Máscaras escribe Jesús Olmos
Quien esto escribe decidió titular su columna “Máscaras” como una manera de rendirle homenaje a los héroes y heroínas que han hecho vibrar a millones de mexicanos cada semana en las diferentes arenas y recintos donde se practica la Lucha Libre de todo el país.
Criado en Xalapa, capital del estado de Veracruz, me volví aficionado al pancracio desde muy pequeño. Mis primos Carlos y Claudia, me llevaron un par de veces a la “Arena Xalapa” para ver las peleas de un paisano, Octagón, acompañado de mi ídolo Máscara Sagrada.
Al salir de la función, los comerciantes ofrecían los rings y los luchadores de plástico duro al por mayor y así tuve mis primeras figuras del Perro Aguayo, Rey Misterio y La Parka. Años después me enteré que esos mismos muñecos los comercializan hasta en Japón.
Conforme iba creciendo, algo de la Lucha Libre estaba presente en mi vida. Ya fuera el fin de semana viendo alguna película del Santo junto a Blue Demon, u otra en la que salía Atlantis peleando contra Pierroth y Fuerza Guerrera, o sintonizando las funciones con mi familia o amigos de los sábados de CMLL o los domingos con la Triple AAA.
Luego vino el tiempo de crecer y fue ahí cuando comencé a visitar nuevas arenas, primero en México con la Arena Coliseo y más tarde con la Catedral de la Lucha Libre, la Arena México, un sitio que ni los grandilocuentes estadios estadunidenses pueden emular.
Años después, pude hacerme de mi primera máscara, una réplica del histórico Tinieblas, luego una baratija del Último Guerrero, quien se convirtió en uno de mis consentidos junto con el Último Dragón y Místico. También tuve réplicas de Matemático, el Fantasma, Mano Negra y más recientemente una de Mephisto.
Cuando llegué a Puebla me hice visitante asiduo de la Arena Puebla e incluso me quedé con boletos para asistir a la última función antes del cierre por la pandemia.
En este periodo, conocí a “El Gato Gris”, Don Isaías, quien se dedicaba a la elaboración de máscaras y equipos para luchadores amateurs y profesionales, y encontró en medio de la tragedia mundial una oportunidad de llevar su taller a otro nivel.
Comenzó comercializando algunos cubrebocas sencillos con los diseños de las máscaras de luchadores como el Doctor Wagner o Mil Máscaras, para terminar, enviando sus diseños a Inglaterra, Colombia, China y otros lugares del mundo.
La Lucha Libre, en mi caso, como en el de millones de mexicanos, es un espacio de diversión sana, que tiene entre otras cualidades ser muy divertida, aliviar el estrés y dar identidad a un enorme sector de la población abstracto de cualquier clase social. Porque todos somos iguales alrededor del ring.
Cada jueves me siento por la tarde a escribir textos que buscan emular el discernimiento entre el bien y el mal que se vive cada vez que los gladiadores mexicanos, enmascarados o no, suben a los encordados.
Ahora, me llama profundamente la atención que en medio de la embestida de ataques xenófobos de la que serán presa millones de latinos en los Estados Unidos, la mayor industria de la Lucha Libre en el mundo (la WWE) haya decidido llevar a su público en todo el orbe a un luchador mexicano, oriundo de Ecatepec una de las zonas con mayores indicadores de desigualdad en el país, a confrontarse con los peleadores más afamados de todo el globo y enviarle un mensaje al racismo que comenzará a gobernar aquellas tierras de que “esto es el resultado de un mexicano cuando quiere salir adelante”.
Me quedo con las palabras de quien fuera uno de los grandes rivales de Penta “Zero Miedo” en México, otro gigante conocido como LA Park (La Auténtica Parka), quien dijo que “si un luchador mexicano triunfa... todos, y digo todos, los luchadores mexicanos triunfamos”, pero cambiaría unas palabras: “si un mexicano triunfa... todos, y digo todos, los mexicanos triunfamos”.
¡Qué viva la Lucha Libre!
@Olmosarcos_