La columna de Alejandro Páez Varela
¿Qué tienen en común Mel Gibson y Eduardo Verástegui? Casi todo. No sólo su militancia dentro del catolicismo ultraconservador y su activismo contra toda causa progresista; no sólo su visión de un mundo medieval y su anacrónica denuncia del “comunismo” (que ya ni existe), sino también su interés por ridiculizar-desacreditar los reclamos de justicia social y de equidad de género; las luchas por la igualdad económica, racial y cultural; el feminismo y el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo; las batallas LGBT, el multiculturismo o el ecologismo. Gibson, un antisemita, y el bailarín mexicano-estadounidense, un ególatra, comparten, también, su vínculo con Donald Trump.
Comparar a Verástegui con Gibson es sólo por el nexo que ambos comparten con el personaje feo que ocupa la Casa Blanca. En realidad se le puede comparar (con mayor justicia) casi con cualquiera de los conspiradores de derecha y ultraderecha de medio pelo en este país; gente como Chumel Torres o Gabriel Quadri, Lilly Téllez o Sergio Sarmiento, el “Tumbaburros” o José Antonio Crespo. Entre ellos, Verástegui es incluso niño de pecho. La nada. Una nulidad.
La agenda de Gibson-Verástegui-cualquiera-de-todos-los-anteriores se cruza, además, con la agenda de los protestantes radicales de Estados Unidos. Es maravilloso ese cruce que los une al antimexicano color naranja. Lo único que no está comprobado es que, como Mel Gibson, los protestantes estadounidenses radicales tengan conexión directa con el ala más radical de El Vaticano (y no me extrañaría), pero en lo demás son lo mismo: ultraconservadores, activistas contra las causa progresista; medievales. Pero en vez de ridiculizar-desacreditar, utilizan el discurso del “satanismo” y la “destrucción de los valores cristianos” para rechazar cualquier reclamo de justicia social y de equidad de género; las luchas por la igualdad económica, racial y cultural, etcétera.
Y aunque hay en los radicales protestantes un antisemitismo histórico (la Pasión de Mel Gibson hace ver a los judíos-asesinos-de-Cristo con cuernos y cola) no es unánime.
Lo más impresionante, creo yo, es que esta derecha radical trumpista, medieval y antivacunas, que odia a los migrantes y odia todo aquello que no puede controlar, haya alcanzado la Presidencia de la democracia liberal más poderosa del planeta. Porque es impresionante. Mañana quemarán las bibliotecas y pasado mañana las universidades, o viceversa.
¿Y cómo sucedió todo esto? ¿Cómo se fortalecieron los que estaban condenados a ser atropellados por el progreso de la humanidad? ¿Cómo creció un proyecto francamente chafa, mediocre, estúpido, retrógrada?
***
La cumbre de líderes europeos de ultraderecha realizada esta semana en Madrid, así como el ascenso de Donald Trump en Estados Unidos o el de Javier Milei en Argentina tienen un denominador común: pasan por la debilidad de la propuesta política de izquierda o, al menos, de centroizquierda. Se crecen donde hubo desgaste en los dirigentes progresistas locales, o por culpa de ellos. Pedro Sánchez es una vergüenza para el pensamiento de izquierda, como lo son muchos de los peronistas o los supuestos demócratas estadounidenses. Empecemos por esos. Y sin fortaleza moral y ética, cada uno de ellos ha impulsado la reorganización del pensamiento reaccionario, con consecuencias que estamos por ver.
Trump llegó a la Casa Blanca con un voto histórico y es posible que el Presidente de Argentina sobreviva con altos índices de popularidad mientras desmantela la plataforma de cobertura social. Parece un sinsentido porque lo es. El Presidente de Estados Unidos disuelve todos los programas de asistencia popular al tiempo que se proclama a sí mismo representante de las clases bajas, que han sido golpeadas –argumenta– por las élites que operan desde el “Estado profundo” y que en parte son republicanas y en gran parte son demócratas.
Cualquiera debe preguntarse, dado lo anterior, cómo es posible que los reaccionarios se llamen a sí mismos líderes de los que tienen menos, y que al mismo tiempo apliquen políticas antipopulares y sean aplaudidos. Lo que estamos viendo, entonces, es el engaño perfecto. Una élite se apodera de los controles de Estados Unidos o de Argentina o de Italia, vendiendo la idea de que es para velar por los que menos tienen. Pero esa élite es rapaz y siempre ha sido rapaz y ni siquiera hace algo para disimularlo.
El ascenso de la ultraderecha en el mundo, encabezado por Trump, sólo tiene sentido en el fracaso de la contrapropuesta, es decir, en el fracaso del progresismo y de la izquierda. En la falta de propuesta, en su falta de solidaridad. Trump abriga a Nayib Bukele, a Milei o a Daniel Noboa, pero Barack Obama jamás consideró la posibilidad de cuestionar la elección sucia que llevó a Felipe Calderón al poder y se negó a reconocer en Andrés Manuel López Obrador un líder social en ascenso.
Lo de Pedro Sánchez, quien dirige un partido supuestamente socialista y supuestamente obrero, es muy parecido a la derrota moral de Obama. El Jefe del Gobierno español, contra todo lo que cualquiera habría apostado, rompe con la izquierda mexicana e intenta incluso degradarla, ridiculizando o al menos tratando de ridiculizar al entonces Presidente López Obrador. Hay que preguntarse por qué. Y habrán también muchas respuestas si se piensa en que Madrid se ha convertido en la madriguera de una diáspora derechista y ultraderechista no sólo de México, sino de toda América Latina.
Habría que razonar el fin de la propuesta de izquierda en España con mucho detenimiento, y el hecho de que los líderes del PSOE, empezando con Felipe González, sean más parecidos a Carlos Salinas de Gortari o a Felipe Calderón que a Lázaro Cárdenas o a López Obrador. La crisis del polo progresista español es una crisis que tiene explicación en el amor a los privilegios, al dinero, a las mansiones y a las grandes empresas y a su renuncia, muy evidente, a los obreros españoles.
Al mismo tiempo, creo yo, debe razonarse a profundidad el fenómeno que significa la izquierda mexicana en este momento. El faro en el que se transformó para viejo y nuevo continentes. Se tiene que ver a México como un lunar en la cara empolvada de Milei o de Trump. Lo que está pasando en México tendrá repercusiones en el futuro de la izquierda global si se cuida el proyecto y se trasciende a las tentaciones de ciertos personajes de reconocida ambición. Hoy México está en los cuernos de la Luna. El mundo está atento. Muchos esperan que el proyecto de Claudia Sheinbaum/AMLO se corrompa y se hunda, de la misma manera en que otros esperan que por el bien de todos, triunfe.
Cualquier análisis sobre la derrota de muchos proyectos progresistas, el ascenso de la derecha y el fortalecimiento de la izquierda en México tiene que considerar una revisión profunda de Justin Trudeau en Canadá. Se tiene que desmenuzar su fracaso para entenderlo. Se tiene que revisar el porqué el conservadurismo tiene hoy una abrumadora intención de voto. El Primer Ministro canadiense se vendió como la izquierda moderna, el futuro del humanismo. Ni una cosa ni la otra. Resultó un hipócrita, un imperialista mentiroso y poco solidario. Cualquier análisis debe desnudar la propuesta de Trudeau desde su auge hasta su profunda y lamentable caída.
Me parece que la hipocresía ha jugado un papel muy importante en el desplome de la izquierda en muchos países de Europa o de América. La hipocresía es asimilable dentro de la derecha pero dentro de la izquierda estalla en el peor de los cánceres. Felipe González, Pedro Sánchez, Alberto Fernández, Nicolás Maduro, Daniel Ortega, Justin Trudeau, Barack Obama y otros que llegaron al poder representando un ala supuestamente progresista deben ser analizados con seriedad en el tramo que viene para evaluarlos, sopesarlos, entenderlos y ver en qué de equivocan o se han equivocado.
La izquierda mexicana debe pensar qué condujo al fracaso de sus pares en otros países. Debe verse en ese espejo y espantar los fantasmas. Y sólo así podrá sobrevivir como una isla en este mar de derechas. Y sólo así, con autocrítica, podrá mantener vivo el ideario que permitió un proyecto ganador para una Nación que tanto lo ansiaba.
@paezvarela