La columna de Alejandro Páez Varela
En la cena de gala que el presidente Donald Trump ofreció el mes pasado para quienes más compraron sus criptomonedas, cuenta The New York Times, el que más gastó fue el empresario Justin Sun. Le inyectó 40 millones de dólares a la moneda $Trump.
“Sun tenía buenas razones para esperar que esta inversión rindiera frutos. Anteriormente había invertido 75 millones de dólares en otra empresa de criptomonedas de Trump, y poco después de que asumiera el cargo en enero, la Comisión de Bolsa y Valores (SEC) suspendió la demanda en su contra por cargos de fraude con criptomonedas. El mensaje parecía obvio: quienes enriquecen a Trump reciben regularmente un trato favorable del Gobierno que dirige”, dice el editorial de casa del diario neoyorkino.
Pero eso, como dicen los estadounidenses, son cacahuates. La familia Trump se ha enriquecido con la industria de las criptomonedas sin ruborizarse. La revista Forbes calculó recientemente que los Trump han ganado mil millones de dólares en nueve meses sólo con ese negocio. Trump no creía en las criptomonedas. Las llamaba “un desastre en potencia”. Las comparaba con el narcotráfico y otras actividades ilegales.
Pero dejó de preocuparse cuando vio las ganancias de ese mercado que sólo especula y no produce; que es lo más cercano a una estafa piramidal.
El buró editorial de The New York Times cuenta cómo Trump desmanteló el equipo del Departamento de Justicia que investigaba los usos ilegales de las criptomonedas; indultó a ejecutivos de criptomonedas que se declararon culpables de delitos y abandonó las investigaciones federales sobre las empresas de criptomonedas. Y fue más lejos. Anuló una norma del Servicio de Impuestos Internos (IRS) que perseguía a los usuarios de criptomonedas que no pagaban sus impuestos. Al Presidente de Estados Unidos, como es sabido, no le gusta pagar impuestos.
El enriquecimiento de Trump es diferente de la corrupción tradicional, como dice el Times. “No hay pruebas de que Trump haya recibido sobornos directos, ni está claro que haya aceptado cambios específicos en las políticas a cambio de dinero. No obstante, preside una cultura de corrupción. Él y su familia han creado diversas formas de enriquecerse, y las políticas gubernamentales luego cambian de manera que benefician a quienes han ayudado a los Trump a lucrarse. Ya ni siquiera intenta ocultar la situación. Como lo expresó recientemente el historiador Matthew Dallek: ‘Trump es el político nacional más descaradamente corrupto de la época moderna, y su franqueza al respecto es sui generis’. Se enorgullece de su avaricia, usándola como símbolo de éxito y astucia”.
Todo esto, concluye el buró editorial de The New York Times, es parte de los esfuerzos más amplios de Trump por debilitar la democracia de su país y convertir al Gobierno federal en una extensión de sí mismo. “Ha relegado los intereses del pueblo estadounidense a un segundo plano, en favor de sus intereses personales. Sus acciones merman la ya precaria confianza pública en el Gobierno. Al usar el poder del pueblo para beneficio propio, lo degrada para cualquier otro propósito. Mancha la reputación de Estados Unidos, que durante mucho tiempo se ha destacado como un lugar donde la confianza en el Estado de Derecho fomenta la confianza en la economía y los mercados financieros. Este país no era conocido anteriormente como una cleptocracia ejecutiva”, dice.
Y no es sólo él. Como se ha visto, es toda su familia. Es Melania, por ejemplo. Apenas hace unas semanas, Amazon anunció que pagaría 40 millones de dólares por los derechos de un documental sobre ella. Ejecutivos de Hollywood dijeron a la prensa que ese pago era una locura que distorsionaba todo lo que alguien puede recibir por un documental en la industria. Claro, Amazon recibió antes contratos de defensa para servicios web. Corrupción sin maquillaje, sin doblaje y sin extras.
El dueño de Amazon es Jeff Bezos, quien acompañó a Trump en su asunción como Presidente en Washington. En 2014, Bezos fue considerado el mejor director de empresas del mundo por Harvard Business Review y para 2017 ya era el más rico del mundo, de acuerdo con las listas de Forbes. Pero su ambición es todavía mayor. The Washington Post, su periódico, se convirtió en un chiste de la noche a la mañana. Se doblegó al nuevo emperador estadounidense.
Trump no ha cumplido ni cinco meses en el cargo. Piensa cambiar la Constitución para reelegirse. Esto significa que los estadounidenses tienen asegurado un espectáculo de corrupción para los siguientes muchos años.
Para un hombre poderoso y corrupto, empresarios poderosos muy corruptos. Ese es el juego global. Así es en la Rusia de Putin y así era en el México de Enrique Peña Nieto, por citar dos casos.
Vea. The Wall Street Journal dice que Trump ya tiene alitas de pollo favoritas: las de la marca Pilgrim’s Pride. ¿Y eso? Resulta que su comité para el evento donde asumió como Presidente recaudó fondos privados por 239 millones de dólares, principalmente de grandes corporaciones y líderes empresariales. No se los gastó y no importa: el comité tiene “pocas restricciones legales sobre qué hacer con el resto del dinero; es habitual que los presidentes no gasten todos los fondos de su investidura, pero presidentes anteriores recaudaron mucho menos que Trump”. El mayor donante de esos fondos fue (sí, adivinaron bien) la procesadora de pollo Pilgrim’s Pride, que ya recibió contratos para compensar su bondad.
Por cierto, simplemente como tip: Trump no come hamburguesas de pollo. Sólo come las de una cosa parecida a la carne de res que usa McDonald's; de ese tipo de “carne” que puede durar en su cajita feliz una década o más, sin perder su sabor.
Tres
Trump ha decidido comerse las instituciones culturales que hicieron grande a Estados Unidos: desde los museos hasta los teatros estatales, pasando por organizaciones que promueven la historia, la diversidad y riqueza de las distintas expresiones artísticas de una nación relativamente joven. Todo tendrá ahora el sello Trump. Empezando con el Centro John F. Kennedy, que esta semana estrena “Los Miserables” con una función especial para el Presidente Trump y sus amigos.
¿Estará allí Eduardo Verástegui, quien se dice amigo de Trump? Puede ser, pero se antoja imposible. Es demasiado moreno para los nuevos gustos de Washington pero, bueno, si tiene dos millones de dólares para gastar en un boleto quizás entre a la función. Lo veo difícil. O quizás pueda entrar al Centro Kennedy como empleado. Quizás, si hubiera una vacante y estuviera dispuesto a aceptar miradas raciales. Tendría que renunciar a su religión porque ahora los empleados participan en sesiones de oración grupal que son protestantes y no católicas.
El Centro Kennedy ha cambiado drásticamente en muy poco tiempo. Se cancelaron programas “con tintes de concienciación política”, y se ha amenazado a los artistas que protesten porque se les considerará que boicotean la institución.
“Cuatro meses después de la rápida toma de posesión de Trump, el Kennedy Center ha pasado de ser un espacio para las artes escénicas y un monumento presidencial que se mantenía al margen de la contienda política a ser el escenario central de una campaña para controlar a las instituciones culturales y organizaciones artísticas estadounidenses. Esto forma parte del esfuerzo más amplio del presidente por corregir la propagación de la ideología progresista o woke en la sociedad, que él considera antiestadounidense”, explica un amplio reportaje en The Wall Street Journal.
Apenas en marzo hubo un escándalo porque Trump emitió una orden ejecutiva para eliminar “ideologías inapropiadas del Smithsonian”, que ha estado “bajo la influencia de una ideología divisiva y centrada en la raza”. Le encargó a su Vicepresidente, J.D. Vance, cambiar la programación.
Y en mayo, otro escándalo y otra señal: despidió (aunque no tiene facultades para hacerlo) a la directora de la Galería Nacional de Retratos del Smithsonian. ¿Y por qué la despidió? Por ser “una firme defensora de la DEI”. ¿DEI? Sí. Kim Sajet era una defensora de la diversidad, la equidad y la inclusión, y eso no cabe en un país que persigue a las personas por su aspecto físico, sean migrantes legales o no.
Recientemente Trump disolvió la junta del Museo Conmemorativo del Holocausto porque fue nombrada por su rival, Joe Biden, y ordenó cancelar parte del Fondo Nacional para las Artes (NEA) que beneficiaba a pequeños grupos artísticos. Y así. Trump, un tipo sin siquiera inclinación por la cultura o las artes ha decidido ajustar la cultura y las artes de Estados Unidos. Con el sello Trump.
De regreso al Centro Kennedy. Richard Grenell es el nuevo director ejecutivo desde febrero, por orden de Trump. Es gay pero es, más que nada, uno de los muchachos. Es un halcón asignado a tareas rudas, donde es necesario someter gente (fue director de Inteligencia Nacional y vocero de Estados Unidos en la ONU, para más detalles). Y ahora controlará el contenido de los más de dos mil eventos que realiza ese centro al año.
Recientemente, Vance y su esposa fueron abucheados durante un concierto de la Orquesta Sinfónica Nacional. Grenell enfureció y mandó correos donde amonestaba al personal… que no estaba en el público, claro. Fue allí donde les anunció sesiones de oración. Cerca de 40 empleados han sido despedidos o suspendidos; otros 50 han renunciado y la mayoría votó para sindicalizarse.
Mientras, el Centro Kennedy no se detiene. Piensa contratar artistas vaqueros y cristianos como Amy Grant, Michael W. Smith y Steven Curtis Chapman. Y tiene un nuevo puesto: el de director de programación religiosa. El 1 de junio se proyectó El rey de reyes, película sobre la historia de Jesús, y hubo un evento gratis para dos mil 500 personas con palomitas (también gratis). Se puso un muro de oraciones que fue patrocinado por el Museo de la Biblia.
Cuatro
Repentinamente, Trump volteó a ver Oriente Medio. El genocidio en Gaza le importa un carajo. Que niños y mujeres embarazadas mueran bajo una lluvia de bombas, no importa. Que cientos de millones seamos testigos de cómo una élite extremista sionista mata de hambre o con metralla a un pueblo entero, no importa. Lo humano es ajeno a Ku Klux Trump. Todo es dinero. Dinero, dinero, dinero.
Dinero del de verdad: la Organización Trump tiene previstos seis proyectos inmobiliarios en Catar, Arabia Saudí, Omán y los Emiratos Árabes Unidos, según The New York Times. El Gobierno de Catar –es un ejemplo– construirá a la familia un club de golf y villas junto a la playa que generarán millones de dólares en ingresos y además, para taparle el ojo al macho, donará a Estados Unidos un Boeing 747-8 valorado en 200 millones de dólares para que el Presidente se transporte. “Vamos a proteger este país”, dijo Trump en Doha. “Es un lugar muy especial, con una familia real especial”.
Todo lo que brilla en Oriente Medio es especial para Trump, quien recientemente fue denunciado por querer forzar la fusión entre PGA Tour y el circuito de golf LIV, que respalda Arabia Saudí. LIV organiza torneos en los campos de Trump. Si obliga su fusión podrían sobrarle eventos de este tipo.
También brilla el oro en casa. Donald Trump hijo acaba de lanzar un club al que los ricos pueden unirse por medio millón de dólares. Un club privado, claro. En Georgetown. Se llama “Poder Ejecutivo”. Hay muchos especuladores de criptomonedas que ya pagaron.
Pero el junior de Trump tiene que apurarse con el club porque en Vietnam lo necesitan de urgencia. El Gobierno vietnamita intenta quitarse los aranceles que impuso el padre mientras el hijo firma para quedarse con un club de golf de mil 500 millones de dólares en las afueras de Hanói y firma además por los permisos para un rascacielos Trump en la ciudad Ho Chi Minh. Y de allí debe volar rápido a Serbia porque allá se iniciará en breve la construcción del Hotel Internacional Trump de Belgrado con un permiso que permite la demolición de un sitio cultural.
Cinco
La última moda de la Casa Blanca es lo dorado. Donald Trump en persona ha decidido decorar esa residencia histórica con sus propios gustos. Como si fuera alguno de sus hoteles o como Mar-a-Lago. Oro, mucho oro; holanes y cortinas rojas; gárgolas neoclásicas o churriguerescas. Las chapas de la puerta tienen oro y cambió el Despacho Oval para colocar estatuillas de señoras y señores de oro que quizás ni él sepa quiénes son. Sellos de oro, bordes de oro, olanes de oro. Mármol y más cortinas.
El mundo oscurece bajo el mandato de Donald Trump, fascista, antimexicano, mientras él pinta paredes con oro y se rodea de espejos para admirarse a sí mismo, tremendo narcisista, fascista con delirios de grandeza que llegó al poder (y nunca se olvide) no por un engaño porque ya había estado en Washington: por el voto mayoritario de un pueblo que, lamento decirlo, mayoritariamente es como él.
@paezvarela