Hipocresía y revanchismo

Hipocresía y revanchismo
Jesús Olmos
Máscaras

Máscaras escribe Jesús Olmos

Heladio tocó por primera vez el teclado de la computadora de la redacción en 1999. No era muy común en ese tiempo que los contenidos se digitalizaran para ser consultados por el público en general, pero aquel medio nacional al que perteneció por allá del años 2000, comenzaba su transición digital. Con 25 años de periodista había vivido de todo.

Comenzó tocando puertas en una estación y 100 noches después le abrieron para ser asistente del asistente de producción de un noticiario.

Paso luego a ser encargado de controles y de vez en cuando lo dejaban hacer sus pininos con comentarios deportivos, sobre todo del fútbol nacional.

Enterado como pocos de la vida local, un día le vieron talento para salir a la calle con una grabadora y ponerse así a grabar cosas que le importaban a la gente.

Un 10 de Mayo desde un centro penitenciario, como se describía una autopsia desde radio, le Feria de la ciudad, los carnavales y vivir una jornada completa con una familia en Día de Muertos.

Los jefes y dueños de la cadena decidieron darle su primera oportunidad como reportero de fuente, estaba encargado de seguir a donde se moviera al presidente municipal y a dos o tres fulanos importantes de su gabinete.

Estuvo ahí 2 años, apostado afuera de la reja que divide las oficinas gubernamentales del parque central, hasta que me pidieron que cruzara al edificio de enfrente para subir de nivel y comenzar a cubrir al gobernador en turno.

Con los ascensos, fue creando recelo entre sus compañeros, a la par de enojo de algunos en la clase gobernante que habían sido exhibidos.

“No hago periodismo militante, pero si me ponen a un retrograda lo exhibo en el mismo sitio”, decía con mucha alegría sobre su estilo de trabajo.

Cuando cambio el sexenio, fue invitado a colaborar como asesor del gobernador siguiente, la paga era tan buena y del tamaño de sus planes familiares, que no dudó en aceptar.

Fueron 6 años de “vacaciones pagadas”, dijo cuando se retiró de la comunicación social por allá del año 1994 y regreso a los medios donde lo esperaba su primer trabajo de escritorio.

Fue de los últimos adoradores del papel, de esos que no dormían hasta que revisaba la última letra, cada cabeza, cada pie de foto y cada que uno de los contenidos estuviera correcto en redacción y estilo. Fue un gran maestro de muchos y un crítico audaz.

Como suele pasar en este negocio, fue echado a patadas de aquella redacción a la que muchas veces llamó su segunda casa.

A Heladio nadie le dijo que sus patrones estaban obligados a pagarle una liquidación, lo engañaron con que su trabajo no estaba profesionalizado y lo dejaron en la calle de un día para otro.

A Heladio luego se lo comenzaron a comer también sus enemigos, esos que cada 7 de junio salen al convivio, que emiten epístolas sobre el Derecho a la Información y aquellos que enviaban cartas con palabras bonitas para felicitarlo con su gran labor, que cuando les dejó de ser útil, desecharon, ningunearon, mancharon e intentaron pisotear.

No contaban aquellos esperpentos de autoridades y empresarios que el poder es finito, que tienen fecha de caducidad, que habían despertado su mejor periodismo y que no tardaría en volver a colocarse en los primeros plano, hasta llegar a ser un corresponsal internacional.

De él, aquel señor silencioso con el que compartía guardias nocturnas aprendí aquella frase que versa: “seguiremos y seguiremos, cuando pase el tiempo y cuando pasen ellos”.

En sus clases a universitarios y como jefe de pandilla, enseñaba que, como todo en la vida, cualquier tiempo complejo igual pasará.

 

@Olmosarcos_

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