Historias de Engatusada escribe Lety Torres
Hace un par de días habría sido el cumpleaños número 86 de mi padre. Odiaba cumplir años, bueno en realidad odiaba la vejez que no es lo mismo.
Cuando era niña me decía que se daría un tiro a los 50 porque nunca sería viejo. Balazo que por supuesto no se dio y que estoy segura nunca se habría dado.
Murió una Navidad, faltaba más, hace casi 13 años cuando tenía 73 y aunque poco hablo de él en mis historias, la realidad es que fue el hombre que marcó mi vida y prácticamente trazó mi destino.
Desde que tengo uso de razón, mi papá estuvo obsesionado con que “su princesa” (yo), deseara exactamente lo contrario -en aquellos ayeres- a los sueños de cualquier otra niña, incluidas mis hermanas.
Para él, lo más importante que yo debía hacer era estudiar, trabajar, vestirme siempre bien, no enamorarme, por supuesto no casarme y si era posible, viajar por el mundo con la libertad que “él me estaba regalando”.
¿Irónico, no?
No es que no haya sido feliz con mi madre y sus 5 hijos, seguro que lo fue; más bien creo que era una especie de fantasía no cumplida que veía proyectada en mi, por alguna razón que nunca supe.
Casi logra su cometido, a excepción del NO enamorarse -y casarse-. (Amo las bodas, imagínese cuánto que llevo dos).
Lo que papá no me dijo es que, en la vida real, no todos los hombres me amarían ni dirían siempre que sí y mucho menos, que existía la posibilidad que algunos de ellos no me quisieran siquiera en su vida.
Vaya madrazo que me di cuando me enteré que el mundo no era como me lo dibujaba.
Días antes de su muerte, me pidió que olvidara lo enseñado y lo aprendido. Que me enamorara, que escribiera un libro y claro, que plantara un árbol -este último con tono sarcástico- se refería a que tuviera hijos.
“No mames Rafael”, le dije encabronada, “tengo 34 y llevo 10 años en terapia tratando de entender, concientizando mi vida y aceptando que no es como tú me la contaste”.
Su cara se hundió en la tristeza. Su amor fue tan grande que no soportaba saber el daño que había hecho. Y si que lo hizo. Como todos los hombres que aman en exceso.
Quizá no debía decirlo pero su muerte fue hasta sanadora. La enfermedad que lo invadió por meses fue el pretexto para conocernos en forma, pero también a fondo. Durante mi acompañamiento dejé de esforzarme por ser perfecta como él pensaba.
Él, por su parte, se dejó ver vulnerable -sin muchas opciones- ante su anunciada muerte.
Diez meses de intensas pláticas, confesiones y arrepentimientos. Diez meses que sanaron las heridas invisibles.
Le conté que todos los hombres que he amado en mi vida: parejas, amigos, compañeros de trabajo y hermanos, habían contribuido de una u otra forma en mi rehabilitación emocional.
A 13 años de su muerte, pensar en mi padre es pensar en la vida en rosa y es que lo extraño.
Debo reconocer que fue extraordinaria y tormentosa aquella burbuja que habitamos juntos por 34 años llenos de amor, pero también egoísmo.
@LetyTorres_G