Nuestro mundo está enfermo; las grandes obras nos dicen cómo curarlo (I)

Nuestro mundo está enfermo; las grandes obras nos dicen cómo curarlo (I)
Parabólica.Mx
Sibarita

Miguel Campos Quiroz/Sibarita 

En su novela «La historia interminable» (mal clasificada como una simple novela infantil), Michael Ende nos habló de una fuerza destructiva, un horror tan grande e inefable, que es capaz de destruir todo un mundo: la Nada. Ese mundo en peligro de ser aniquilado, llamado Fantasia (así, sin tilde), es el mundo de los sueños, de la imaginación, de la poesía, de la creatividad, de los mitos, de la belleza, de la esperanza, en una palabra, de los grandes relatos. Y la Nada, aquella terrible fuerza destructora, barre con ese hermoso mundo justo cuando los seres humanos han empezado a perder su capacidad de soñar e imaginar, de ver la belleza en el mundo y el misterio en sus semejantes, cuando los grandes relatos empiezan a desaparecer y a ser sustituidos por las grandes mentiras que han servido para manipular a la humanidad desde el poder, y desde el intelectualismo vacío y la pseudofilosofía se promueve la visión pesimista según la cual no hay razones para soñar y crear, ni para imaginar un mundo mejor. 

En realidad, lo que Michael Ende nos lanzó a través de la novela que es su obra maestra, fue una terrible advertencia sobre algo que ya Nietzsche había vislumbrado muchos años antes, y que ya está sucediendo en nuestro mundo de hoy con una rapidez aterradora: el horror del nihilismo del siglo XX (que se ha recrudecido en el XXI y que, dicho sea de paso, tanta depresión y suicidios ha causado), y como consecuencia, la destrucción de la civilización occidental. 

En efecto, el tan malinterpretado filósofo alemán, lejos de ser un promotor de la destrucción, vio con pesimismo cómo lo que denominó la «muerte de Dios», es decir, el desmoronamiento de la metafísica y de todo el sistema de valores que durante siglos habían sostenido a nuestra civilización, la estaba conduciendo a la pérdida de la fe, de la creencia en un fundamento trascendente que sostuviera el edificio que durante siglos se había estado construyendo y que descansaba sobre ideas, valores estéticos, morales y espirituales universales, etc, y que por lo tanto, terminaría llevando al hombre al vacío existencial, es decir, al nihilismo. Y ese nihilismo es la misma Nada de la que nos habló Michael Ende. 

«También hay una multitud de pobres zoquetes, los cuales, naturalmente, se consideran a sí mismos muy inteligentes y creen estar al servicio de la verdad, que nada hacen con más celo que intentar disuadir hasta a los niños de que existe Fantasia.», le dice el hombre lobo Gmork a Atreyu en el largo diálogo sostenido por ambos personajes en el capítulo IX de «La historia interminable». Y en efecto, hay toda una escuela ideológica y pseudofilosófica que desde el intelectualismo busca convencernos, desde el inicio de la modernidad, de que el mundo es una vacuidad sin sentido, de que los grandes mitos son sólo desvaríos, y de que no hay misterios ni razones para soñar. Tales escuelas nihilistas no son sino agentes al servicio de un poder que busca someternos y volvernos ciegos y sumisos, y para ello se vale de la desesperanza humana y de la pérdida del interés por todo lo que signifiquen la poesía, la belleza y el milagro de la existencia. Tales escuelas y sus pensadores son agentes de ese vacío existencial y moral que está enfermando a este mundo, de la misma manera que Gmork era un agente de la Nada. Pues todo aquello que está vacío, es fácil de controlar.