La grilla de café con Raspu escribe Eduardo Alcántara
Aquella tarde de septiembre, el cielo de Puebla se abrió en lluvia como si quisiera arrastrar con su agua las certezas viejas de la política. Caminé hasta los portales, pensando en lo irónico de los nombres: el Portal Juárez que en realidad fue Iturbide y nunca terminó de emanciparse de ese bautizo incómodo; el Portal Hidalgo, siempre en brazos del oficialismo. Dicen los viejos que la izquierda se sentaba en Juárez y la derecha se acomodaba en el Iturbide, como si los portales pudieran dividir ideologías.
Yo, sin embargo, crucé a propósito el umbral de la contradicción y me senté en el viejo Portal Iturbide, hoy atrapado en el limbo nominal de Juárez. Me esperaría ahí un viejo amigo de la derecha poblana, de la derecha dura, recalcitrante, casi mística, esa que soñaba con ejércitos de Dios instaurando un reino en la tierra. Habíamos quedado en charlar sobre política, después de la visita de Marco Rubio. Y aunque no pensaba tomar café —porque nunca lo hago a esas horas— terminé pidiendo uno, solo para darle gusto a mi compañero de sobremesa.
Antes de entrar en la charla, déjame aclarar mi posición: hoy hablo desde el purgatorio, sin partido ni militancia, sin bandera que defender. Ya no soy soldado de ninguna causa partidista, pero sigo pagando impuestos, y con ello sostengo a los mismos partidos que se creen dueños del monopolio del discurso público. Por lo tanto, tengo el mismo derecho de hablar de ellos, criticarlos o señalarlos.
Siempre fui un escéptico de Andrés Manuel López Obrador. Nunca le concedí del todo su narrativa épica, aunque entendía que conectaba con millones. Mi distancia con él no fue por capricho, sino por sospecha: siempre vi más teatro que eficacia, más gesto que resultado. Por eso, quizá, me sorprende tanto lo que ahora hace Claudia Sheinbaum: su capacidad de adaptación, su manera de tomar distancia del carisma antiimperialista de AMLO y convertirlo en gestión pragmática, sin que eso signifique sumisión. Ahí, en esa diferencia, está la clave de por qué hoy acumula niveles de aprobación tan altos: porque gobierna para todos, no solo para los suyos.
Mi amigo del panismo llegó tarde, empapado por la lluvia, pero con el mismo aire de suficiencia que siempre lo acompañaba. Apenas tomó asiento disparó su primera andanada:
—Con López Obrador todo era antiimperialismo vacío, pura retórica de no hablar inglés y de hacerse el digno. Ahora, con Sheinbaum, ya se alinearon en el oficialismo a Washington. Al final, la razón era nuestra.
Lo dejé hablar. Luego respondí:
—Te equivocas en lo esencial. AMLO gobernó con la épica; Sheinbaum gobierna con la gestión. Él hablaba de dignidad y señalaba corrupción en aduanas y aeropuertos, pero poco se desmontó en los hechos. Ella, en cambio, coopera con Estados Unidos sin dejar de marcar la soberanía, entrega resultados, logra extradiciones, combate el huachicol fiscal y demuestra que no habrá impunidad. Eso no es sumisión, es eficacia.
El panista sonrió, como quien cree aún tener un as bajo la manga, pero la lluvia en sus hombros ya empezaba a pesar más que sus palabras.
No resistí la tentación y lancé la estocada:
—¿Recuerdas cuando Marco Cortés, Anaya y otros pedían que se clasificara a los cárteles como narcoterrorismo para complacer a Estados Unidos? Esa era su bandera: la sumisión disfrazada de modernidad. Hoy, ¿qué queda de esa discusión? Nada. Porque Sheinbaum ya les quitó el discurso: coopera, entrega resultados, pero bajo sus propias reglas. Y ustedes callan, porque saben que la presidenta ejecuta mejor aquello que ustedes solo rezaban.
El silencio del panista fue más elocuente que cualquier misa.
Intentó un contraataque:
—Pero entonces es ruptura con AMLO, ¿no?
Le respondí, sorbiendo el café: —No es ruptura, es continuidad corregida. AMLO señalaba la enfermedad; Sheinbaum aplica el remedio. Mientras él denunciaba corrupción, ella la desmonta, incluso dentro de la Marina, incluso en las aduanas militarizadas. Ese paso le dará legitimidad a largo plazo, porque está demostrando que no habrá impunidad para nadie.
Ahí lo vi rendirse. No tenía respuestas. Y no las tendría, porque la oposición está desnuda. Antes pedían a gritos la intervención estadounidense; hoy, cuando esa cooperación existe bajo un modelo soberano, prefieren callar. No reconocen las extradiciones, ni las detenciones, ni la persecución al huachicol fiscal. Prefieren la sombra del silencio a aceptar que la presidenta los desarmó en su propio terreno.
Le dije: —¿Sabes cuál es el problema de ustedes? Que ya no ha discusión sobre soberanía contra entreguismo, sino eficacia contra ineficacia. Y en ese terreno, la presidenta gana. Tú regresas hoy a tu casa con más dudas que certezas. Y no sé si la lluvia que te empapó antes de llegar te mojó más que la tormenta de argumentos que acabamos de intercambiar.
Me quedé un rato más, viendo cómo el agua se escurría sobre el empedrado de los portales. Pensé que, al final, el purgatorio político no es un mal lugar para observar. Ni militante ni opositor, ni oficialista ni detractor, sino ciudadano que paga impuestos y tiene derecho a opinar. Desde ahí se entiende mejor el tablero: el antiimperialismo épico de AMLO quedó atrás; lo que hoy se abre es la era de la cooperación soberana de Sheinbaum, que con pragmatismo y resultados se ha ganado no solo el respaldo de los suyos, sino la sorpresa —y a veces la envidia— de los demás, ahí la respuesta tal vez a sus altos niveles de aprobación, aglutinando aun a los derechistas que ven su intervención una relación bilateral eficaz.
@AlcamtaraEdu1