La columna de Alejandro Páez Varela
“¿Qué están celebrando?”, pregunta una joven de shorts color melón. Su compañera toma fotos y las dos revolotean como en carnaval. En frente cruza la tuba; hay ríos de banderas y consignas.
El Centro Histórico, corazón político de la República, está de fiesta y la pregunta de la turista, muy probablemente estadounidense, tiene sentido: ¿Qué celebran los mexicanos? ¿Por qué miles han tomado las calles de la capital? Cualquiera puede sugerir una canasta de razones: que Donald Trump no nos impuso aranceles; que empieza la temporada de calor; que muchos se vuelven a encontrar en la calle, movilizados, después de elecciones del verano de 2024. Otros no celebran: están acá porque fueron convocados por la Presidenta y genuinamente quieren conocer el mensaje.
“No olvidamos las invasiones de 1846 y de 1914, y el ‘zarpazo’ que le dieron a la mitad de nuestro territorio en 1847”, dice Claudia Sheinbaum frente a la plaza llena. Luego matiza: “Pero quiero resaltar hoy los buenos ejemplos de respeto a nuestras soberanías, y de colaboración y apoyo. Por ejemplo, cuando Benito Juárez recibió una invaluable ayuda de Abraham Lincoln en su lucha contra la invasión francesa. De hecho, Estados Unidos nunca reconoció al segundo imperio de Maximiliano. El momento crucial de desconocimiento al usurpador Victoriano Huerta, en 1913. El respeto del Presidente Franklin Delano Roosevelt al General Lázaro Cárdenas”.
“México peleó al lado de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, no sólo con los aviadores de la Fuerza Aérea del Escuadrón 201, sino, también, enviando al país vecino trabajadores, llamados ‘braceros’, que contribuyeron a garantizar la producción de alimentos y materias primas”, dice la Presidenta.
Y luego recuerda cuando Trump y Andrés Manuel López Obrador firmaron el tratado comercial vigente y dice, ante la plaza llena: “¡Saludos al Presidente López Obrador hasta Palenque!”.
Y la plaza, que tiene memoria, le responde con un grito de nostalgia: “¡Es una honor estar con Obrador!”. Y más adelante, le grita a la Presidenta con esperanza: “¡Es un honor estar con Claudia hoy!”.
“¿Qué están celebrando?”, preguntaba la turista.
Y en ese instante de la plaza en llamas cualquiera puede pensar que los mexicanos celebran un periodo de presidentes queridos. Sí, queridos. Aunque no le guste a la derecha mexicana, Claudia Sheinbaum anda entre 80 y 85 por ciento de popularidad y López Obrador apenas si bajó del 60 por ciento durante la pandemia. En este momento no hay, en todo el Continente Americano, un líder o lideresa que ande en esos niveles de aceptación.
Y en ese instante de la plaza en llamas, cualquiera podría decir que qué tremenda estupidez no haberse puesto atentos y haberle dado la espalda a Claudia Sheinbaum cuando llega al podio, en el Zócalo, y están entretenidos tomándose una foto. Qué error tan grave de Ricardo Monreal, Adán Augusto López, Andrés Manuel López Beltrán y Luisa María Alcalde. Estaban entretenidos tomándose fotos juntos cuando llega la Presidenta.
No le extendieron la mano. Veían para otro lado. ¿Cuántas fotos tienen juntos? Miles. Por una foto más le dieron la espada al momento histórico.
¿Qué están celebrando?, preguntaba alguien. Monreal, Adán Augusto, López Beltrán y Luis María, el poder. El reparto del poder. Que sus familias disfrutan el poder. El poder, para estar encima de todos los demás. El poder que hincha por dentro y que te hace sentir más que la plaza en llamas. Qué error tan grande darle la espalda a Claudia.
La presidenta, en cambio, celebraba la compañía de la gente. “¡Pueblo, pueblo, pueblo!”, gritaba López Obrador. “¡Pueblo, pueblo, pueblo!”, por encima de todo, el pueblo.
“Quiero agradecer a empresarias y empresarios que, con sentido patriota y responsabilidad social, han estado apoyando en estos momentos cruciales”, dice ella y agrega: “En cualquier caso, lo principal que hay que agradecer es la unidad y valentía del pueblo de México; en cualquier caso, México debe seguir fortaleciendo la economía basada en el Humanismo Mexicano. La que viene desde abajo, la que hizo posible el Presidente López Obrador”.
Y otra vez la plaza en llamas corea: “¡Es un honor estar con Obrador!”.
“Seguiremos trabajando con cuatro máximas: La primera: Por el bien de todos, primero los pobres. La segunda: No puede haber Gobierno rico con pueblo pobre. La tercera: Alimentación saludable, educación, salud, vivienda, salario justo, son derechos del pueblo de México, no son mercancías ni privilegios. Y la cuarta: Con el pueblo todo, sin el pueblo nada”, dice la Presidenta.
Distintas organizaciones y simpatizantes acuden a la Asamblea Informativa en el Zócalo de la Ciudad de México, encabezada por Claudia Sheinbaum Pardo, Presidenta de México. Foto: Edgar Negrete Lira, Cuartoscuro
La plaza en llamas tuvo memoria. Lanzó vivas a su Presidenta y tuvo nostalgia, en ese mismo Zócalo, de su expresidente López Obrador. Con él, muchos aprendieron el valor de palabras clave. Palabras nada rebuscadas, como la palabra “pueblo”. Allí mismo, con el Zócalo lleno, el entonces Presidente gritó, el primero de julio de 2023, en un momento para la historia:
–¿En quién debemos confiar?
–¡En el pueblo! –le respondieron los asistentes a la asamblea.
–¿Quién nos protege?
–¡El pueblo! –gritó la gente.
Un grupo de mujeres mariachis previo al inicio de la Asamblea informativa de la Presidenta Claudia Sheinbaum.
–¿Qué somos?
–¡Pueblo!
–¡No se oye!
–¡Pueeeeblo!
–¡Pueblo, muchas veces pueblo, pueblo, pueblo! –gritó López Obrador. Se podía intuir, pero nadie quería decirlo en voz alta: se estaba despidiendo.
En The grapes of wrath (1939) o Las uvas de la ira, el escritor John Steinbeck narra cómo la desolación obliga a miles de estadounidenses a migrar dentro de su propio país, de Este a Oeste. Van sucios, hambrientos, vacíos de esperanza. Saben que el que migra expone su vida y, lo que es peor, pone en manos de la fortuna la vida de los más vulnerables: los niños, las mujeres, los ancianos.
Steinbeck denuncia una migración infame de la década de 1930, forzada por la Gran Depresión y por una serie de azotes naturales que alteraron la vida del campo y las ciudades. La novela se publicó en 1939. No han pasado ni cien años y Estados Unidos es, ahora, el verdugo de los migrantes. Ni Donald Trump recuerda que es hijo de migrantes. La memoria es una capa de polvo que se quita con un trapo húmedo y ya. Las lecciones de un país forjado por los migrantes se han cambiado por un puñado de uvas que eventualmente les sabrán amargas.
Estados Unidos es hoy un país que tiene todo, menos la calma. Dividido desde el intestino, sufre dolores que no puede ubicar. Tiene todo y quiere más porque así lo han educado. Está ansioso de todo, de las nimiedades, de lo que no necesita. Y corre a las drogas con la misma energía con la que se lanza a la guerra y a las tiendas en línea. Piensa que vive en la desgracia y culpa a los demás. Vive con más de lo que necesita y lo que le sobra, lo tira. Y no tiene alegría, y no tiene calma: una sociedad de consumo educada en la ansiedad sufre síndrome de abstinencia permanente. El problema es que no sabe de qué.
Ahora mismo camino entre la gente aquí, en la plaza mexicana, y lo que sobra es alegría. ¿Por qué suenan las cornetas de plástico, por qué un grupo de mujeres y hombres mayores grita apasionado hacia el estrado, adonde aparece su Presidenta? Me aventuro a decir que es por la esperanza. Acá se vive con menos, se vive bajo amenaza y se vive con esperanza.
Tampoco al sur se la pasan bien. Abro la prensa de Argentina y leo: los estudiantes anuncian paros, los ancianos sin pensión reciben palos por respuesta. Y que ayer marcharon las mujeres, furiosas, y que la inflación no baja y que el Gobierno de la motosierra va a pedir un nuevo préstamo al usurero del mundo. “Te falló el experimento de la Escuela Austríaca, estás con el agua al cuello porque te faltan dólares y tirás la toalla pidiéndole un préstamo al FMI”, se lanzó ayer Cristina Kirshner contra Milei. “Dejá de mentirle a la gente”.
Y en Canadá viven hundidos en un coctel amargo de enojo, malhumor y angustia por la traición del gringo feo, su amigo. El mexicano sabe que hacia el norte no hay amigos y que hacia el sur están los amigos y la angostura de Centroamérica es un recordatorio geográfico de que están lejos y que la amistad se da a cuentagotas.
Pero los canadienses están peor. Tienen al norte capas y capas de hielo y frío, y hacia el sur tienen una nación que, al menos por ahora, no los quiere. Los menosprecia. Los maltrata. Ellos, que le dieron todo a Estados Unidos, amenazados por sus vecinos al sur.
Ahora mismo camino entre la gente para tomar notas. Camino la periferia del Zócalo de la capital y me pregunto de qué está hecho el mexicano que celebra todos sus triunfos, grandes o pequeños, con la misma intensidad. Agradece el día. Vive al día. Hoy convencimos al Presidente de Estados Unidos, el gringo feo, de que no descargue su ira sobre nosotros. Y aunque la amenaza sigue, celebramos. Ya mañana vemos mañana. En abril podría darnos un mazazo, pero en marzo, celebramos.
Y celebrando, que no todos en el mundo celebran, se nos fue este domingo de plaza en llamas.
Los viejos decían que a México le tocaban tres presidentes muy malos y luego uno bueno, o uno muy malo. No creo en esa cábala. No me cuadra. Después de mi General Lázaro Cárdenas cuatro malos y luego satanás en persona: Gustavo Díaz Ordaz. Luego vinieron otros tres malos y otra versión del mismísimo satanás: Carlos Salinas. Y qué les cuento de lo que vino después: el gran hipócrita, Ernesto Zedillo; luego el engañabobos de Vicente Fox y zas, otra versión de satanás: Felipe Calderón. Luego vino don corrupto Enrique Peña y después vino la transición.
Todavía es difícil medir a López Obrador. La Historia tiene sus maneras de arreglar las cosas. Si lo ponemos en manos de los académicos, periodistas e intelectuales mexicanos, lo hacen pedazos, pero es porque lo odian y porque amaban a Salinas, a Peña, a Fox, a Calderón. Y si lo ponemos en manos de la gente, lo que las encuestas dicen es que no hay otro igual, desde Cárdenas.
A la Presidenta Sheinbaum le aplicarán la misma medida que a López Obrador, no importa qué haga. La llaman de mil maneras porque la odian, como odiaban a AMLO. Cuando era líder social, el expresidente la pasó mal. Lo calumniaron, lo escupieron, intentaron siempre humillarlo. ¿Quién lo sacó adelante? La gente. Y él lo tenía muy claro. “Pueblo, pueblo, pueblo”, gritaba. Calderón no podía ni asomarse al balcón de Palacio Nacional sin recibir mentadas de madre; lo mismo que Peña. Andrés Manuel, en cambio, era amigo de los llanos y pariente de los caminos de tierra.
Sheinbaum tiene muchas preocupaciones. Las advierto. La primera es quedarle bien a la gente. Ayer lo decía: “Tengan la certeza de que su Presidenta, con temple y corazón, nunca les va a traicionar, y que siempre pondré mi corazón, mente, energía y hasta la vida misma por nuestro querido y amado México”. Pero también le preocupa quedarle bien a su mentor, el expresidente López Obrador. Y para cumplirle a unos y a otros no hay más cosa que empujar todos los días, dedicarse todos los días, sin descanso, a que las cosas pasen. La Historia se hace en cocción lenta y no hay quien pueda apurarla.
Ayer domingo la Presidenta estaba frente a miles en su primera concentración en el Zócalo desde que llegó a Palacio Nacional. Sabía de su encuentro con la historia como sabe de su responsabilidad. “¿Qué están celebrando?”, preguntaba la joven de shorts color melón. Y yo creo que se celebraba la oportunidad de encontrarse, porque no siempre se pudo. Se olvida con facilidad que de ese Zócalo fueron echados a golpes los maestros, y eso pasó con Peña. Se olvida que allí gritamos, viendo a Palacio Nacional, “No más sangre!”, y pedimos sin éxito al entonces Presidente Calderón que corriera a Genaro García Luna y no lo hizo. Se olvida que por esa plaza han pasado innumerables luchadores sociales que murieron antes de la llegada de la izquierda al poder.
También se olvida que desde esa misma plaza se prometió luchar contra el viejo régimen. Ayer que venía banderas del sindicato charro llamado CATEM, fundado por Pedro Haces, me repetía lo que cantaba Juan Gabriel: ¿pero qué necesidad? ¿Realmente necesita acarreados una Presidenta que ronda los 85 por ciento de aceptación popular? No los necesita. Pero Haces y los líderes acarreadores como él sí creen que se necesita. Es la forma en que controlan. Morena debería rechazarlos y denunciarlos. Todos deberíamos denunciar a los acarreadores, vestigios de un régimen que no queremos que regrese.
Ayer fue, sin duda, el día de la Presidenta. Ella lo debe saber. Pueblo, pueblo, pueblo: allí está la clave de la izquierda. Pueblo y diálogo, mucho diálogo, sobre todo con el vecino del norte que se ha vuelto, a falta de una oposición, el único contrapeso para una Presidencia poderosa.
“México es un gran país, con un pueblo digno y valeroso. [Estados Unidos y México] somos naciones en igualdad de circunstancias. No somos más, pero tampoco menos. Y siempre ponemos por encima de todo el respeto a nuestro amado pueblo y nuestra Nación”, dijo ayer. “Hay que agradecer la voluntad de diálogo. Es probable que haya personas a las que no interesa que haya buena relación entre pueblos y gobiernos, pero estoy segura de que con diálogo respetuoso siempre se puede lograr respeto. Hasta ahora, ha sido así…”.
@paezvarela