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Machomenos escribe Israel León O’Farrill
Palabras clave: machismo, violencia, patriarcado, Europa, abuso, violaci@n.
La cinta “El Último Duelo” (2021) de Ridley Scott ha pasado desapercibida pese a que contó con buenas reseñas y a su reparto estelar (Matt Damon, Adam Driver, una estupenda actriz, Jodie Comer y Ben Affleck) y a su reconocido director que ha conducido productos con buena taquilla como “Gladiador” (2000) o “Cruzada” (2005) y auténticas joyas como “Alien” (1979), “Blade Runner” (1982) o “Thelma and Louise” (1991). Quizá la poca fortuna de la cinta fue su estreno en plena pandemia y, aunque no lo parezca, el mismo reparto. El público es caprichoso y gusta de ver a sus actores favoritos interpretar los mismos papeles: Damon quizá como Bourne; Driver como Kylo Ren y Ben Affleck… bueno, mejor lo dejamos ahí. Vale la pena decir que, aunque el papel de Comer es central, nos da la sensación de que los importantes son los otros dos, quizá por su trayectoria o por la construcción del guion. Como sea, el asunto es que aquí ellos representan un drama del siglo XIV en la Francia medieval, tema muy lejano a lo que suelen trabajar. Considero que no lo hacen mal -en especial Comer- y que la película tiene muchos atributos que brindan una experiencia interesante. Sin embargo, lo que llamó poderosamente mi atención y que tiene que ver directamente con esta columna, fue la trama que está basada en una historia real: el caso de un caballero que enfrenta en un duelo a un escudero, protegido de un conde, por haber violado a su esposa.
Lo que me atrapa no sólo es la forma en que la historia es contada que es en tres partes con la versión de cada uno de los protagonistas del drama: la versión del esposo, Sir Jean de Carrouges (Damon), del escudero Jacques Le Gris (Driver) y Margueritte de Carrouges (Comer), la que el mismo Scott coloca como “la verdad”, lo que nos permite tener tres perspectivas sobre un mismo hecho; también me sorprendió la total actualidad del tema. Las mujeres siguen siendo poseídas, no sólo como propiedad, sino en términos sexuales, donde el tan llevado y traído “no”, sigue prestándose a la interpretación del violador, del entorno de la víctima -lo mismo familiar, que de amistades y de la sociedad en su conjunto-, que del sistema judicial, no importa si se trata de la Francia del siglo XIV o de México en pleno 2025. Lo que menos importa es la víctima pues ella, a la par de serlo, tiene que demostrar que lo que dice es verdad, con lo que, a todas luces, sufre una constante revictimización.
Por otro lado, su reputación, esa categoría moral inventada casi sin exagerar para juzgar a las mujeres, queda de inmediato vulnerada fuera de toda redención; en cambio, independientemente de qué tan licenciosa sea la del violador, esta nunca es cuestionada. La cinta nos muestra una realidad prácticamente calcada en el presente, salvo con el “duelo de Dios”, que sirve más al propósito de la venganza de la parte agraviada -que es el Marido, no la víctima, por supuesto- y la recuperación del honor. El que muere, según esta premisa, es quien mentía, expuesto gracias a la intervención divina. Al final, de esa manera, también la mujer corroboraba que su versión era verdad o mentira y también debía pagar en consecuencia: una tortura atroz, por cierto, o la libertad, en caso de que su marido triunfara. Por tanto, su verdad dependía de la “verdad” de ese par que a porrazos se disputaban el honor y la vida de esa mujer. Vaya idiotez. En este sentido, es de resaltar que en todo el recorrido de la película nos muestran los atributos más apreciados por el machismo: la violencia, el adulterio, el poder, el capricho, la defensa del honor y un largo etcétera. Destaco también algo bastante peculiar tratado en la cinta que es el ofrecimiento de la dote, que acompañaba en aquellas épocas a las mujeres casaderas principalmente nobles y que llevaba una negociación, como si se tratara del mercadeo de reses o de arrobas de trigo.
Algunas reflexiones me surgen de todo esto. Primero que nada, nuestro sistema patriarcal occidental nos viene traído de Europa, lo reitero, y lo hemos abrazado con ahínco, con tesón, hombres y mujeres y con su clara representación institucional en gobiernos, congresos y juzgados; igualmente en todos los ámbitos de nuestra sociedad. Parece mentira que en pleno siglo XXI sigamos viendo el uso, abuso y disposición -feminicidio- de las mujeres como si de yeguas o ganado se tratara. Por otro lado, que a la fecha sigan existiendo concepciones tan patriarcales como machistas tales como el que uno deba ser un “caballero”, el proveedor, la defensa del honor; el amor romántico que posee y que destruye cuando no puede controlar; las relaciones de poder en el hogar (¡!), con todo y sus violencias incluidas; la superioridad masculina y la violencia como un método legítimo para resolver disputas; el escarnio, el chisme y la sentencia moral, prodigados por familias y amistades “piadosas” o “cabales”, dispuestas a juzgar de oídas y a abandonar a su suerte a cualquiera que se salga de la “norma”, por más retorcida y retrógrada que esta sea.
Celebro finalmente que Scott y su equipo hubieran decidido dar voz a la víctima en la cinta pues, aunque los machirrines que lean esto podrían argumentar que el día de hoy eso ya sucede -y quizá de manera desequilibrada en perjuicio de los hombres, según ellos-, lo cierto es que falta muchísimo para garantizar no sólo la justicia para las víctimas de este y muchos otros delitos, sino para erradicarlos de la mente de millones de hombres que siguen pensando que está bien tomar a las mujeres cuando les venga en gana y salir impunes. De hecho, hay muchas expresiones de hoy en redes y en el mundo cotidiano como los contenidos “red pill” que ya he criticado en esta columna y el fenómeno “incel” que ya empieza a tener acciones bastante preocupantes, junto con los racismos, xenofobias y otras lacras que pueblan nuestra vida “moderna”, que nos demuestran que estamos lejos de alcanzar espacios libres de violencia y discriminación. Es necesario seguir motivando estas reflexiones, desde los espacios escritos, orales, pero también audiovisuales, como es el caso de esta película. Bien por Ridley Scott y todos los que participaron en este proyecto, sin duda habla bien de ellos.
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