Ecosistema digital escribe Carlos Miguel Ramos Linares
Con el cierre definitivo de Skype, Microsoft no solo da por terminado un ciclo de más de dos décadas de comunicación digital, también marca una nueva etapa donde la lógica de la convergencia tecnológica se impone a la voluntad de los usuarios. Skype, una de las primeras herramientas que nos permitió ver y escuchar a nuestros seres queridos en tiempo real desde cualquier parte del mundo, se despide silenciosamente, reemplazada por Teams, una plataforma que responde no a la intimidad doméstica del contacto humano, sino a los intereses corporativos de productividad y vigilancia.
Para comprender este movimiento, es imprescindible acudir a las Teorías de la Comunicación Digital, en particular la convergencia mediática de Henry Jenkins. Jenkins afirma que la convergencia no se trata simplemente de un cambio tecnológico, sino de una transformación cultural en la manera en que consumimos y participamos en la comunicación. Skype representaba una plataforma de comunicación interpersonal horizontal; Teams, en cambio, responde a una lógica de integración total bajo el ecosistema Microsoft, donde se diluyen las fronteras entre el trabajo, la vida privada y la comunicación cotidiana.
La decisión de cerrar Skype no se fundamenta en la obsolescencia técnica, sino en una estrategia de ecología de medios —al estilo de Neil Postman o Carlos Scolari— en la que los medios sobreviven o mueren no por su funcionalidad, sino por la lógica del mercado y el ecosistema digital que los alberga. Microsoft no quiere mantener dos plataformas que compiten entre sí; quiere una herramienta única que recoja los datos, los contactos y las prácticas de los usuarios bajo un mismo entorno: Teams.
Desde una mirada crítica, esto responde también a lo que Manuel Castells denominaría la “configuración del poder en la era de la información”: las grandes plataformas no solo gestionan herramientas, sino que configuran nuestras formas de relación. El cierre de Skype y la migración forzada a Teams implican una centralización del poder comunicativo, donde la decisión de qué medios usamos, cómo y para qué, ya no recae en los usuarios, sino en las estructuras corporativas que los administran.
Además, la sustitución de Skype por Teams sugiere una mutación simbólica: de una comunicación afectiva y lúdica, a una comunicación orientada a la productividad, al rendimiento y a la sincronización con entornos laborales. ¿Qué perdemos cuando una plataforma diseñada para hablar con nuestra abuela o con un amigo en otro país es reemplazada por otra concebida para reuniones, tareas y gestión de proyectos? Perdemos humanidad, espontaneidad y —tal vez— la idea de que no toda comunicación debe ser medida en función del capital.
Este movimiento también evidencia el modelo de negocio de las plataformas descrito por Shoshana Zuboff: el capitalismo de la vigilancia. Teams no es solo un mensajero; es una infraestructura que captura datos, gestiona calendarios, integra archivos y rastrea la actividad digital de los usuarios. Un entorno ideal para el teletrabajo, sí, pero también para reforzar la lógica de control y productividad que se impone en la vida cotidiana conectada.
En conclusión, el fin de Skype no es solo el cierre de una aplicación. Es una señal clara del tipo de futuro comunicativo que estamos aceptando, casi sin resistencia: uno donde la elección individual se sacrifica en aras de la eficiencia sistémica, donde las emociones se subordinan a la gestión, y donde la comunicación se vuelve un servicio más, administrado por gigantes tecnológicos que deciden, sin consulta, cómo debemos hablar.
@cm_ramoslinares