La columna de Alejandro Páez Varela
1. Lo que venga
No hay plazo que no se cumpla. Esta semana sabremos qué tanto daño quiere hacernos Donald Trump en el plano comercial/económico. Queda claro qué desea en términos de migración; lo ha vendido bien y las deportaciones masivas le dan buenos niveles de aceptación. Sólo si sufriera presiones económicas (por falta de mano de obra barata para explotar, básicamente) podría cambiar de opinión respecto a los migrantes. En lo referente a drogas presionará porque es la agenda conservadora aunque siento que las muertes y el fentanilo y eso lo utiliza como herramienta de negociación.
Los aranceles son, para él, otra herramienta de negociación y son, también, un fin. Trump sí se ve recaudando ingresos con aduanas –como en el siglo XIX– aunque eso signifique cerrar fronteras y revertir más de cincuenta años de teoría estadounidense aplicada sobre el libre comercio. Fueron Estados Unidos y sus aliados occidentales (Gran Bretaña, por ejemplo) los que pugnaron por dejar circular los productos y servicios y permitir a las fuerzas del mercado moldear la economía e incluso la política. Hablaban del libre comercio como una cura a la “enfermedad del socialismo”; como una herramienta incluso democratizadora.
Ahora sabemos que era una prédica mentirosa y quien nos lo dice es el mismo sacerdote que nos predicó. Pero bueno, lo importante aquí es que Trump dijo que en abril decide los aranceles sobre México, Canadá, China, Europa y el resto del mundo. Y entre los más afectados podríamos ser los mexicanos, que nos hicimos más papistas que el Papa y nos volvimos dependientes del modelo del vecino del norte. Hay mucho de la integración México-Estados Unidos que es imposible revertir en cuatro años pero, por desgracia, lo comercial sí depende de la voluntad política. Depende de Trump. Dependemos de lo que él decida. Entonces tendremos que plantearnos varios escenarios para lo que venga.
México está sufriendo ahora mismo una transformación interna. Esto es muy importante para lo que viene, como sea que venga. La amenaza que representa Trump debe permitirnos ahondar en la transformación en muchos otros aspectos. Tenemos la oportunidad de reeducarnos como ciudadanos al tiempo que se acelera el cambio de régimen y se reorienta la economía. Así de profundo es lo que viene.
Si la Presidenta Claudia Sheinbaum tiene ambición –y creo que la tiene–, en 5.5 años podría impulsar una revolución cultural y un cambio de régimen; una remodelación de la economía y una renovación del Estado que trascienda al Poder Ejecutivo, profundice en el Judicial y sacuda el Legislativo, que sigue siendo un poder acomodaticio, opaco y corrupto.
Esta revolución, impulsada desde la Presidencia, puede estar anclada en la vulnerabilidad que Trump exhibió de México. Somos excesivamente dependientes a Estados Unidos, y punto. No podemos estar a expensas de lo que suceda allá. Por razones de seguridad nacional, necesitamos un nuevo modelo económico. Y necesitamos incluso una nueva cultura de consumo responsable, de intolerancia a la corrupción, de valores nacionales fortalecidos, de orgullo por lo nuestro y de rechazo al estilo de vida banal que promueve el capitalismo descarnado.
Esta semana sabremos qué tanto daño quiere hacernos Trump e independientemente de lo que decida, este es el momento para profundizar en el rediseño de nuestro futuro y de reeducar a México. Por razones de soberanía, acabar con la dependencia. Y por conveniencia propia empezar ya.
Sirve trabajar con escenarios. Sugiero que el primero sea el peor.
2. Escenarios
Digamos que Trump decide mantener los aranceles del 25 por ciento en todo y no sólo autopartes y vehículos. La economía perderá impulso y la recesión que amenaza a todo América del Norte se consolidará, desde Alaska hasta México pero bajará hasta la Patagonia. A México pegará peor que a muchos otros países, como advertía el viernes la Presidenta Sheinbaum, porque hay una alta integración industrial y dependencia con el modelo de Estados Unidos. Y es mucho más evidente en el sector automotriz, que se respalda en más de medio siglo de trabajo conjunto.
Sirve analizarlo, pues, desde el sector automotriz. El corredor Coahuila-Nuevo Leon depende fuertemente de Estados Unidos, lo mismo que la región integrada de Guanajuato-Puebla-Estado de México. Pero otros estados contribuyen a las poderosas exportaciones mexicanas de miles de millones de dólares en autos terminados o autopartes, como Baja California, Sonora, Chihuahua y Tamaulipas, en la frontera. Y tierra adentro, Zacatecas, Aguascalientes, San Luis Potosí, Querétaro y hasta Jalisco y Morelos. Incluso Hidalgo y Michoacán aportan al sector. Cualquier tornillo que se elimine de esas cadenas productivas afecta el empleo en México.
Para evitar el castigo arancelario, las empresas cancelarán planes de inversión en México y se brincarán a Estados Unidos a establecer plantas allá. Luego vendrá la parte más dura: la desinversión sobre lo que ya hay; el cierre de empresas en México para trasladarlas a Texas o a donde sea. Eso se conoce como desindustrialización.
Las autoridades mexicanas deberán moverse rápidamente para reorientar la mano de obra del sector automotriz hacia otros sectores. La desindustrialización es un fenómeno económico que han enfrentado de distinta manera las naciones. Cuando los gobiernos no ofrecen alternativas a las poblaciones que quedan atrapadas en un proceso de desindustrialización, la descompensación de la economía destruye hasta el tejido social.
Y pongo un ejemplo: Detroit. Allí empezó la Ford Motor Company a principios del siglo XX y luego se mudaron General Motors y Chrysler para aprovechar la mano de obra especializada. En la Segunda Guerra Mundial se volvieron locos haciendo autos para el ejército y luego a finales de la década de 1950 todo empezó a resquebrajarse. La ciudad se hizo adicta a los impuestos que cargaba a las automotrices; el empleo se volvió caro y empezó una migración industrial a destinos menos onerosos. Era previsible, pero no a la velocidad que se dio.
Detroit, el Gobierno de la ciudad, se declaró en bancarrota. La criminalidad subió. Miles de viviendas fueron abandonadas y miles de bodegas industriales se vaciaron en meses. La insolvencia acabó hasta con el mobiliario público. Una ciudad pujante se volvió una zona de guerra, con bodegones ocupados en todas direcciones por los sin-casa. Los servicios encarecieron y se volvieron obsoletos porque no había dinero para tapar baches, menos para aumentar el número de policías. Y luego la corrupción aumentó.
La desindustrialización no siempre lleva al apocalipsis. Hay ejemplos exitosos de ciudades y países que se deshacen de industrias contaminantes, reorientan su economía y se van al empleo de los servicios, por ejemplo.
Piense en Madrid, Ciudad de México, Nueva York o Tokio. Son urbes que tuvieron fábricas y muchas las tienen hasta hoy, pero en menor medida. Caminaron hacia el sector servicios, que genera millones de empleos mucho más limpios. Se obligaron a embellecer el mobiliario urbano para atraer visitantes y crecieron las opciones de entretenimiento. La hotelería y los restaurantes empujan hacia comunidades amables, sin contaminación visual como la que provocan las fábricas y con mayor seguridad. Se crearon zonas de calidad de vida, se rescataron centros históricos y, en general, se reorientó la vocación de la economía y de la mano de obra.
Nadie lo recuerda ya, unos porque no se difunde y otros por odio, pero quien empezó esa transformación de la capital mexicana fue nada menos que Andrés Manuel López Obrador. Piénselo y verá.
Los gobiernos deben provocar cambios para que los ciudadanos que se vean afectados por la desindustrialización no queden atrapados en el desempleo y en el abandono institucional. Pienso ahora mismo en Saltillo: ¿volverlo en una perla turística es opción? Por supuesto que sí. Es una ciudad con historia, con un centro histórico cuidado, con vialidades y con una cocina propia. También Monterrey y el corredor fronterizo: Tijuana, Ciudad Juarez, Piedras Negras, Laredo, etcétera. Estas ciudades tuvieron un tipo de turismo nada amable durante décadas. Un turismo estadounidense. Luego vino la industrialización y después la guerra de Felipe Calderón acabó con todo. La vocación fronteriza por los servicios podría ser una gran opción.
¿Cómo hacer estas ciudades amables a los visitantes? ¿Cuáles son las condiciones? Primero, garantizar la seguridad. La violencia acaba con todo. Luego se debe generar infraestructura general e infraestructura turística en particular. ¿Es posible? ¿No es una locura? No, no lo es. Nueva York era, en la década de 1980, una ciudad abandonada por la mano de Dios, violenta, sucia, agresiva, abundante en drogas y en negocios negros. Y luego vino su reconversión hasta convertirse en una ciudad de clase mundial.
Y así, se debe analizar cada región y cada sector. ¿Los aranceles acabarán con la agroindustria mexicana? No, no creo. Habrá una reconversión en el tipo de productos, quizás, pero el campo de México es poderoso y si se le cuida, sobrevive y se adapta.
Los aguacates costarán más a los neoyorquinos, qué se le va a hacer; culpen a Trump. Pero saben a gloria y la gente los aprecia y ninguno sabe como sabe el de Michoacán. En este caso en particular se traslada el sobreprecio al consumidor. Y Sinaloa, que es una hortaliza generosa, quizás deba brincarse (estoy inventando un ejemplo) del tomate y el pimiento al espárrago y el mango. Hay que volver a calcular las posibilidades y revaluar el mercado. Es posible sobrevivir, por supuesto que sí.
Lo más importante es que el Gobierno y los empresarios hagan todo lo que se requiera para que la respuesta no sea de corto plazo. Sin planeación y sin estímulos van a fracasar ellos y cientos de miles de ciudadanos perderán su empleo. Lo más importante es que se piense en reorientar la economía a gran escala. Si la idea es que ya no seremos un país de maquila sino de servicios (incluyendo servicios financieros e incluso de alta tecnología), entonces a darle, a reconvertir, a reeducar.
A crear los espacios físicos para que se instalen NVIDIA, Google, Meta, etcétera. Pero hay que tomar la decisión y planear a largo plazo. Esa es la tarea que se debe hacer y para eso tenemos (y financiamos) un Gobierno.
3. Oportunidad
Pensemos un escenario intermedio, donde Trump decide mantener los aranceles del 25 por ciento en ciertos vehículos y ciertas autopartes exportados desde México. La economía entra en recesión pero rebota pronto; se daña la integración industrial con Estados Unidos en todos los sectores.
Y pensemos que no pasa nada. Que el Gobierno responde con inteligencia, dignidad y preparación a las exigencias de Trump y brincamos estos cuatro años sin daños severos, aunque esa idea, la del “no pasa nada”, es inviable a estas alturas. Sí pasa, y pasa mucho. Hemos perdido un socio confiable que en esta ocasión no nos hizo daño pero en el futuro lo hará, si lo necesita. Ese es el daño que ha hecho Trump a las relaciones de Estados Unidos con el mundo, por marrullero, imprudente y prepotente.
Estos últimos escenarios más “ligeros”, sin embargo, no deberían cambiar los planes de un relanzamiento de México. Por razones de seguridad nacional, la Presidenta está obligada a emprender una revolución silenciosa pero rotunda para acabar con la dependencia, fortalecer la soberanía y generar una nueva cultura mexicana atenta a nuestros valores y alejada de lo que nos hace daño. Se está trabajando en ello desde López Obrador, pero hay que ponerle plazos. Son 5.5 años los que tiene Claudia y el trabajo ya se inició. Hay margen para un cambio profundo, sobre todo si nos libramos del maltrato de Trump.
¿Y hay manera de librarnos del maltrato de Trump? Sí. Increíblemente sí. Es una posibilidad muy real. López Obrador convirtió a México en el socio comercial de la mayor potencia del mundo, no alcanzó a presumirlo porque fue con datos de 2023 y en 2024 estábamos en otra cosa. Y porque la prensa mexicana es mezquina. Pero sucedió con él y ahora Claudia puede decirle a Estados Unidos que somos socios confiables y colocarse como un aliado necesario del gigante voluble. Los liberales de Canadá están engolosinados peleando con Trump, porque están creciendo en las encuestas; la Unión Europea está a la defensiva y el episodio Volodímir Zelenski los tiene realmente asustados. China siempre está listo para una guerra de largo aliento. Asia está asustada, sobre todo Corea del Sur y Japón.
Y nosotros, cabeza fría. Aguantando sin hacer olas. Mostrándonos confiables. En medio de la ofensiva global, Washington sabrá agradecerlo. La Presidenta de México, lean bien, no se ha gastado todas las cartas. Ni siquiera ha apelado a consumir lo nacional; ni siquiera ha recurrido al nacionalismo ni ha llamado a una cohesión en torno a la República que –créanlo y piénsenlo en votos demócratas o republicanos– puede asustar allá.
Por eso creo que es ahora. Nos toca arrebatar nuestro destino, tomarlo por la buena o por la buena. Nunca hemos tenidos dos presidentes (Presidente y Presidenta) carismáticos al hilo. Aprovechemos su peso y nuestro peso específico. Es ahora o, de otra manera, seremos una Nación débil, siempre a espesas de lo que digan en el norte, sometida por la corrupción y el desgano, sin idea de soberanía, sin orgullo nacional. No creo que alguien, en su sano juicio, quiera eso. Debemos aprovechar las horas que vienen, los días marcados, los meses que se van. Aprovechemos para transformar este país en el México de grandeza al que fue llamado. Podemos. Debemos reorganizarnos. Cómprense un boleto a la Luna y créanselo. Y mañana quizás no sea usted, pero sí su nieto o su hijo el que se monte en el cohete mexicano hacia el cielo. Vuele, volemos. Esta Nación nos llama, nuestra República vale la pena.