Piso 17 escribe Álvaro Ramírez Velasco
El 12 de diciembre de 1998, la entonces bancada mayoritaria del PRI en San Lázaro consiguió, por fin tras un par de semanas de negociaciones, los votos del Grupo Parlamentario de Acción Nacional (PAN), para consumar el mayor atraco de la historia contemporánea de México, que ha heredado una deuda pública descomunal que seguirá pagándose por generaciones.
Con los votos de los albiazules, los priístas consumaron la sustitución del Fondo de Protección al Ahorro Bancario (Fobaproa) -un fideicomiso emergente creado en 1990- para convertirlo en el Instituto de Protección al Ahorro Bancario (IPAB), con lo que deudas privadas, bañadas de corrupción e ilegalidades, fueron endilgadas a la nación como deuda pública.
El episodio se conoce coloquialmente como el Fobaproa y fue literalmente la consumación de un atraco de la delincuencia organizada de cuello blanco, que integraban políticos, empresario y banqueros corruptos, profundamente corruptos, y sin escrúpulos.
Originalmente el monto de ese robo fue de 73 mil millones de pesos; hoy supera los 2 billones de pesos, tras la suma de intereses y su pago total pareciera que se extiende hasta el infinito.
No se equivoca la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo al señalar al entonces presidente Ernesto Zedillo Ponce de León como responsable, desde el mayor poder de ese entonces, del desfalco a la nación y un ejemplo de corrupción e impunidad.
Aquel 12 de diciembre, el entonces vicecoordinador de la bancada del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en la LVII Legislatura (1997-2000) de la Cámara de Diputados, el veracruzano Fidel Herrera Beltrán, cometió una blasfemia, haciéndose el simpático y a modo de festejo: dijo a un grupo de reporteros que cubríamos la fuente, palabras más, palabras menos, que la Virgen de Guadalupe (era el día de su celebración) se había “pintado de azul y blanco”, en alusión al albiazul de los panistas que habían sumado sus votos al tricolor para consumar el atraco más grande y más ominoso contra las y los mexicanos.
Ese era Fidel, quien falleció este fin de semana abrumado por enfermedades y quien los últimos años, desde que sufrió un derrame cerebral, tuvo una penosa existencia.
En su ánimo veracruzano, siempre quiso ser el chistoso de la escena, el simpático y muchas veces lo logró, además de ser un extraordinario orador, hombre de palabra ágil y de muy buen nivel cultural, pero quien también participó del priato más corrupto y fue protagonista y ejecutor de muchas de las tropelías del sistema.
El presidente era, entonces, Ernesto Zedillo, el profesor universitario, el burócrata de la clase dorada y el hombre con estudios en el extranjero, quien nunca quiso ser presidente y que ahora ha reaparecido como vocero de la ultraderecha, sólo para conseguir que salgan del clóset todos sus cadáveres, comenzando por el Fobaproa.
El desafortunado exceso de Fidel al meter a la Virgen de Guadalupe donde no, retrata también lo impúdico de la época y el desdén de la clase política hacia los ciudadanos y las ciudadanas, eso que también llamamos el Pueblo.
Ese año, 1988 y el Fobaproa, son también hito histórico, un punto en el tiempo que en su coyuntura ha sido emblemático, como si en ese momento de la historia contemporánea se hubieran sentenciado los escenarios actuales.
Sólo por mencionar: la carrera como líder social y político de Andrés Manuel López Obrador no hubiera tenido la contundente fuerza que alcanzó, si no hubiera sido un férreo opositor a los excesos de los poderosos y los ricos, beneficiados del Fobaproa.
El ahora presidente del Senado de la República, José Gerardo Rodolfo Fernández Noroña no hubiera tenido la notoriedad mediática, social y política que ha tenido, sin el Fobaproa y su contundente discurso en contra.
La mitad de las figuras de la Cuarta Transformación que tienen ya más de 60 años, ni siquiera existirían en el imaginario colectivo, de no ser por ese episodio, al que combatieron.
Y en ese atraco penoso, hubo dos poblanos que votaron a favor del robo corrupto y sucio a la nación: los entonces priístas Moisés Ignacio Mier Velazco y Charbel Jorge Estefan Chidiac.
Pero esa historia la dejaremos para otra entrega.
La impudicia es abundante y se puede seguir narrando.
@Alvaro_Rmz_V