Máscaras escribe Jesús Olmos
Lo que hemos visto en las últimas horas en el contexto de la pugna (en ciernes) por la presidencia de la República, nos habla de una realidad terrible para el país y para las futuras generaciones de mexicanos.
Hablamos del nivel al que los distintos actores políticos han rebajado el debate, principalmente del lado de la oposición, haciendo del insulto su motor de campaña.
Las declaraciones, reacciones y posturas de Santiago Creel Miranda y Xóchitl Gálvez, no solo exhiben una desesperación latente de quienes se saben en evidente desventaja, también rebajan al nivel de insultos y palabras altisonantes, el debate público. Normaliza palabras que se han mantenido fuera de los primeros estrados del país.
Este modus operandi es lo mismo que han venido haciendo personajes como Javier Lozano Alarcón (quien llama hijo de puta al presidente), Carlos Alazraki, Héctor Aguilar Camín, Pedro Ferriz y otros comentócratas o políticos de una ala de la derecha muy rancia. Puede parecerle gracioso o coincidente para algunos, pero es un tema muy peligroso, sobre todo para el futuro de México.
Lejos quedan de aquellos debates altísimos en tono y contenido que nos entregaban Juan Molinar Horcasitas y Pablo Gómez desde el Senado en aquellos tiempos de tensión previo a la elección del 2006.
De Santiago Creel podemos recordar un par de episodios, los gritos y llanto en su registro con panistas y luego al arremeter contra la estrategia de abrazos, no balazos, afirmando “es una pendejada”.
De Xóchitl Gálvez, quien en distintas ocasiones ha dado la nota por su uso del lenguaje, respondió textual al presidente: "a mí ningún cabrón me puso en ningún lado".
Habrá gente que de verdad crea que esa es la forma en la que se debe vencer al oponente político, en la que se debe debatir lo que está bien o está mal para el país, pero entre políticos supuestamente profesionales, parece más un concurso de ver quien grita más fuerte, insulta de forma más dolorosa o destaca en estos shows que ofrecen, disfrazados de un supuesto discurso de sufrimiento.
Cuando el hoy presidente, en una arenga llamó “chachalaca” a Vicente Fox, sus dichos lo han perseguido por toda su carrera política y siguen siendo el fantasma que muchos ven en él, pero hablaba desde la retórica. Nunca insultó a algún opositor al cuestionarlos con firmeza.
Como el riesgo que corremos de que se le habrá paso a una extrema derecha intolerante, es peligrosísimo que una generación de mexicanos crezca pensando que está bien llevar la discusión pública al terreno de los insultos y las bajezas, a las cuestiones personales, a las groserías y los sombrerazos, eso no es política.
Y repito, lo que hacen Santiago Creel Miranda y Xóchitl Gálvez, no es chistoso, es peligroso y puede costarnos mucho en el futuro. Al tiempo.
@Olmosarcos_