La columna de Alejandro Páez Varela
Se cumplió un año de que Andrés Manuel López Obrador dejó la Presidencia y cualquiera puede confirmar que, en efecto, nos queda una sociedad atrincherada en polos.
Algunos desde la izquierda ya tomaron distancia de los núcleos de oposición porque los consideran irreflexivos en la derrota; mientras, los opositores se han encerrado en un puñado de argumentos para atacar a los que se sientan en la izquierda. Una mayoría cree que hay vida enfrentando al otro y a veces se usan argumentos falsos; otra veces, reales. Es una disputa sin reglas que se sale y regresa a las redes; que no tiene moderadores validados.
Se mantienen claramente dos proyectos en marcha, un año después: izquierda y derecha. Esto habla de la profundidad del cambio. Algunos piensan que todavía hay oportunidad para los centristas del tipo Movimiento Ciudadano, la “derecha reformada” que algunos ven como la crema que une los pisos en un pastel de bodas: demasiado protagónica para lo que realmente es, y demasiado falsa como para probarla. Yo creo que se queda como un espacio para los menos comprometidos y no es, realmente, una oferta. Samuel García es un priista cualquiera; Jesús Pablo Lemus viene de Coparmex, la escuela de cuadros del PAN.
Conozco a unos y a otros, en los polos. Coincido con los que creen que el centro se ha diluido, que derecha e izquierda son posiciones irrenunciables y que la vida no se trata de convencer a alguien de lo contrario. Pero aquellos que se identifican de derecha preferirían que no se les ubicara públicamente como tal, y es más fácil hallar a alguien de izquierda radical a que uno de ultraderecha que se asuma públicamente así, y eso nos dice algo.
Esta polarización asusta a muchos. Los que plantean que el expresidente López Obrador es “culpable de la polarización”, lo hacen ver como una “malformación” y se empeñan en conciliar. Pero la polarización no se irá tan fácilmente porque una de las partes la ve como un derecho adquirido; la sienten como el combustible que inflamó el despertar ciudadano y que aceleró el cambio de régimen en apenas unos años.
Esta sociedad que somos reconoce polos políticos que siempre existieron. No sé si los ciudadanos estamos dispuestos a aceptarnos, pero ya es un avance reconocernos. Es más real. La era de la concordia simulada, de la “paz social” conveniente ha terminado. Y eso no es necesariamente malo para un pueblo que se mantuvo controlado con la premisa de que “todos somos hermanos”.
La derecha, a mi juicio, es más proclive a denunciar la polarización como una enfermedad social. Y creo que es porque estaba contenta con ese momento de México en el que las mayorías nos pensábamos iguales. Y nos abrazábamos y cantábamos a la “solidaridad” con los ojos cerrados. Pero cuando abrimos los párpados fue para descubrir que una élite se había robado hasta al canario de la abuela. Esa famosa “hermandad” no era tal. Era, básicamente, una coartada.
“Solidaridad”. Cantemos
Conozco familias divididas por la política. Hermanos que nunca se volvieron a ver desde 2006, en particular. Y, otra vez, muchos culpan a López Obrador por el distanciamiento, y alguien en el futuro hará su tesis de licenciatura o de doctorado al respecto y me atrevo a decirle de antemano que es un gran tema pero que dividirá a sus sinodales, y esa división será, para una parte de ellos, culpa de AMLO.
Aquellos que se quejan por la polarización, pienso ahora, son los que estaban a gusto con la sociedad que fuimos. No se discutía de política en la mesa porque “todo estaba resuelto”. Pero no, nos esta resuelto. O estaba resuelto para ciertos núcleos que disfrutaban el pastel sin compartirlo con nadie.
Y Lorenzo Córdova, Rosario Robles, Patricia Mercado, Claudio X. González, Santiago Creel, Luis Videgaray, Ricardo Salinas Pliego, Roberto Madrazo, Elba Esther Gordillo, Emilio Azcárraga y Héctor Aguilar Camín compartían una misma idea de sociedad con cualquier Rector de la UNAM, desde Jorge Carpizo hasta nuestros días, y con Enrique Krauze, Sergio Aguayo, José Antonio Crespo o Sergio Sarmiento cantaban en un mismo tono y el que desafinara tenía dos opciones: ofrecer disculpas o llevar su tonadita a la calle.
Y todo iba bien. La sociedad que fuimos no aceptaba a los de afuera, a los extraños, a los disidentes, a los “provincianos”, a los macuspanos, a los tropicales o a los bárbaros, pero a los encargados de administrarla les iba bien. El algoritmo premiaba a los que aportaban a la estabilidad y no a los que rompieran con lo establecido, y eso garantizaba que se entendiera el sometimiento como algo bueno para todos.
Televisa hacía que millones cantaran “Solidaridad”, de la autoría de Carlos Salinas de Gortari, porque era mejor que “A la Patria”, del pesimista de Gabino Palomares. Un kínder bien podría llamarse “Miguel Nazar Haro” y sería siempre mejor que llamarlo “Lucio Cabañas”. Preferibles Luis H. Álvarez que Heberto Castillo; Felipe Calderón que el peleonero de López Obrador; Manuel Clouthier que Valentín Campa o Cuauhtémoc Cárdenas y ya puestos a escoger, mejor un pelón con orejas que cualquiera de estos últimos dos. Fernando Gutiérrez Barrios o Gustavo Díaz Ordaz tenían una calle con su nombre en cada ciudad pero a Rosario Ibarra de Piedra se le consideraba una maleducada. De Porfirio Díaz a Francisco Villa, mejor el primero. Esa sociedad fuimos y a esa sociedad quieren algunos regresar.
Conozco familias divididas por la política y sé de hermanos que nunca se volvieron a ver. Y bien por unos y por otros. De otra manera seguiríamos en la sociedad que fuimos, hipócrita y acomodaticia, que mantuvo en control a las mayorías simulando concordia social, mientras un puñado administraba para sí la riqueza de la Nación. ¿No quieren ceder, no se quieren reconciliar? Pues mejor así, creo yo: que se rompa aquello que nació quebrado.
Colofón
En muchas ocaciones he sentido miradas de rechazo. Usted sabe a lo que me refiero. Miradas que me dicen que no soy bienvenido. Y al mismo tiempo, he recibido innumerables miradas de aceptación y complicidad, de generosidad y abrazo. Y aprendes a recibir unas y otras miradas con el mismo agrado. Algo estoy haciendo bien –me digo–, si no tengo el favor de los que me rechazan. Y algo estoy haciendo bien si recibo estas otras miradas.
Si estamos en vías de una sociedad en la que puedes ser de izquierda o de derecha y eso te condiciona o te privarte de algo, estamos en el camino correcto. Esa debería ser la aspiración. No fusionarnos en uno solo, no pensar lo mismo: ser distintos y reconocidos en la diferencia.
Hace apenas unos años un tipo me increpó en la calle; me dijo de cosas mientras hacía mi trabajo, en una marcha de las que organizaron “Los Chuchos”, el PAN, el PRI y Claudio X. González, que es el mecenas de todos los anteriores. Ahora no me paro en sus marchas para no ser agredido pero siento que también hay aprendizaje de un lado y de otro. Ahora hay que garantizar que, en la medida en la que nos reconocemos, en esa medida elevemos nuestros márgenes de tolerancia. No te quiero convencer que estás mal y defiendo tu derecho a abrazarte de un cable de alta tensión, si eso es lo que quieres. Adelante.
Al mismo tiempo, como mexicanos, necesitamos abrazar juntos causas muy específicas aunque no estemos en el mismo polo; generar defensas para ciertas cosas, alergias a otras y afinidad muchas más, independientemente del polo en el que te sientas. Es necesario estar todos de acuerdo en que no podemos permitir más corrupción ni respirar un día más con esta sensación maldita de que los corruptos no pagan por sus crímenes. Necesitamos generar un rechazo colectivo a las mentiras disfrazadas de noticias; a los extorsionadores vestidos de periodistas o intelectuales o académicos. Necesitamos ponernos de acuerdo para impulsar una sociedad educada donde las oportunidades sean iguales para todos. Necesitamos ayudar a los que más necesitan porque de otra manera no seremos una sociedad sana.
Necesitamos salud, educación; que todos vayan a la escuela y que las organizaciones del crimen organizado no encuentren en los barrios carne de cañón con jóvenes desamparados por el Estado. Como mexicanos, independientemente del polo, necesitamos empleos mejor remunerados, mejor infraestructura urbana como parques y banquetas y calles sin baches. Necesitamos tener conciencia de que se requiere acabar con la guerra de las drogas, y que Estados Unidos frene las armas y a los narcotraficantes de su propio territorio, no en nuestro suelo.
Necesitamos castigar a los políticos y policías mentirosos y corruptos y defender, entre todos, los derechos que hemos ganado para niños, mujeres y adultos mayores; indígenas y comunidades indígenas; personas con discapacidad y para los más pobres de los pobres.
Yo digo que esas son las demandas mínimas de alguien de izquierda y si alguien de derecha se une a ellas, allá en su polo, que las vote y las haga suyas.
Hace un año se fue López Obrador, el hombre al que culpan de todo. Yo digo que esta sociedad en polos definidos no está mal y que debemos reconocernos, con respeto, en nuestras diferencias. Tampoco soy Gandhi para proponer que nos abracemos y vivamos en paz, pero entre más paz y abrazos, mejor.
La polarización no debería asustar. No es ninguna anomalía social. Para muchos significa el haber despertado de la pasividad cívica. Aceptémonos distintos y con respeto. Y aceptemos que México es un solo país y que así lo queremos, uno solo, aunque lo disfrutemos por separado.
@paezvarela