Al respecto escribe Alejandro Aguirre Guerrero
Se acaba el tiempo de Gerardo Fernández Noroña como presidente del Senado, cargo al que ni en un mundo alterno habríamos pensado llegaría, pero lo hizo. Más de uno sabe que alcanzó esa posición porque se sintió poco valorado, lo gritó a “los cuatro vientos” y acabó siendo “sobrevalorado”.
Cuando decidieron (increíblemente) otorgarle esa distinción en la cámara alta, la frase más recurrente fue aquella de “es poco tiempo, se va rápido, tan sólo es un año”. Por eso la presidenta autorizó subirlo a la titularidad de la mesa directiva, “se calmará y durará un suspiro”, dijeron… y el suspiro resultó eterno.
Noroña tendrá el 14 de agosto su último evento como presidente del Senado, y se habrán acabado las canonjías que implican dicha distinción: no más foros internacionales representando a la cámara alta mexicana, y disminución considerable en viáticos.
Los privilegios de Gerardo Fernández bajarán considerablemente, pero seguirá teniendo foros (y atención mediática), a través de la polémica que suele crear. “No necesita la presidencia del Senado para seguir siendo Noroña”, dijeron.
La instrucción es que apenas cierre sus labores como presidente del senado, Noroña sea un “legislador más de Morena y se le bajen los decibeles”, pues varias de sus declaraciones han estado fuera de la prudencia.
Y si bien es cierto Gerardo Fernández es “genio y figura” con o sin investidura, sus afirmaciones públicas estaban mucho más “noroñescas” de lo normal. Aunado a ello, la investidura de la presidencia del senado merece algunas formas.
Noroña deberá entregar el cargo a una mujer, y en Palacio Nacional descansan sabiendo que el primero de septiembre no habrá más “un Gerardo Fernández” en la mesa directiva… aunque pueda continuar metiendo en aprietos a “la compañera presidenta”.
X: @aaguirre_g